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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Aquella idea del Paraíso

Biblioteca Grupo Cántico

Juan José Fernández Palomo

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Me sé de memoria tres citas de Jorge Luis Borges. Una es un verso de su poema Cristo en la cruz que dice así: Ya está la mosca sobre la carne quieta. Otra siempre me ha hecho mucha gracia: La teología es una rama menor de la ciencia ficción. Y la otra es una clásica suya que es la que en estos día más me interesa: Mi idea del Paraiso sería algo así como una gran biblioteca.

El escritor argentino hablaba de los libros como el instrumento más asombroso de los hombres porque los demás son extensiones de su cuerpo: el microscopio, el telescopio, el teléfono, la espada o el arado son extensiones de su vista, de su voz o de su brazo; mientras que el libro es la extensión de su imaginación y de su memoria.

Se dice que Borges era antes un lector que un escritor. Él mismo así se consideraba. A mi me da igual. Es más, creo que es lo mismo. Escribir es básicamente un ejercicio de lectura. Un escritor se lee mientras rellena el folio en blanco.

Irene Vallejo, en su soberbio y sorprendente y afortunadamente súper ventas ensayo El infinito en un junco, recuerda a Borges recorriendo de memoria la Biblioteca Nacional de Buenos Aires o la del Colegio Calvino de Ginebra. Allí, aquel lector con ceguera degenerativa buscaba y encontraba la luz.

Umberto Eco lo homenajeó, seguramente entre el respeto, la ironía y cierta mala leche, cuando creó al bibliotecario ciego y asesino en aquella abadía de El nombre de la rosa.

En Córdoba se acaba de inaugurar la Biblioteca Grupo Cántico tras veinte años de cosas de palacio que van despacio. Un lugar de encuentro público, no sólo un almacén de objetos sino de valor existencial.

 Ha costado veinte millones de euros. “Una talegada obscena para las otras necesidades que tiene nuestra ciudad”, podemos leer en ese avispero de opiniones que zumba en las redes sociales. Vale, pues aquí nos vamos a lo que aprendí de un proverbio de Antonio Machado leyéndolo en la biblioteca del instituto público en el que estudié:

Todo necio confunde valor y precio.

Hagánselo mirar. 

Y vayan a la Biblioteca.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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