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Entrevista inédita

Rafael Castejón (1983): “En Córdoba se fusilaba a Dios padre”

Rafael Castejón Martínez de Arizala, en los años treinta del siglo XX.

Francisco Moreno Gómez

15 de febrero de 2025 20:11 h

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Todavía conservo la grabación de la entrevista que realicé, el 13 de julio de 1983, a don Rafael Castejón y Martínez de Arizala, en su casa solariega de Córdoba. Ex director de la Real Academia de Córdoba, ex director de la Escuela Veterinaria, ex director general de Sanidad con la República, entre otros cargos. Me encontré al ponderado hombre de Letras que siempre fue, de acrisolado saber y de locuacidad sin cortapisas, con la sencillez de los sabios y con la contundencia de los que están por encima de las poses y de las hipocresías de la vida. Observé ante mí la silueta recia de una especie de patricio romano, crítico y sincero testigo de los horrores de una tragedia.

PREGUNTA. Don Rafael, ¿Cómo fue que le detuvieron a usted en julio de 1936?

RESPUESTA. A mí me detuvieron a poco de estallar el golpe de 1936. Me llevaron a la cárcel, al Alcázar Viejo… Yo esperé que me fusilaran en aquellos primeros días. Ninguna autoridad me tomó declaración ni me acusó directamente de nada, nada… Eusebio Cañas, del Puerto de Santa María, ocupaba un alto cargo en la cárcel. Estaba muy agradecido desde años atrás a la familia Castejón, como mi hermano Federico, porque, viniendo de una zona húmeda, le ayudamos a establecerse en Cerro Muriano, para curarse de la tuberculosis.

Al llegar yo a la cárcel, Eusebio Cañas salió a la puerta y me dijo: “Yo soy aquel Eusebio Cañas, a quien ustedes me llevaron al Muriano… Le instalaremos a una celda aparte, para que no esté usted en medio de la baraúnda de presos que hay abajo”.

A mí me encerraron en una celda y no conviví con los demás presos. Pero había una ventanita y me asomaba al patio, y lo único que notaba era que los inquilinos del patio tenían cada día un color diferente. Un día se veían atuendos de azulillo o de blanco: eran albañiles. El día o noche anterior la redada había sido de albañiles o pintores. Los liquidaban a la noche siguiente. A la mañana siguiente tenían otro color; los liquidaban. Otro día, los detenidos eran de traje (escribientes o empleados), y los liquidaban aquella noche. Así, el patio cambiaba de color cada día.

El sector que a mí me persiguió, principalmente, dicho sin ambages, era el arma de Caballería. Yo como veterinario había defendido siempre, como pasa en otros países, que la cría caballar no fuera militar, sino como un sector de la vida rural y de la ganadería. En muchos países este tema lo lleva el Ministerio de Agricultura, y eso pedíamos aquí. Y por eso los militares de Caballería, los que vivían en Córdoba, tenían una espina clavada, con aquello de que don Manuel Azaña les hubiera quitado la cría caballar. Y cuando llegó esta hora, pues de ahí vino la venganza contra mí.

Me deportaron seis meses a Galicia, a Pontevedra. El mismo día fuimos deportados: yo (que había llevado la yeguada nacional de Moratalla), don Gumersindo Aparicio (profesor de la Escuela Veterinaria, que también había llevado un sector de caballos aquí en la Estación Pecuaria) y un pobre hombre, grandón, don Miguel Arroyo (que había llevado el Depósito de Sementales), y nos llevaron.

Cuando llegué a Pontevedra, hube de presentarme al gobernador civil de allí, que era militar de Infantería. Y me dice: “-Usted era director de la Escuela Veterinaria de Córdoba, y ¿por qué ha sido usted deportado?” –“No lo sé. Yo pertenecía al Partido Radical, que no está en la lista de partidos perseguidos…” –“Usted va a estar aquí el tiempo que digan desde Córdoba, y ojo con quién se reúne usted, porque ya sabe que aquí se pasa al otro mundo con mucha facilidad”. Efectivamente, en Pontevedra, cuando yo llegué, se mataba lo mismo que en Córdoba.

Cuando llegó a Córdoba Valera Valverde como nuevo gobernador, me reclamó. Volví y me presenté a él: “Pase usted, señor Castejón. Siento lo que le ha pasado. Yo le voy a devolver a usted todos sus cargos y se le devolverá el dinero”. Me habían puesto una multa, creo que de 20.000 pesetas. Valera Valverde, al que tanto cita usted en su libro, venía de gobernador civil en Cádiz, nombrado al estallar la guerra, y en Cádiz hizo una “razzia”, siguiendo las órdenes de arriba.

P. Don Rafael, ¿Y cómo fue que se desató en Córdoba una matanza tan descomunal?

R. Aquí se fusilaba “a Dios padre”. Aquí en Córdoba, si veían a alguna mujer por la calle, suponían que le habían fusilado al padre, al hijo o al marido, y la fusilaban inmediatamente. Si entraban en una casa y preguntaban a alguna mujer por Fulano, y les contestaba que no; si lo encontraban, entonces lo fusilaban a él y a la mujer.

Doloroso fue el caso del Dr. Sadí de Buen, el mejor epidemiólogo (de la malaria) que había en España. El conflicto le pilló en Córdoba, en el Hotel España y Francia. Yo tenía con Sadí una gran amistad, de cuando yo fui Director General de Sanidad. Y teníamos ayuda internacional, por ejemplo de los EE.UU., que nos mandaban quinina, para tratar la malaria. Se quedó metido en el Hotel en Córdoba, pero lo descubrieron y lo mataron. Aquí en Córdoba el representante del paludismo era el Dr. Peralbo, más bien de derechas, también del Partido Radical. Sadí lo llamó, y el Dr. Peralbo no lo amparó. Sadí tenía una señorita de ayudante y, cuando se enteró del fusilamiento, fue al cementerio y, entre lágrimas, lo adecentó y le limpió la sangre. Y a los pocos días la fusilaron a ella también.

P. Gran parte de la matanza ocurrió en la Electro Mecánica, de Córdoba.

R. Yo conocía a don Benito Arana, el director, y a su familia, y empezaron a “sacarle” obreros… Primero le pidieron listas de los más peligrosos. Él no la quiso dar. Era suficiente con los que la policía le “sacaba” todos los días, por denuncias de aquí y de allá. Y fue a hablar con “Don Bruno”: “Si me sigue usted quitando obreros, no podré cumplir con las obligaciones de la guerra” (Porque la fábrica se había militarizado en la producción de municiones). Los obreros estaban ya aleccionados, y cuando veían acercarse la caravana de la policía, lanzaban la consigna: “¡Ya vienen!” Y se descolgaban al otro lado de las tapia y se escondían en el campo.

Habla luego don Rafael Castejón de muchos temas, sobre todo del terror de “Don Bruno”, el cual quería nombres, pedía listas por todos lados para fusilar. Una lista de “personas malvadas” la mandó el cura de San Francisco, cree que don Carlos (el que organizaba las carrozas de los Reyes Magos), lista encabezada por Pablo Troyano y un abogado que vivía enfrente, Álvaro García Pérsico, Otro cura que mandó lista fue el párroco de la Compañía, que luego fue canónigo, Torres Molina. Por su culpa murieron aquellas personas. Y destaca la labor delatora del cura don Ildefonso Hidalgo, persona de mala vida, de amoríos y cosas así. Se convirtió en la mano derecha de “Don Bruno” y en su capellán. Era coadjutor de San Andrés, y se hartó de denunciar a gente de su barrio, sobre todo a los que reñían con su querida.

Habla Castejón también de la persecución de la Masonería en Córdoba, en la que él mismo figura en 1917, en la logia Turdetania, de la que Eloy Vaquero era el “Venerable Maestro”. Pero Castejón se desmarca de esto, resaltando que era Vaquero el que organizaba estas cosas, y él apenas asistía a las reuniones, porque le parecían ridículas. Añade que a la Masonería de Córdoba “le salió un grano, que fue García Hidalgo”, el cual organizó otra Masonería de distinta obediencia, en una línea de izquierdas, y “ponían a Vaquero como un trapo”. Y me confiesa en tono intimista: “Ante la nueva proliferación de jóvenes y mujeres republicanos, me dice: ‘Mira, Rafael, a esta gente hay que darles de lado. Nosotros tenemos que actuar como los viejos caciques monárquicos”.

Me explica que “en 1936 quemaron la logia masónica de Córdoba, que estaba encima de la ebanistería de Bernardo Garrido de los Reyes, cuyo archivo dirigía Manuel Roldán Arquero, que lo fusilaron”. Y añade: “La Masonería se montó contra los jesuitas, por su enorme poderío en España y América. Y contra los caciques monárquicos, contra Sánchez Guerra y su cuñado Antonio Barroso. Yo no estaba entonces en el Partido Radical, sino me hallaba organizando el regionalismo de Blas Infante aquí en Córdoba”.

P. ¿Cómo fue la caída en desgracia y salida del teniente coronel Bruno Ibáñez Gálvez?

R. Le voy a contar a usted otra anécdota, la del general Fresneda (Miguel Fresneda Mengíbar, 1858-1944). Este general, ya retirado, era gerente de la Casa Carbonell (Estaba casado con una señora de esta Casa). Y “Don Bruno”, en su locura de detenciones, multas y asesinatos, le puso una multa de 20.000 duros. Fresneda cambiaba impresiones casi a diario con uno de los Cruz Conde, creo que Juan. En los Cruz Conde había de todo: asesinos y buenas personas. Creo que el mayor de ellos era ingeniero geógrafo militar. Y el general Fresneda lo llamó por teléfono: “Me ha puesto esta multa, y esto no se puede consentir. Tenemos que ir a ver a Franco”. Porque Franco, al llegar de joven a África, estuvo a las órdenes de Fresneda. Y fueron a ver a Franco. Éste, en un principio, aparentó indignarse, cuando le contaron cómo se mataba, se fusilaba y se robaba en Córdoba (Si bien en España no se hacía nada sin el visto bueno de Franco, porque él, cada noche, llamaba a tres o cuatro capitales: “-¿Cuántos van? –”Pues tres mil, cuatro mil…“. Los que fueran, -”Aténganse a las órdenes recibidas“). Y llegó la hora de detener y llevarse a ”Don Bruno“ de Córdoba, al que arrestaron en el cuarto de banderas del Cuartel de Artillería. En Córdoba cundió el pánico. ¡”Don Bruno“ detenido! Todos los pelotilleros de Córdoba quedaron en shok. Pero Franco lo único que hizo fue trasladarlo a Santander, o a Vigo, o a Logroño, donde siguió haciendo de las suyas. Cómo fue la muerte de ”Don Bruno“ me lo contó su ayudante Eady Cazorla. Él estaba esperando su ascenso a general, y frecuentaba Barcelona, el Hotel Barcelona. Cuando un día de 1947 se enteró de que el Consejo de Ministros no lo había ascendido, del berrinche se quedó muerto en el patio del Hotel (teóricamente, ”hemiplejía“).

P. Estará usted cansado, con el calor que hace esta mañana.

R. Bueno, quiero decirle como final lo siguiente: Cuando yo le he leído a usted sobre la matanza de Córdoba, dos mil y pico… He de decirle que en la etapa de Eduardo Quero (Los primeros veinte días), fusilaron a unas 1.500 personas. Quero tuvo siempre una ambición: ser gobernador civil con el P. Radical. En los primeros días le mataron a un hijo en Málaga, y se convirtió en una fiera asesina. Durante el Comandante Zurdo (mes y medio) se fusiló a unos 2.500. Así como Quero era antes una buena persona, y los acontecimientos lo transformaron, el Comandante Zurdo era mala persona, vicioso y borrachín, tanto que sus propios adeptos decían: “No puede ser jefe de orden público uno que está siempre en la taberna de San Miguel”. Y “Don Bruno” mató a 3 ó 4 mil, aproximadamente (A partir del 22 de septiembre). Fue el que más terror sembró en Córdoba, tanto que llegó una nota de las democracias occidentales al Cuartel General de Franco con tonos amenazantes, si en España se seguía matando de aquella manera. Por esto, principalmente, a partir de 1937 se fueron implantando los tribunales militares, que sólo condenaban, como decía el vulgo, a la “única pena”.

Esta entrevista fue más larga y detallada. La conservo grabada y transcrita. No así otra gran entrevista que hice al doctor Sama Naharro, médico, preso en la cárcel de Córdoba en 1941. También hablaba contundente y contrario a los grandes abusos de la época. Su testimonio está recogido en mis libros, pero la grabación la extravié. Gracias a estos testigos y a estos testimonios, veraces y humanitarios, nuestro rechazo a las dictaduras es hoy más fuerte, porque está llegando el momento en que, ser demócrata, es lo más revolucionario que existe.

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