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Las gafas de octubre

Juan José Fernández Palomo

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Frente a aquellos a los que llaman “los desposeídos de la Tierra”, yo tengo un montón de cosas. No me siento orgulloso ni me vanaglorio de ello; simplemente lo considero una circunstancia. Bueno, no. Es posible que sea algo más que una circunstancia.

Para no abrumarles no les diré todo lo que poseo, lo que considero mío, pero sí algunas cosas: tengo astigmatismo, miopía, presbicia, estrabismo y ojo vago. Y, para qué negarlo, algunos días tengo también la voluntad algo vaga. Soy un hombre que tiene cosas. Poseedor, más que posesivo.

Para llevar todo esto con cierta dignidad (palabra que parece haberse puesto de moda), este mes estoy estrenando mis primeras gafas progresivas.

Hace un par de años intenté hacerme con unas lentes de éstas, pero no pudo ser, no me trataron bien en mi óptica franquiciada habitual: tras un buen rato escrutando letras y numeritos de distinto tamaño en diapositivas y proyecciones, arrimando el careto a una máquina binocular incómoda y fría, la joven técnica que me hacía las pruebas (que llevaba unas gafas de diseño muy bonitas, pero creo que sin graduación sino más bien de atrezzo, como parte del uniforme, como las azafatas del un, dos, tres) me dijo que no es bueno que los estrábicos lleven lentes progresivas porque podrían ver “aberraciones”. Sí, lo sé, se refería a imperfecciones del sistema óptico, pero yo me lo tomé a la tremenda: “llevo toda mi vida viendo aberraciones y soportándolas”, le repliqué bastante molesto. Pero nada, ni se inmutó. Y, para colmo, me preguntó la edad, lo que ya consideré como una falta de educación, porque no seré muy guapo pero sí coqueto. En fin, un fracaso.

Pero cambié de óptica y ahora tengo unas gafas progresivas de puta madre. Nuevecitas.

Lo paradójico del asunto es que tengo unos cristales progresivos que me ayudan a ver mejor una realidad conservadora, mientras que, al contrario, a mí me hubiese gustado tener unas gafas conservadoras -¿vintage?- parecidas a las de Martin Scorsese o a las de Lennon o a las de Federica Montseny para ver un mundo más progresivo. Pero se ve que no. Es justo al revés.

Con mis gafas nuevas puedo ver de perlas las comparecencias del ministro Wert en el Congreso, las de Gallardón también, leo las declaraciones de mi alcalde sobre sus trileros deseos urbanísticos, observo el armonioso temblor de las sotanas bajo el sol de Tarragona, el cotidiano plano de recurso en los informativos de una jueza arrastrando un trolley, me descargo el pdf del informe sobre la pobreza... en fin, veo las cosas.

Y veo los hermosos atardeceres incendiados de estos días, los de octubre, un mes al que muchos, con gafas nostálgicas, llaman todavía “el mes de la revolución”.

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