La alegría
La alegría es de lo poco que nos queda desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Luego está lo otro.
La alegría debe ser una marca, un sello, la ropa con la que nos vestimos, el agua de la ducha, la almohada al final de la jornada.
La alegría es el primer sorbo de cerveza a mediodía, la ola que te lame los pies en el mar, pisar la arena.
La alegría es un niño que salta a tus brazos y, el muy cabrón, te quiere quitar las gafas de un zarpazo.
La alegría es la camiseta de tu equipo, la que llevas cuando pierde, fuera de contexto.
La alegría debe contagiarse como un chiste tonto en la barra del bar, como el rumor de una pérdida, perdón, como una presencia, como las sonrisas en un velatorio, como la risa en un paritorio.
Hay que defender la alegría frente a los tanques, frente a la melancolía (releo a Benedetti, creo; esto no había que haberlo dicho), defenderla de sí misma y de sus tópicos.
La alegría es una fortaleza.
Hay que ser muy serio y fuerte para defender la alegría.
Aleluya.
Estamos en ello.
¿Eres serio?
No. Creo que no soy muy serio, pero soy fuerte.
La alegría es hacer las cosas bien, no digo más.
Aleluya.
Pues eso.
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