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La ciudad latente

Elena Lázaro

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Leo esta semana a Gaia Redaelli explicarle al mundo que el Derecho a la Ciudad no es un derecho individual que nos asista a cada una de las personas que habitamos las urbes europeas amenazadas por la gentrificación. Me recreo en la idea de la colectividad, en la aclaración de que ese derecho es algo común y caigo en la cuenta de que sólo la inteligencia colectiva, y no las ideas geniales que nazcan del momento eureka de un solo individuo, será la que nos garantice su disfrute.

Últimamente todos mis caminos conducen hacia esa misma conclusión. Hace apenas una semana hice esa deducción escuchando a Karen Purcell describir el avance de la ciencia ciudadana en Estados Unidos y a los responsables de varios proyectos europeos que basan su metodología en la participación inclusiva de la ciudadanía. No habrá más einsteins ni galácticos de la ciencia; sólo personas capaces de pensar juntas.

Me entretengo imaginando la extinción de los liderazgos personalistas y me permito no repasar las portadas de la prensa para no caer en el desánimo que me provocan los días preelectorales y su lucha testosterónica.

La tentación es poderosa. Cuando incluso en ciudades como Córdoba donde ya parece todo dicho hay quien pretende presentarse como mesías contra todos nuestros problemas ¿cómo no mirar esos titulares esperanzadores que prometen el paraíso tras el último domingo de mayo?

A dos meses de las elecciones municipales, el discurso de la solución milagrosa resulta agotador. Prefiero regodearme en la ilusión de mirar sólo a la ciudad oculta. Es esa parte de ella que no ocupa titulares; que no ve pasear candidatos por ella; la que no luce en el instagram de quienes la visitan; la que parece tener alergia a la oficialidad y en la que, precisamente, hace décadas que desaparecieron las grandes individualidades y piensa en clave colectiva. Es la Córdoba latente que pervive a pesar de los fondos de inversión gentrificadores y la cultura oficial de grandes fastos. Es la Córdoba que permitió la existencia de Equipo57 o el Círculo Juan XXIII cuando la clandestinidad era obligada, y que sigue favoreciendo la existencia de propuestas de inteligencia colectiva como la de Ciudad Creativa, la Asociación de Amigos de Medina Azahara o los Patios de la Axerquía. Personas capaces de pensar juntas, de reconocer el talento y huir de los reconocimientos públicos de masas, incluso cuando sus logros alcanzan una universalidad a años luz de lo que pueda alcanzar el provincianismo globalizador por mucho salmorejo que venda.

Puedo enumerar una larga lista de personas de esa red de pensamiento colectivo y estoy convencida de que muchas quedarían atrás. Por eso me limitaré a caracterizar su diversidad. En esa Córdoba latente están las personas que crean, las que imaginan nuevas iniciativas, las que gestionan, las que incluyen, las que construyen nuevas redes y las que facilitan. Todas ellas constituyen el latido que mantiene viva a la Córdoba de cartón piedra que unos fotografían y otros quieren arreglar a base de promesas electorales.

Es la ciudad que late, la ciudad latente.

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