Perversidad
En una biografía que sobre Fritz Lang que leí hace algún tiempo (no recuerdo si fue la de Michael Toteberg o la de Gene Phillips. Cosa de los excesos, supongo), se ofrecían escalofriantes datos y escandalosas afirmaciones sobre la personalidad y conducta de una de los mayores y más tenebrosos genios que ha parido la historia del cine. Se aseguraba que no estaba nada claro el rechazo inicial de este aristocrático judío al poder y los honores que le ofrecía el Reich, que es más que probable que asesinara a su primera mujer cuando ella descubrió que su infiel marido estaba liado con Thea Von Harbou (fanática miembro del partido nazi y coautora de algunos de sus mejores guiones), que le iba el sadomasoquismo. Lástima que en la mayoría de las ocasiones la imagen que nos hemos formado de gente cuya obra nos enamora no guarde ningún parecido con la realidad (Woody Allen incluido).
Mankiewicz, otro de los maestros de la cinematografía de todos los tiempos, que fue el productor ejecutivo de Furia, la primera película americana de Lang, fue acusado por éste de haberle obligado a cambiar el desolador y lógico final por otro dulzón, falso y feliz. Cuando se le preguntó al autor de la maravillosa Eva al desnudo si era cierta la acusación de Lang, éste se escaqueó con culpables evasivas pero dejó claro que en su opinión Fritz Lang se comportaba como un nazi convencido de sus atributos divinos, y también como un notabilísimo hijo de puta en las relaciones personales y profesionales. Es más que probable que Mankiewicz también fuera un mal bicho. Lamentable, pero ¿qué me importa? Habrá que otorgarle la razón al cínico Harry Lime en El tercer hombre cuando justificaba la venta de penicilina adulterada y otras barbaridades haciendo una comparación espeluznante: “Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas… pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco”.
Anoche, viendo en la magistral Perversidad el comprensible y patético enamoramiento de Edward G. Robinson, su sumisión a un trabajo gris y a una esposa intolerable mientras que sus espíritu se vuelca en sus pinturas, su progresiva humillación y degradación por culpa de una hermosa mujer, de un espejismo traidor y del chulo que la manipula, su enloquecida explosión sentimental cuando asesina a su mezquina razón para vivir, su sentido de culpa y su trágico derrumbe final, me da igual que el creador de esta pesadilla (de tantas inolvidables pesadillas) fuera Adolf Hitler o Jack el Destripador. Fritz Lang fue un enorme artista que nos habló con el lenguaje prodigioso del alma humana, de su complejidad, de sus sueños y de su derrota
0