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Ponme BURRA...

Rakel Winchester

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Y no es que las ferias medievales me encanten, pero me pillaba de paso. De hecho, iba camuflada tras mis gafas de sol intentando ni respirar aquel aroma a carne que tanto me echaba para atrás.

Los vendedores de los puestos portaban disfraces de la Edad Media, pero se apreciaba visiblemente que pertenecían a este siglo... hasta que mis ojos se cruzaron irremediablemente con ÉL. Por segundos dudé en si era una alucinación, alguien de otra época que mi cerebro había inventado entre tanta confusión de olores, dulcineas, cetreros, capas y sombreros con pluma.  Llevaba un pañuelo cubriendo su cabeza asomándole dos trenzas largas y finas que culminaban en una goma  naranja excesivamente gorda. Y ese elástico tan actual fue quien me hizo saber que no era un espejismo. Que era real.

Estaba en “posición vigilar” a la entrada de una especie de cabaña con barra donde se asaba un animal entero. Una nodachi negra colgaba de su espalda y con ambas manos se aferraba a una espada de cuento fantástico, marcando bíceps y tríceps de manera descomunal, como si se la fueran a robar,  con unos hombros llenitos de tatuajes mexicanos y símbolos tribales. “El Guardián de los Infiernos”, con bermudas y camisa sin mangas -de “sisagenerosa”-  parecía no tener cuello por lo exagerado de su postura. Eso sí, tras ese cuerpo enorme  y seguro que gustosito y blandito, salvo brazos y gemelos, se apreciaba una encantadora cara de Pancho Villa -con visibles signos de haber peleado a hierro- adornada con una barba y un bigotito pa' comérselo, dejados crecer a su amor, que humedeció mi interior hasta sólo desear apachurrarle entre mis brazos.

Me acerqué tímida al mostrador y pedí un vino caliente. Controlé la hora en mi teléfono móvil, aparentando haber quedado.

Aquel vikingo ni siquiera se dignó a cambiar de postura, aunque procuré rozarle levemente al cruzarme con él acertando  escuchar una especie de gruñido a mi paso que me aflojó las piernas del gusto. Sonrió. Sólo tenía dos caras: bruto serio y tierno sonriente. Uno de esos trogloditas que -secretamente- tanto me ponían, porque aunque cuando odiaban lo hacían con rencor profundo, cuando amaban AMABAN con todos los sentidos. De sentimientos puros. Sin dobleces. O sí o no. O blanco o negro. Mmmmmm...

Una chica vestida de doncella salió preocupada a decirle que iban a necesitar más carbón. Que tenía que buscarlo antes de que cerraran, porque al día siguiente era fiesta.

-Sin prisa, que para hoy tenemos...-le tranquilizó.

Refunfuñó, pero poco más. De esos especímenes básicos de pocas palabras.  Clavó la espada en el suelo pensativo, y volvió su cara hacia mí:

-Señorita, está sola? JEJEJE...-su risa era ruidosa y exagerada...

Por dios, por dios, lo que me entró por el cuerpo al poder observarlo de cerca...

-Estoy esperando a...-no me dejó terminar mi susurrillo...

-¿Podría usted decirme, ya que soy forastero, dónde puedo encontrar carbón en esta humilde ciudad que debe ser la suya? JEJEJEJE...

Cada vez que escuchaba esa risa extendida de borrico se me encendía el deseo sin querer. Y antes de haber dicho ni hecho, estaba montada en su furgoneta camino de la nave apartada donde lo vendían.

Cargamos los sacos y comenzamos a conversar antes de que arrancara. Bueno, yo tan sólo escuchaba y miraba. Gesticulaba como un salvaje, me relataba anécdotas como si me conociera de siempre,  me daba golpes en el brazo con el envés de la mano como si temiese que no le prestara atención y se carcajeaba estruendosamente. Me quité las botas para estar más cómoda advirtiendo que la cosa se alargaba y él ...charlando como una cotorra.

Mis manos estaban refugiadas entre las piernas del frío, y comencé a rozarme con disimulo las bragas, suavemente, disfrutando con la boca hecha agua por su espontaneidad y acechándole ya con ojos de gata cimarrona.

Me preguntó mi nombre, aún no nos habíamos presentado, y con esa ingenuidad que me tenía tan cachonda hizo amago de darme  ahora los dos besos de rigor poseído por el espíritu de Fofito.

Cuando quiso darse cuenta estaba devorando su boca con deseo. Enardecía de ser correspondida entretanto me agarraba la cara con inmensa ternura obligando a mis labios a no despegarse de los suyos. Lo sabía.  Sabía que detrás de un cromañón siempre hay un blandito. Su beso adolescente no se acababa nunca. Esa lengua imparable tan poco común a estas edades con regustito a amor en toda su pureza... que comenzaba a incendiarme. Podía haberle besado hasta el infinito, como si no hubiese un mañana... hasta que mi voz entró dentro de su boca sin permitir espacio al aire...

-...y nosotros perdiendo el tiempo... mmmmm... -mezclaba mi aliento con su aliento- ...pudiendo buscar un sitio oscuro donde aparcar... mmmm...

Apartó su cara de la mía y gritó bruto como él solo:

-¿Y YO QUÉ SABÍA QUE TÚ... ? ¡SI MIRA CÓMO ESTOY!!!- y acercó mi mano con fuerza a su pene duro como un ñusco, guiándome la muñeca con la suya para que lo percibiese. Y bien percibido.

Arrancó con movimientos toscos y se metió por un camino cerca del río mirando al frente con los ojos muy abiertos.

Yo lo observaba con una sonrisa. Tenía un troglodita empalmado con su espada en el salpicadero... y sólo para mí.

Estaba oscureciendo. Aparcó donde primero pudo con una gran frenada. Soltó el volante y con gesto hambriento me atrapó por la cintura colocándome en el asiento central y me echó hacia atrás de un empujón destrozándome la nuca con la manivela del elevalunas. Pero no sentí dolor alguno.  Desatada levanté mi pelvis con intención de despojarme de los pantalones  y, antes de haber finalizado el gesto, me los había arrancado de un solo tirón, bragas y calcetines incluidos.   Se arrodilló en su asiento, clavándome esos dedazos, agarró mis muslos  y abrió mis piernas con los brazos en cruz obviando preliminares y  haciendo desaparecer mi sexo en su boca, devorándolo en un festival de gruñidos y chupetones al que no pude resistirme.

Agarré su cabeza con una mano empujándola más adentro, su nariz se frotaba en mi clítoris... y el continuo golpeteo de mi cuerpo con las paredes de la furgoneta me hacían morir de placer. Y de repente, esa fiebre en el centro de mis labios  candentes que avisa de que se va a producir el éxtasis...y ese tremendo dolor que soporté sin respirar para sentirlo en su máxima potencia. Cuando pensaba que no quedaba nada más... que esa tortura previa por fin iba a abrir las puertas de ese otro sentimiento extremo que llega después, que nada tiene que ver,  y que te empuja a chillar... aparté su cabeza con delirio y me apreté con fuerza retorciéndome y ofreciéndole una bonita audición de jadeos y sofocos que le hicieron gruñir cual bárbaro que se lanza al campo de batalla. Perdí la noción de hallarme en lugar alguno, cerré los ojos dándome todo igual... cuando escuché un “clik” que en ningún momento me inmutó para poder seguir controlando mis convulsiones. La puerta del coche se abrió a mis espaldas y la mitad de mi cuerpo cayó colgando hacia atrás. Boca abajo y borroso vi cómo ese Cónan se acercaba tomándome con dos manos y sacándome de allí, haciéndome olvidar la gravidez, y me empotraba de espaldas a él contra la luna delantera del coche. No me dejaba tiempo para asimilar, para incorporarme, para... respirar.

Boca abajo, en posición de orar, intentaba buscar dónde agarrarme para no escurrirme  y recomponer mi camiseta aún puesta... en el tiempo en que noté que su palma abierta se introducía por entre mis piernas agarrando ese territorio recién tomado con salvajismo por mi héroe. Su dedo anular coincidía con la ranura que dejaban mis labios y lo restregaba de alante a atrás con esa zafiedad de sólo se le permite a un bruto.  Yo resollaba  ensordecedora sin vergüenza alguna, cansada, aun sin haber tomado apenas iniciativa. Cuando casi había tenido conciencia de estar al recacho, subida en aquel morro de la furgoneta, una fuerza invisible hizo que mis piernas quedaran estiradas y, a la par, mi barriga se chocó contra el capó en un golpe seco.  Acompañada de mi propio sudor se resbaló hacia atrás y por un momento temí caer al suelo. Pero no, mis tobillos estaban bien sujetos,  al límite de la tortura.

Imposible describir lo que aconteció en los diez minutos siguientes en que aquel cavernícola sexual, ayudándose de sus enormes manos, se adentro en mí.  Mi vagina fue objeto de una inesperada profanación de entrañas,  forzada pero consentida,  con un fondo de cabezazos contra la luna delantera, destrozándome el vientre por la fricción al ritmo de su penetración y reventando ahora yo mis nudillos para acrecentar el placer como nada más que yo sé hacer cuando quiero correrme pronto.

Quejidos dulces los míos ocultos por sus gañidos... suaves suspiros envueltos por sus gruñidos... y mis pupilas dilatadas cuando invirtió mi cuerpo para entrar en mis ojos de cerca mientras eyaculaba en mi vientre con énfasis y mirada perdida, en un desfile de fuegos artificiales que salpicaba mi rostro, mi cuello,  mi camiseta, donde el pudor no encontró lugar y las puertas quedaban abiertas con la única norma de sentir.

Cayó derrumbado sobre mí, alzó la vista, sonrió y gritó alzando el puño:

-SKINCHICHI!!!

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