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El ponente

Elena Lázaro

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El auditorio estaba completo. Ni un solo asiento vacío y un olor dulzón mezcla del ambientador perfumado y el sudor de la audiencia, atosigada por la calefacción de la sala. Algunos de los asistentes habían esperado horas para poder tener asiento en primera fila. No querían perder detalle. La fama de buen orador del ponente le precedía y, sin entrar en detalle, toda la prensa recomendaba la conferencia.

Las luces no tardaron en apagarse. En cinco minutos sólo quedó iluminado el suelo del pasillo y el escenario. Era una luz azul, probablemente con la intención de enfriar lo que se preveía como una acalorada arenga. Así eran siempre sus puestas en escenas. Empezaban serenas. Salía a escena, saludaba y enseguida comenzaba su discurso, en apariencia sencillo, pero medido a la perfección para arrancar la ovación general y lograr levantar al público en el momento justo.

Aún quedaba rato para que llegara ese momento. Al principio fue imperceptible. Sólo un grupo de mujeres sentadas al fondo pareció darse cuenta. Una de ellas dio el aviso. Rápidamente el resto asintió. Era impresionante observar cómo se crecía en el escenario. En unos minutos, aquel hombre diminuto de piernas cortas y poco pelo superaba la altura de cualquiera de los presentes. Antes de llegar al asunto central de su charla, había engordado tanto que las luces del escenario habían desaparecido detrás de su cuerpo.

Encorvado, intentando no romper el techo con su cabeza miró hacia la primera fila y reconoció a su esposa y cinco asientos más atrás al que durante años fue su mejor amigo. La mirada condescendiente de ambos no logró conmoverle. Siguió alimentándose. Se sabía superior, enorme, dueño de esos aplausos y exclamaciones de admiración que lo alimentaban y le hacían seguir creciendo. Había tardado años, lustros soñando con ese momento sublime en el que por fin lograra dar el salto. Estaba fuera de la realidad, en ese nivel superior al que sólo acceden unos pocos privilegiados. Fue a buscarlos y entonces vio que estaba solo.

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