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La Eternidad

Juan José Fernández Palomo

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Aprovecho este hermoso domingo Día de los Difuntos para entrar a echar un vistazo al Afterlife Mart, el supermercado-franquicia de eternidades que han abierto en la ciudad y que está, según su publicidad, siempre abierto.

Como toda gran superficie comercial es un mundo en sí mismo. O, más bien, varios mundos, no sabría como decirlo. “Hay otros mundos; pero están en éste” ¿Recuerdan la frase? Pues eso.

En la sección católica me anuncian un juicio final y una resurrección de la carne. No lo veo claro: que te judicialicen toda una vida me parece una chulería bastante borde ¿quién es quién para juzgarme, si no lo hago ni yo mismo? No me gusta. Además, eso de la “resurrección de la carne” me suena a peli mala de zombies. Quita, quita.

En el apartado musulmán están que lo tiran. Me prometen un paraíso con no sé cuántas doncellas a mi disposición y ríos de vino que manan por doquier. Todo será halal, supongo. Un dispendio ¿cómo puede pasarse alguien la eternidad bebiendo mollate a granel y follando como un poseso? Eso no puede ser bueno. Además no es buena combinación. No se puede fornicar y beber -al menos no eternamente- como no se puede soplar y sorber a la vez.

Hay otros stands en el centro comercial. Uno de ellos promete la cosa esa de la reencarnación. Una pesadez, ya os lo digo: que tu alma viva por siempre en una mariposa o se transmute en el vuelo que traza una golondrina será muy romántico, pero es una gilipollez. Eso es bajar de división. Un descenso en toda regla.

Hay, incluso, una sección dedicada al animismo. Ahí te dicen que podrás mudar en objeto, permanecer eternamente como un cervatillo de porcelana de Lladró sobre un pañito de croché. Vaya tela.

El Afterlife Mart es un rollo. No compro nada. No encuentro respuestas a mis preguntas.

Por ejemplo: ¿hay wifi gratuito en la Eternidad? ¿Hay cobertura? ¿Se ve la Champions en abierto?...

Preguntas tan sencillas como enjundiosas, pero que nadie en el bazar de las creencias se atreve a responder.

Yo ya, al menos, tengo en mi cartera la tarjeta funeraria de Cecosam, junto a la de Aucorsa y a mi inagotable Neverending Visa Gold. La mejor.

Terminaré con un oxímoron: La Eternidad es fugaz, quien la probó, lo sabe (esto ya es metaliteratura o intertextualidad o algo de eso, creo).

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