Érase una vez Bujalance...
Érase una vez el nacimiento del teatro. Para quien no lo sepa, el teatro nació allá por los años sesenta en el pueblo de Bujalance, Córdoba. Las creadoras del mismo fueron la niña Carmen y sus cinco mejores amigas, todas de nueve y diez años. ¿Cómo? ¿Que qué? No refunfuñen. Esto es así como se lo cuento. Sí, no pongan esa cara. Hayan leído lo que hayan escuchado yo les aseguro que es así como nació el teatro. Cómo cada generación de niños y niñas hace de la suya la del nacimiento del teatro.
Carmen y sus cinco mejores amigas eran seis niñas del pueblo de Bujalance. Les gustaba jugar a los colores. Se reunían en la puerta de sus casas y allí se los repartían “Yo el rojo. Yo el azul. Yo el naranja.” y así hasta que cada una era de un color.
Un día se les ocurrió una idea. Ya que todas tenemos un color, ¡compremos papel pinocho de colorines y cosamos vestidos! Y así lo hicieron. Los compraron naranjas, verdes... y los cosían como un saco, una costura aquí y una costura allí.
Otro día alguien propuso que ya que tenían una indumentaria tan trabajada tendrían que aprovecharla para algo, ¡podemos fingir que somos cantantes famosas! Y cantaban sin parar y bailaban con sus vestiditos.
Hasta que un tercer día tomaron una decisión definitiva, ¡nos dedicaremos al teatro! Y la gente vendrá a vernos y pagarán por deleitarse con nuestra actuación. Así que las tardes las pasaban de costureras y guionistas. Y otras tantas ensayaban, porque al escenario subían sin letras ni nada. Las mañanas las aprovechaban para la campaña de publicidad y se anunciaban en el colegio. ¡Pues mañana hacemos un teatro en casa de la menganita o la fulanita!
Así que, el día de la actuación, decoraban con esmero el escenario. Utilizaban trapos y sábanas viejas. Y del campo recogían amapolas, florecitas de lavanda y margaritas que metían en botellas, que hacían las veces de floreros del siglo diecisiete. Cobraban una gorda por la entrada, y hasta los padres se asomaban desde la puerta por lo bien que pintaba el espectáculo. Era poquito dinero el que juntaban, pero se compraban una casera de esas antiguas que tenían un botón, y allá que se convidaban para celebrarlo.
En una ocasión se pelearon dos de las mejores amigas en pleno escenario. Se rozaron sin querer y, como era de papel, el vestido se le rompió a una. La que allí se lió: la otra se lo rompió a la otra, la otra a la otra, la otra... ¡se lió la mundial! Pero aquel enfado se olvidó y siguieron haciendo más teatros. Ya lo dijo el sabio: “El show debe continuar”.
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