Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Lee ahora las noticias de mañana

Érase una vez Villaviciosa...

Alejandra Vanessa

0

Érase una vez un tal Josillo cuya primera gran ilusión era estudiar. Los profesores le decían a su madre “señora, que este chiquillo vale”, pero Villaviciosa de Córdoba era un pueblo pequeño, limitado, que ni siquiera contaba con médico propio. Cuatro hermanos -una hermana minusválida- y la resaca política ocasionada por la Guerra Civil, tampoco ayudaban a que pudiese alcanzar su meta. Él cuidaba de sus hermanos, barría, fregaba y soportaba las risas de los que lo veía con las faenas de la casa.

Su padre era un buen hombre pero de aquel tiempo y se empeñaba en dar de comer a la familia, que no les faltase de nada, de lo imprescindible, entiéndase, dejando a un lado los sueños infantiles del joven Josillo. Fue su abuela la que de extranjis, nueve años él, le pagaba clases para aprender a escribir a máquina a espaldas de sus padres. Siempre sería su cómplice en vida y después de su muerte “siempre tenía una historia para todo”, la evoca José. Tan bonita y triste su propia historia, hija de una hija de los dueños de la finca donde trabajaban los bisabuelos de José, que la criaron. No permaneció ajena, sin embargo, a una educación refinada: clases de piano, canto, teatro... Fue precisamente una compañía de teatro en la que actuaba la que acercó sus designios a Villaviciosa y diecisiete hijos, once vivos, resultaron del amor entre ella y el abuelo, que se llevaban diez años de diferencia. Y su historia cobijó siempre la de Joseillo.

Tenía también de su parte a la profesora Doña Nati Rojo, que le proporcionó yo no sé cuántos libros de la editorial Reno “ahora lee este... ahora este...”. ¡Y a su amigo Manuel Carretero! Una de las personas más influyentes en su vida, estudiante de magisterio, que le enseñó ejercicios de física y matemáticas hasta que ya no pudo más “ya te he enseñado todo lo que sé”. Estos conocimientos le valieron mucho y, cuando tuvo la oportunidad, una vez casado y a sus veintitrés años, se presentó a la reválida en Madrid ¡y sacó una de las primeras notas!

Pronto, a los once años, lo quitaron de la escuela para ayudar en la economía familiar -el mayor como era. Trabajó en una panadería, amasa que te amasa desde las cuatro a las siete y media, que repartía el pan por todos los negocios. La jangarilla se la tenían que echar porque él no llegaba. Y se recorría las calles empedradas sobre el burro, siempre cantando, “como una radio”. Ésta era su segunda gran ilusión, pero sigamos de momento trabajando.

Después le tocó ir al campo con su padre y un tío con el que eran aparceros de las tierras y animales de unas solteronas del pueblo. Y es en aquellas noches, bajo la luz del candil, donde estudiaba los ejercicios de Carretero y se sacó un curso de inglés, otro de francés, de mecánica del instituto americano...

Su abuela la artista, compartía su afición por la música y se encargó de conseguirle clases hasta segundo de solfeo. Tanto fue su empeño que formó el grupo Los súper-Sons y dos veces en semana iba al pueblo en bicicleta, con el freno de alpargata, a ensayar. Y los domingos tocaban en una peña donde les pagaban por cantar, y eso le daba para sus gastillos. La primera gira por la provincia la inició con trece años, y eso porque el escribiente del registro civil modificó su fecha de nacimiento para que tuviese 16 años. La raspó con una cuchillita con tal maestría que hasta José dudó de si no serían dieciséis sus años. Por veinticinco pesetas cantaron en bodas, bautismos y ferias de Villanueva del Rey, Alcaracejos, El Viso, Villaralto... Allá donde ha estado su residencia, le ha acompañado la pasión por la música. Ya en Madrid participó en el concurso “Se busca una voz” y quedó en segundo puesto.

Salió de Villaviciosa con diecisiete años porque, en definitiva, el pueblo no le ofrecía lo que necesitaba. Le une a él un amor de madrastra, a la que se la quiere por haberte criado y se la niega al mismo tiempo por no ser la madre verdadera. “Te quiero porque eres mi tierra, aquí nací, mi madre está aquí enterrada, te odio porque me lo negaste todo, porque no me diste posibilidad de educación y formación”. Fuera del pueblo su vida ha ido saltando entre la mili voluntaria, medicina en la Complutense, ingeniería, apuntes de anatomía en el metro y el autobús, el título de enfermería, por fin, jornadas laborales en telefónica, oposiciones internas, Granada-Jaén-Granada-Córdoba-Madrid-Guadalajara, y unos primeros años en Cataluña que despertaron su amor a las raíces, a la tierra, cuando un amigo y él comenzaron a escribir letras de sevillanas y cantarlas a través de las ondas.

Hacer memoria es sabor y olor a matanza, a tomillo, candelorios, tradición, pero también es aspereza, fatigas, puñados de hierba en los ruedos para los marranos, manos negras de carbón y picón, un canasto cuadrado con paja que oculta animalillos de caza y huevos hasta el coche correo para la prima hermana que tenía una tienda en San Agustín, un “ssshh, niño, si te preguntan que llevamos ahí: no sé”. Y algunos recuerdos que se vuelven amables gracias al tiempo.

Pincha y escucha cómo José debutó en una orquesta: Y volvamos al amor

Etiquetas
stats