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Érase una vez Hinojosa del Duque...

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Alejandra Vanessa

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Érase una vez una historia de besos. Una historia tan besucona que me sonroja contarla. Todo comienza en Hinojosa del Duque con eMe y eNe. Y, bueno, me da tanto corte que... que mejor dejo que siga eNe.

“Nos conocíamos de antes, de cuando chicos. Él y mis hermanos eran amigos porque vivía en la calle abajo. Y no te creas, antes de irse a la mili quiso que nos habláramos. Lo que pasa es que, cuando vino para mí, yo lo mandé a freír espárragos. El pobre. Cuando volvió fue otra cosa. Me preguntó de nuevo y, mire usted, que le dije que sí.

Siempre ha sido muy inteligente, mi eMe. Y muy rebelde. Con seis años lo pusieron en el colegio, porque cuando los padres querían que sus hijos aprendieran los llevaban al colegio. Pero se paraba a jugar con los muchachos y perdía la hora de las clases. Por jugar, perdió un día hasta los libros. Y la madre le riñó, claro.

Después lo pasaron a un colegio de pago. Un colegio importante. Para decirle que el maestro era el padre don Juan Jurado Ruiz, el Vicario General de la Diócesis. Pero él no quería estudiar. A su madre le decía “Madre, que yo no quiero estudiar porque lo que enseñan es la doctrina y yo no quiero aprender la doctrina”. Y como faltaba mucho a clase se lo dijeron a su abuelo, y su abuelo a su madre, y su madre “Ay, este niño no tiene remedio. ¡Pues a un colegio de frailes que va!”. Y allí, claro, lo que le enseñaban era religión. Un día saltó por la ventana y nunca más volvió a la escuela.

De la mano de su padre se fue muy conforme al campo, lo que él quería. Enseguida se enseñó y era el mejor arando, sembrando y segando con las mulas. A sus ochenta y muchos años yo digo que no le echa la pata ningún joven.

De muchacho le pilló la guerra. Y aunque no tenía edad de ir al frente tuvo suerte de que la guerra no se lo llevase muerto. Muchos de su quinta murieron. Jugaban con los fusiles y las bombas que olvidaban en la retirada los soldados. Y lo que pasa. Él mismo se pegó un tiro una vez.

Pero mi eMe era muy listo. Aprendió a desarmar y armar los fusiles. Así que, cuando llegó a la mili era el que mejor disparaba. Tendían una manta en el suelo, la compañía se colocaba en redondo y a él le vendaban los ojos. Le daban dos o tres vueltas con un trapo en la cabeza. Y armaba y desarmaba el fusil. Todas las piezas. Con los ojos vendados. Luego volvió de la mili y me encandiló. Si es que se iban niños y volvían hombres. Muy cambiados.

Ya de novios, le pasó otra que nos costó una regañina. Resulta que mis hermanos eran alfareros. Tenían cántaros. Un día mi madre se fue a comprar y mis hermanos fueron a llevar los cántaros al horno para cocerlos. Llegó eMe y, como era muy servicial y quería estar en mi compaña, me estuvo ayudando a llevar cántaros. Y quiso darme un beso. Y los nervios o la cosa de que llegase mi madre, que los cántaros que llevaba los rompió. Y yo los míos también los rompí.

Si es que las cosas no son como antes. No nos dejaban salir solos, siempre la madre para que estuviesemos acompañados. Y si el novio iba a visitarte a la casa, la madre no se movía del sitio. Y, claro, uno estaba deseando darle un beso a la novia. Y al novio. Pero en la mejilla, que eso de besarse en la boca era cosa de las películas, ya más adelante. Y el pobre al final se iba con las ganas de darme un beso. Vamos, que en cinco años de novios no nos daríamos más de tres o cuatro besos.

Luego nos casamos y tuvimos que irnos de Hinojosa, porque una vez casados ya no había medios con los padres en el campo. Y en el mil novecientos sesenta y dos allá que nos encaminamos. Primero al pueblo, luego cinco años a Ciudad Real y hace ya treinta y cinco años a Córdoba. Treinta y cinco años viviendo en Córdoba.

No nos quiso bendecir el señor con hijos pero no nos ha faltado el cariño de hijos, sobrinos y nietos allí donde hemos ido. El cariño y el respeto. Tenemos ahora un rubillo, un nietecillo, que es en verdad un vecino del bloque, y que es la alegría de nuestra casa, y que tanto lo queremos que más no se puede querer a un nieto.

Pero yo ya no me acuerdo de nada, que estamos muy mayores. No me acuerdo de casi nada. Bueno, de una cosa, del primer beso. El mejor fue el primero de todos los besos. Me lo robó el muy ladrón. Íbamos por la carretera paseando y me distrajo para que mirase un coche que venía por atrás. Que ni coche ni nada venía. Y me lo zampó. En la mejilla. Que los morreos son un invento. Y luego me decía que los mejores son los robados. Los besos robados. Ahora también me lo dice. Los mejores, los robados. Los mejores besos, los robados.“

Pincha en los tres enlaces y escucha atentamente:

Chascarrillo al Vino

Chascarrillo a la Noche de Bodas

Fandanguillo del Río

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