Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Montones

Juan José Fernández Palomo

0

Una amiga a la que quiero un montón (me gusta mucho esta palabra, cuando la tecleo pienso en montones y en mi cabeza se suceden imágenes como diapositivas, como un extraño power-point, de un montón de trigo, de un montón de azúcar, de un montón de pimentón de la Vera, de un montón de pistilos de flor de azafrán, de un montón de camarones, de un montón de pétalos secos de crisantemo, de un montón de avena, de un montón de cúrcuma, de un montón de tierra y, definitivamente, de un montón de cosas) me confesó el otro día que, desde hace cuatro o cinco años, era ovolactovegetariana. Y luego añadió algo así como una excusa: “no quiero comer nada que haya sido torturado”.

Suele suceder: quien no come carne se excusa por haberla comido en algún momento de su pasado más o menos reciente. Son, en mi humilde opinión, una suerte de apóstatas orgullosos de haberse liberado de una creencia, de haber roto con una tradición impuesta por su padre, por su madre, por su tía, por su contexto o por cualquier otra circunstancia que construya una biografía. Renuncia, desvío: apostasía.

Lo curioso del caso es que apóstata, en su origen griego, allá donde sembraron tantas palabras, comparte la misma raíz que apóstol. La primera alude al que cambia de opinión o de doctrina, la segunda al que propaga cualquier género de doctrina importante o hace campaña en pro de alguna causa.

Lo uno y lo contrario. Dualidad que fundamenta ortodoxias y origina fundamentalismos.

Así leo yo a veces la Historia, tanto la de mi amiga a la que quiero un montón, como la de mi tierra, tan llena de conversos, “marranos”, ortodoxos y sefardíes migrantes emigrados e inmigrados.

Grecia, la de hace siglos, la fértil cuna de las palabras que ahora cocinamos, era bastante ovolactovegetariana. País de huertos, olivos, albahaca, cilantro, menta, orégano y cabras que paren queso fresco.

La Grecia de hoy, la intervenida, la que moja sus pies en el mismo charco que yo, ve pudrirse aquellas palabras que cultivó (política, democracia...) como restos de alimentos en una vieja alacena que

nadie se atreve a abrir y se alimenta ahora de las raciones en pequeños “tuppers” que le suministran y además le cobran al precio de un montón de euros que significa mucho menos que un montón de grano, que un montón de hierbabuena, un montón de hojas de parra o un puñado de dignidad.

Etiquetas
stats