Mármol de Carrara
Los años que me queden los dedicaré a la entrega
El mármol de Carrara es blanquísimo, apenas adornado de suaves vetas azuladas y grisáceas. Su fino grano harinoso es apreciado en todo el planeta como material noble vinculado a la grandeza de los imperios y la misión indelegable de los elegidos. Julio César esculpió su colosal obra política en mármol de Carrara. La misma piedra gloriosa, por cierto, que inmortaliza el mausoleo de Berlusconi, fallecido antes de ayer a la edad de 86 años.
El capo de Italia se mandó construir un majestuoso panteón en San Martino donde depositar para siempre los restos de su soberbia. Para ello, contrató los servicios del escultor Pietro Cascella, que modeló sobre 100 toneladas de mármol de Carrara la impunidad de una vida dedicada a la egolatría, la ostentación y la vileza.
Porque hay que recordarlo. El magnate italiano puso el Estado al servicio de su bolsillo, delinquió a manos llenas en horario de oficina, burló impunemente la justicia y, en definitiva, trituró los cimientos de la democracia con una simpatía carismática verdaderamente encomiable. Ese formidable proyecto de corrupción institucionalizada marcó el advenimiento de una nueva era, por cierto, aplaudida con entusiasmo por sus correligionarios.
Hoy su arrogancia descansa en un fastuoso mausoleo inspirado en la tumba de Tutankamon y el emperador Adriano. Los delirios de grandeza se cincelan sobre mármol de Carrara. La historia está plagada de ejemplos que lo certifican. Ahí tienen, si no, el sepulcro de don Miguel Castillejo, cincelado sobre la noble piedra en un conjunto escultórico de diez metros de alto que representa el día del juicio final. El exquisito bajorrelieve fue esculpido por Marco Augusto Dueñas y un presupuesto de 1,5 millones por orden de Rafael Gómez ‘Sandokán’ en un gesto de agradecimiento, suponemos, a los servicios prestados por el cura banquero.
Por razones desconocidas, la obra desapareció durante años para volver a revelarse desguazada en un edificio de Cajasur y la Iglesia del Carmen, de Castro del Río. En mármol de Carrara también mandó construir Sandokán la estatua de 50 insignes cordobeses en un proyecto faraónico que la bruma del tiempo y la vergüenza han escondido en algún lugar de la historia de Córdoba.
La frase que encabeza esta columna la pronunció don Miguel en su última entrevista antes de despeñarse por el abismo de su vanidad. Antes, nos regaló para la posteridad estas palabras sencillas de cura de pueblo entregado al bienestar de sus semejantes (póliza multimillonaria de jubilación aparte). Todos los ególatras confluyen en Carrara. Y en esta entrañable capital de provincia sabemos mucho de eso.
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