“Esta película retrata el fin de la era del macho”
Alice Rohrwacher
Dice Alice Rohrwacher que siente debilidad por “aquello que peramente en la esfera de lo invisible”. Tal vez sea eso lo que acaban haciendo las personas que crean: buscar lo que no se ve, bucear por debajo de la superficie, excavar tumbas. Los artistas como “tombaroli”. Una suerte de rastreadores de la razón poética que habita en el suelo que pisamos y bajo el cielo en el que vuelan pájaros que esconden secretos. Hijos e hijas de Adriana. Hay en la nueva película de la directora de Lázaro feliz muchos hilos, no solo el rojo que une a los enamorados, que nos llevan de la realidad a la magia, del presente al sueño, de lo oculto a lo explotado. Una vez más, la italiana teje un cuento poblado de seres a la deriva, un animalario que se nutre de Fellini y el neorrealismo italiano. Pobres que quieren ser ricos, burgueses con casas que se caen a pedazos, proletarios que nos recuerdan la verticalidad del sistema, hombres que ya no son héroes disfrazados de mujeres en las fiestas del pueblo. La historia del apátrida Arthur, otro antihéroe como el Lázaro de su anterior película, mitad hombre mitad ángel, es la historia de un varón que, pese a su don, anda a la deriva. Hijo de la melancolía y del mal de amores, como si anduviera de prestado en una tierra que esconde tesoros que sólo él intuye. El dios maltrecho que la fratría necesita y celebra. Los saqueadores de tumbas que roban lo que es de todos y de nadie. El pasado, la memoria, la cultura, el mercado. Italia como metáfora de las ruinas y del saqueo, de la gloria y las chabolas. Propiedad, individuo, modernidad. O sea: padre, patriarca, patrimonio. El macho Spartaco que en la película es mujer. La masculinidad como patrimonio de todos y de todas.
La quimera, como bien nos indica su título, nos habla de búsquedas y de exploraciones. De secretos y heridas. Las que arrastra en su cuerpo triste un Arthur al que Josh O`Connor dota de esa fragilidad que por momentos se vuelve potencia. La del mago, la del apasionado, la del que atesoras ternura en un mundo de machos que gritan. Ese mundo que se desmorona y frente al que se elevan poderosas las mujeres que inventan otras vidas. De ahí el matriarcado que simboliza Flora (una sorprendente Isabella Rossellini), la cual habita una villa que parece imaginada por Lorca. Y de ahí también, y sobre todo, el maravilloso personaje de Italia (magnífica Carol Duarte), la madre sola y la extranjera, la que cuestiona que. lo que no es de nadie puede ser de todos, la que imagina y hace realidad una estación de mujeres que cuidan y se cuidan. Donde Arthur, sin embargo, se siente un extraño. Con una mezcla de imágenes filmadas en diferentes formatos, Rohrwacher nos ofrece un cuento de hadas, en el que se mezclan palabras con ilustraciones, y en el que a veces la vida nos pide más velocidad y otras un tiempo lento y de espera. Un cuento que, pese a su apariencia de fantasía desordenada y caprichosa, nos habla, como todos los buenos cuentos, de nosotros mismos. De lo que poseemos, de lo que anhelamos, de lo que amamos. De todo aquello que puede tanto destruirnos como salvarnos. Del amor. Ese hilo rojo que siempre está a punto de romperse.
La quimera, como nos recuerda la canción de Battiato que acompaña los créditos finales, es una fábula sobre la geometría existencial, sobre esos pájaros que migran y esconden secretos, que siguen trayectorias imprevisibles e imperceptibles. Tan libres sin casas que pagar. Bajo los cuales somos terriblemente pequeños y estúpidos. Tan atados a la propiedad como derecho que nos define, tan necesitados de una Italia, como la de la película, que nos enseñe a cultivar huertos y a quitar piojos de las cabezas de los niños. El hilo que, si lo seguimos, nos llevará a un mundo en el que, al fin, seamos capaces de cortarle la cabeza a las divinidades que en lugar de liberarnos nos atan. En el que la memoria sea un refugio y no una parte del contrato. En el que la belleza, al fin, se haga más horizontal.
Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
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