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ENTREVISTA N&B

Soledad Castillero: “Muchas generaciones huyeron de lo que les contaron que es lo andaluz”

Entrevista a Soledad Castillero

Juan Velasco

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Soledad Castillero (Montalbán, 1987) recuerda bien La Corredera de los años en los que estudiaba Turismo en Córdoba. “Anda que no he echado yo horas aquí”. Es viernes 25 de noviembre y quedan unas cuantas horas para que las mujeres se vuelvan a echar a la calle y unas pocas menos para que Castillero presente en Córdoba su última investigación, en el marco del Congreso Andaluz de Sociología.

Lo que la trae a Córdoba es Las sin Tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza, un proyecto con el que esta antropóloga cordobesa especializada en el campo de la producción alimentaria y la inmigración y que trabaja en la Universidad de Granada, ganó el premio Memorial Blas Infante, y su posterior conversión en un libro publicado por Almuzara. Su visión es muy interesante, en tanto a que aborda lo andaluz analizando los tópicos generados (desde fuera, casi siempre) en torno a las mujeres que habitan esta tierra. Una obra que, además, pone el foco en aquellas que no tienen ni nombre: las jornaleras de la fresa de Huelva, mujeres migrantes que han heredado los peores trabajos de la cadena alimentaria de las mujeres andaluzas, sin que ni siquiera estas últimas hayan escalado realmente en el ascensor laboral hasta la cúspide.

Un libro que sale, por otra parte, en un momento en el que Andalucía cada vez suena más desde lo femenino y en el que la imagen de la mujer andaluza se aleja de la sexualización y se aproxima más a la de la creación. La Andalucía de hoy es la de Gata Cattana, Rocío Márquez, Laura Hojman o Cristina Morales. Así que, como es 4 de diciembre, es buen momento para hablar de la Andalucía de mañana.

PREGUNTA. Bueno, por fin presentas en Córdoba el libro, que ya lleva unos meses en la calle y ahora ya es también de los demás. ¿Cómo ha crecido en ti el libro en este tiempo que ha pasado desde que salió?

RESPUESTA. Pues la verdad es que es una gran responsabilidad, porque a la hora de hacer presentaciones públicas, de alguna forma es una especie de desnudo integral que una hace como autora. Porque la gente puede leer el libro en sus casas, pero al tenerte presente, juega un halo de doble responsabilidad frente a las personas que han empleado su tiempo y su interés en conocer un poquito la obra, que no se puede separar de la autora. Sí que es verdad que, para mí, las personas que aparecen referenciadas a lo largo de todo el trabajo y que una obra de esta temática haya sido merecedora de este premio es una gran alegría. No tanto por mí, sino porque veo que la sociedad está haciendo un click y los feminismos andaluces están en la agenda. Eso significa que hay una preocupación hacia un sector de la sociedad que no siempre ha ocupado un espacio central o el que se merecía. 

El problema es que el dilema de lo andaluz esté entre cumplir el tópico o rechazarlo

P. El foco en el libro está puesto en la mujer andaluza. ¿Cuál es el papel que juega la mujer en el imaginario andaluz?

R. La mujer andaluza se ha construido desde un imaginario foráneo y desde lo que se denominan las grandes artes, la pintura, la literatura, el cine, el teatro. Y esto ha derivado en una serie de arquetipos que han dado lugar a un mito muy fácil de reconocer: una mujer altamente sexualizada, muy flamencona que no flamenca, de clase baja, sin un oficio reglado, sin capacidad de agencia política transformadora propia, y muy separada del resto de personajes, tanto en sus formas físicas como actitudinales. Cuando pensamos en una mujer andaluza, automáticamente se despiertan una serie de dispositivos que no son naturales ni casuales, son causales; vamos a referir todo aquello de lo irracional, lo banal, lo bello y a la misma vez lo fatal, lo oscuro, todo lo que tiene que ver con sabiduría popular pero no con conocimiento hegemónico… Y esto tiene un gran problema, que ha hecho que al final el patrón de mujer andaluza sea muy reduccionista y represente poco más que una imagen pictórica pasiva. Entonces, hemos barrido una serie de luchas históricas lideradas por mujeres, tanto en los centros de trabajo como en otros ámbitos que tienen que ver con el periodismo, el sindicalismo, la lucha por los ecosistemas, y toda una salvaguarda y una custodia de saberes y cambios de posiciones en ciertas situaciones, que han hecho que muchas generaciones no se sientan representadas con aquello que les han contado que es una mujer andaluza o lo andaluz. 

Y como sus luchas no aparecen en los libros de texto, ni han sido representadas en el mismo nivel que las luchas que han llevado a cabo las mujeres de otros países y territorios del estado. Esto ha hecho denostemos todo lo que tiene que ver con lo andaluz y que muchas generaciones hayan avanzado hacia un blanqueamiento de su acento, de su forma de vestir, ocultando sus lugares de origen si eran pueblos, pedanías, aldeas, el mundo rural. Porque la cosmovisión que se creó de lo andaluz no difiere del mito creado en torno a la mujer andaluza. Porque no se pueden disociar. La mujer andaluza aparece, en una tierra de consumo, como una mujer accesible, menos seria que el resto, y eso ha llevado a un montón de generaciones de mujeres a pensarse desde el otro lado, porque entendían que en su propio concepto no encontraban situaciones que fuesen ejemplo de poder o empoderamiento.

P. En lo cultural, que es una de las bases del ensayo, hay una imagen que es la de Julio Romero de Torres. Viniendo hacia aquí has debido pasar por su museo. ¿Qué papel juega La mujer cordobesa en el libro?

R. Pues está Teresa López que es precisamente La chiquita piconera. La chiquita piconera es una imagen universal, pese a ser algo muy local: el cúlmen de la belleza cordobesa. Y significa el cúlmen de la belleza andaluza en general. Además, el Estado, en pleno régimen, llevo a cabo una táctica muy buena, que fue la de apropiarse de esa imagen como imagen de la nación. De hecho, se imprimió en billetes y su cara ha sido imagen internacional de la mujer española. Porque España tiene algo muy curioso, que rescata lo andaluz pero sin los andaluces. Es decir, se ensalzan todos los elementos culturales que tienen que ver con su gastronomía, su arte, el flamenco y, al mismo tiempo, denota todas las formas de ser y estar en el mundo y de convivencia que tiene que ver con la gente que está viva, con la cotidianidad de la gente. Este caso es muy concreto pero sería una referencia muy clásica para entender cómo se ha dibujado en el imaginario popular lo que es una mujer andaluza. No es casual que el nombre de la persona que posó para esa pintura sea desconocido para la mayoría de la población, porque cuando la persona toma vida, el interés desaparece. Y eso, a lo largo del libro se analiza con una serie de mujeres similares a La chiquita piconera, como La Venus andaluza de George Apperley, o en el cine, con Malvaloca o Carmen de Bizet. Son mujeres cuya identidad o ha sido suplantada por actrices de otras partes del territorio que, o han imitado o han forzado una forma de ser muy estereotipada. Luego está el caso de Manuela

P. Esa era Charo López.

R. Sí, exacto. Y una mujer que vende melones en Lebrija es imposible que hable un castellano neutro. Neutro entre comillas, porque la neutralidad no existe como tal. 

P. Ni existe ni es deseable.

R. Claro. Pues la encarnación de esas mujeres ha pasado totalmente desapercibida porque lo que interesa es la museificación, no sólo de las mujeres, sino del propio territorio. Esa imagen ficticia para el consumo y la exportación. Andalucía juega un papel que tiene mucho que ver con dar y muy poco que ver con recibir. Por eso es una región que exporta alimentos y no está industrializada. Por eso es una región donde las personas vienen a pasar sus vacaciones, mientras las andaluzas se quedan sirviendo cafés. Esos nichos laborales, además, han ido cambiando con la población migrante, pero la cotidianidad ha sido totalmente suplantada por el imaginario de lo que es una mujer andaluza y el pueblo andaluz por lo pictórico. Esto es lo que Debord llama La sociedad del espectáculo, cuando son los capitales y los intereses comerciales los que dialogan y no las realidades genuinas de la gente. 

Para que aquí se viva bien, Andalucía tiene que frenar y dejar de producir para otros

P. También exportábamos chachas, porque uno de los ideales de la mujer andaluza que ha habido durante años en este país, y que ahora ha cambiado, porque ahora las chachas son inmigrantes, era el de La Juani, de Médico de Familia. Para generaciones como la nuestra, la mujer andaluza era una mezcla entre La Juani y las folclóricas como Rocío Jurado o Isabel Pantoja.  

R. Claro, pero además, una Jurado y una Pantoja desempoderadas y vacías de contenido. Porque las folclóricas, si algo han hecho ha sido partir la pana. O sea, eran mujeres que tenían que pelear en sus puestos de trabajo tres veces más que sus compañeros flamencos. Lo tenían todo en contra. Eran cabezas de familia, sustentaban la economía familiar. Y, sin embargo, lo que se ha exportado ha sido el ole ole, vacío de contenido. Y, por supuesto, la imagen de la chacha que podemos ver en La Juani, sigue muy presente en la interpretación que se le da a la mujer andaluza. Por cuestiones como la carga histórica que tenemos de las grandes migraciones. Las mujeres andaluzas a Cataluña iban a limpiar, no iban a trabajar en bancos. Y ese imaginario colectivo permea y ese diálogo Norte-Sur sigue permeando. Fíjate, en el 68 en París se creó un manual que se llama Conchita et Vous, y es una guía práctica para enseñar a las empleadas de hogar españolas a trabajar en Francia. Pero la portada de este manual es una mujer vestida de faralaes, vestida de flamenca, con un vestido y una peineta y el pelo moreno muy largo. A ver, Conchita no es española, Conchita es andaluza. Y ese imaginario de Conchita sigue permeando hoy, aunque esos nichos de precariedad, como tú muy bien decías, pues se han dejado a las poblaciones del Sur que se incorporan y que ahora son mujeres de Centroamérica, de Latinoamérica, del Norte de África, etcétera. Y las Conchitas de entonces se incorporan a otros puestos de trabajo, pero sin que se haya dado un salto cualitativo hegemónico aún. No creamos que, porque haya sectores como el mundo de los cuidados que hoy estén representados por otras figuras, la mujer andaluza ya está en una posición de hegemonía o de poder o algo así.

P. Eso lo que mejor lo muestra es la Ley de Dependencia. En Andalucía tiene nombre de mujer. 

R. Claro. Sí, totalmente.

P. Hay otro arquetipo de mujer andaluza que es distinto a estos que hemos hablado que es el que dibuja Lorca: esa mujer sufriente y que constituye otro tipo de musa. ¿Cómo confronta con el resto de musas andaluzas del cine o la pintura?

R. Pues tengo que decirte que la mujer lorquiana es mucho más cercana a la realidad que el resto de mitos creados por la huella de los románticos del siglo XIX, esas imágenes orientalizadas y exotizadas. Yo creo que Lorca era muy consciente de la realidad y hablaba mucho de la oscuridad, de esa España oscura que él vivía. Esos contextos de cortijos, de desasosiego, que tiene mucho que ver con las condiciones materiales del momento… Para mí, la mujer lorquiana tiene mucha más representatividad o legitimidad que el resto de mitos. Los souvenirs, que son un producto muy simbólico, porque es una especie de carta de presentación de un territorio, siguen mostrando aún una fetichización y una sexualización de la pobreza. Hablo de esas mujeres del Sacromonte sucias, bajando descalzas por los barrancos o amamantando en plena calle. Eso, a día de hoy, es una producto comercial y es con lo que el turista se queda que es una mujer andaluza. Y ahí, la obra de Lorca, vibra más con una parte de una sociedad andaluza muy concreta que él describe. 

P. Es curioso que siga siendo turísticamente rentable la imagen que nos dieron los viajeros románticos del siglo XIX. La imagen que seguimos exportando, en parte es esa: el traje de peineta y, de ahí no me muevas…

R. Claro, pero es que además es una peineta sin revolución. Porque una peineta puede ser un elemento de empoderamiento, de revelación. Joder, es que las mujeres del Sacromonte eran currelas, es que eran creadoras, es que son las creadoras de las zambras. Y, además, sin ningún tipo de posibilidad de conciliar. Estas mujeres bailaban con los bebés en las manos. Esas mujeres eran trabajadoras y no se les ha reconocido como trabajadoras, son mujeres que crearon escuelas de baile, escuelas de arte, y sin embargo, pasan como pobres fetiches por una construcción foránea y masculina. Porque aquí juega la doble perspectiva: lo foráneo y lo masculino, y la poca interpretación. No se ha escarbado nada. ¿Cómo se llamaban esas mujeres del Sacromonte? ¿Quiénes eran? ¿Qué apellido tenían? Por ejemplo, La venus andaluza se llamaba Enriqueta Contreras. Yo he podido tener acceso a ese conocimiento porque era la mujer de Apperley, del pintor. Pero es que Apperley se especializó en pintar mujeres de las zambras en cuadros a los que llamó Idilio, granujilla, gitanilla, La espera, ídolo eterna… Las palabras crean mundos: ¿a qué estamos reduciendo ese mundo femenino? Es imposible tener acceso hoy a quiénes eran, por qué vivían, por qué posaban, qué relación tenían con este tipo de artistas. Hay toda una historia silenciada detrás de una imagen concreta que es la de la musa. Fin. 

Romantizamos las sociedades del buen vivir con regiones empobrecidas

P. Antes te preguntado qué papel juega la mujer andaluza en el imaginario popular. Ahora te pregunto por el papel que juega en la Andalucía real. Yo, por ejemplo, considero que Andalucía es un matriarcado dirigido por hombres.

R. Muy bien, muy bien. Porque, al escucharte decir que Andalucía es un matriarcado, automáticamente te iba a decir no. Porque hay una idea ilusoria de que la mujer andaluza siempre ha estado en el centro, o todas hemos crecido con mujeres andaluzas cerca, pero claro, esto no resume que esto sea un matriarcado. Al contrario, lo que hay es que explicar son precisamente las ausencias y los hombres dónde han estado. Las mujeres hoy siguen ocupando las peores cifras de pobreza, los niveles de desempleo más altos. La pobreza severa, que es la incapacidad de tener acceso a una alimentación saludable cada dos o tres días, sigue afectando más a las mujeres, y las mujeres siguen ocupándose de los ámbitos más básicos que son la limpieza, el sector de los cuidados y, dentro de la industria alimentaria, bajo una idea biologicista, se han femenizado muchos oficios por la idea romántica de que tenemos las manos más delicadas o que nuestros cuerpos son más flexibles. Esto ancla la feminización de la pobreza a la idea de que las mujeres no puedan ocupar otros puestos de trabajo ni ascender en la escala laboral porque se las relega a unas actividades muy concretas.

P. ¿Por ejemplo?

R. Pues en la producción alimentaria y el turismo. Las mujeres se dedican a recolectar los frutos que están más cerca del suelo. Y esto tiene que ver con los trabajos de peor prestigio, porque todo lo que esté cerca del suelo recuerda al mundo animal, a las cuatro patas, a lo que no es tan humano. En el caso del fruto rojo, que es el que yo documento en el libro, las recolectoras son en su mayoría mujeres y, en épocas de crisis, la incorporación de los hombre las relega a la periferia de forma inmediata. Ahí se ve el utilitarismo y lo falsario en la idea de que la mujer está totalmente incorporada al mercado de trabajo. También se ve en la manipulación, en el envasado o etiquetado de las cooperativas, donde son de nuevo mujeres las que ocupan estos puestos. Sin embargo, los puestos de dirección o lo que tiene que ver con manejo de maquinaria, conservación de las fábricas o electricidad, saneamientos… ahí es muy complicado encontrar a mujeres ejerciendo estos servicios. De modo que la mujer andaluza hoy comparte patrones con las mujeres del sur global por los patrones que Andalucía, como territorio del Sur de Europa, comparte con los territorios del sur global. Y eso teniendo en cuenta que, además, Andalucía es un territorio fronterizo y ejerce de Norte también con la contratación en origen de mujeres marroquíes, con la Ley de Extranjería o con otros dispositivos de poder que sí que tiene, y que están más vinculados al Estado y a su pertenencia a la Unión Europea. Pero, retomando la pregunta sobre la mujer andaluza, esa idea de matriarcado feliz y poderío; pues poderío sí, pero con unas herramientas muy limitadas.

P. Claro, yo hablaba casi de un matriarcado freudiano. 

R. Sí.

P. Es curioso, porque se habla mucho de la feminización de la pobreza, que a fuerza de repetirlo casi se ha convertido en un eslogan vacío. Porque, por ejemplo, no se puede hablar de la feminización de la pobreza si no se habla con la misma fuerza de la masculinización de los cuidados o de la vida doméstica.

R. Claro, no se habla de la masculinización de los cuidados porque entonces hablaríamos de un reparto más equitativo de las tareas de la vida. La feminización de la pobreza se hereda de mujeres autóctonas a mujeres migrantes. Son nichos laborales que, si seguimos poniendo el foco en los cuidados y la producción alimentaria, nos damos cuenta de que los patrones se repiten en las economías de todo el Mediterráneo. La sustitución de la mano de obra conlleva heredar las mismas condiciones laborales, e incorporando el componente étnico y de procedencia, que tiene un impacto muy concreto. Hay mucha mitificación sobre las mujeres contratadas en origen. Son mujeres que llevan 20 años en el territorio andaluz, que tienen una aportación esencial al país, y se siguen viendo como “las moras”, las “temporeras”. Hay un desconocimiento total sobre la realidad de más de 20.000 mujeres que vienen cada año y que viven en nuestro territorio y que no son consideradas partes esenciales de Andalucía. Andalucía hay que desmitificarla desde los patrones culturales hegemónicos para dar paso a toda la diversidad que tiene el territorio andaluz, sin el que no se entendería. De hecho, antes me has preguntado cómo comemos los andaluces, y yo preguntaría mejor gracias a quién comemos los andaluces. Si nos fijamos en polos productivos tan importantes como el sector hortifrutícola de Almería, allí la mayoría de las personas son de otras latitudes: africanos, del Este de Europa… O sea, hay que repensar étnicamente de qué hablamos cuando hablamos de lo andaluz.

La feminización de la pobreza se hereda de mujeres autóctonas a mujeres migrantes

P. La Andalucía que tendremos será más morena.

R. Claro, sí, es una expresión muy bonita. Y tiene que ser así, pero, ojo, tiene que ser reconocida como andaluza. La contratación en origen se da en todo el mundo pero en Andalucía tiene la connotación de que prioriza a las mujeres, bueno pues el problema es cuando se sigue creyendo que lo que le pasa a las mujeres contratadas en origen es algo que le ocurre a “las otras”. Cuando se sigue mirando desde la subalternidad y del “nosotras frente a ellas”. No, señoras y señores, son mujeres que vienen, viven, aportan a las arcas públicas, a las poblaciones, a la propia economía circular de las ciudades en las que habitan. No se puede seguir pensando, primero en la migración como problema, teniendo en cuenta, además, que ésta es una migración muy aceptada porque tiene pactado el retorno la campaña; y mucho menos se puede seguir pensando en la emigración como un problema exclusivo de los y las emigrantes. Es decir, no se puede seguir culpabilizándolos de todo lo que les ocurre a nivel sanitario, de derechos sociolaborales. No, lo que pasa en Andalucía es responsabilidad de Andalucía y, para hablar de Andalucía con propiedad, hay que incorporar a todos estos sujetos que juegan papeles centrales para el motor económico y social. Sobre todo por los tipos de empleos que están ocupando. Es que están librando sectores básicos sin los que la sociedad se pararía. Es que sí hubiese una huelga sólo de personas extranjeras en los campos de Andalucía sería una tragedia.  

P. Eso sin contar esa idea de romantización de que los inmigrantes vienen a hacer los trabajos que no queremos los españoles, que planta en el cerebro la idea de que ellos “quieren” hacer esos trabajos. Es muy perverso porque los motivos por los que esta gente acaba aquí muy a menudo son ignorados. 

R. Claro, no es solo el mito de que ellos quieren trabajar así, que básicamente es responsabilizarles de los problemas sistémicos, sino que, además de eso, se sobreentiende que España o Andalucía les está haciendo un favor. Para empezar, aquí hablamos de cooperación al desarrollo y los contratos en origen se trabajan a partir de la idea de que son una cooperación. A estas mujeres se les contrata a partir de unas características específicas, que tengan cargas familiares y sean del mundo rural, para que el retorno sea más seguro. Bueno, en mis entrevistas con productores y personas del sector, cuándo les preguntas por qué tiene que ser así, yo he escuchado la frase de que “si no son así, cuando vienen a la tierra prometida, no las llevas patrás ni amarras”. Esto es literal. Y claro, esa idea de que, como vienen de otros países, todo vale, está creando lo que Achille M’Bembe llama cuarto mundo, que son las personas que habitan este primer mundo pero en condiciones infrahumanas. Esta idea de que “ellos quieren” o la de que “en sus países están peor” es lo que hace que se naturalice la presencia de asentamientos chabolistas en plenas ciudades. Esto ocurre tanto en la provincia de Huelva como en Almería, cuando vamos al Cabo de Gata…

P. Campohermoso. El nombre de ese cuarto mundo en los invernaderos de Almería es una paradoja brutal.

R. Claro. Lo atraviesas y ahí viven personas. Y esas personas viven en Andalucía y ese es un problema de Andalucía. Esas personas tienen que tener una representatividad en lo andaluz y ser parte de la deconstrucción del mito de lo andaluz como el tablao todo está bien.

P. Los datos dicen que hay más mujeres que hombres y que la mujer se está incorporando al trabajo y, al mismo tiempo, con los peores sueldos. ¿Eso a dónde lleva? Pues cualquiera diría que, si no se cambian las condiciones de las mujeres, vamos hacia una sociedad más pobre. 

R. Claro. Yo me centro en el sector de la producción alimentaria, que es el que yo trabajo. Y yo ahí he visto una sobreproducción obligada para poder ser competitivos en los mercados agroalimentarios globales. O sea, se sobreexplota el territorio, se sobreexplotan a las personas, se sobreexplotan a las mujeres, se sobreexplotan los acuíferos y la tierra para producir una cantidad de alimentación que no es necesaria. Producimos para alimentar a toda la población mundial más que de sobra y, sin embargo, atendemos a algunas de las peores cifras de hambruna. La alimentación hoy ya no es un bien esencial para la vida, sino una mercancía que cotiza en bolsa como el oro o la plata. Para eso hacen falta unas reservas de trabajadores y trabajadoras que estén disponibles siempre para ocupar un empleo en cualquier tipo de condición y que así la producción no se detenga. No ya para generar riqueza, porque esto no es una producción que genere plusvalía; aquí no hay elementos capaces de generar riqueza e innovación como son la innovación en las semillas, los viveros… En los territorios del Sur lo que se consume es lo que Jason W. Moore llama las “cuatro naturalezas baratas”: la energía, la materia prima y el trabajo para producir comida a bajo costo. La riqueza real se difumina cuando el productor no puede fijar los precios, tiene unos costos altísimos de las semillas y los royalties, y solo puede controlar las condiciones de los trabajadores. ¿Qué ocurre? Que ahí es de dónde ahorra sus costes de producción. 

La mujer andaluza se ha construido desde un imaginario foráneo

P. Además de que este sistema lo que busca es conseguir consumidores.

R. El sistema alimentario es una burbuja. En la época del Covid, durante el estado de alarma, los trabajadores alimentarios fueron considerados sector estratégico y esenciales. Pero el horizonte, si lees aquel real decreto, no era que estas personas tuvieran unas condiciones óptimas y seguras en un estado de pánico y de salud global, sino que el fin era que la producción no disminuyese. Ahí, lo que sucedió es que, con menos trabajadores, se produjo exactamente lo mismo y las cifras de producción no cayeron. Entonces, habría que revertir de forma sistémica y radical los modelos de producción para apostar por unos modelos de consumo más responsables y necesarios. 

P. Cada vez que se entra al cogollo y se habla de modificar el sistema de consumo, aquí se lía.

R. Claro.

P. El sistema preferiría subir los salarios para conseguir más y mejores consumidores, antes que ir a la raíz del problema y enseñar a vivir con un consumo más de carestía. Todos consumimos por encima de lo que deberíamos consumir.

R. Y producimos por encima de lo que debemos producir.

P. Claro, es que el sistema alimentario se basa en dos cuestiones: el consumidor es el principal beneficiado y la demanda es ficticia.

R. Es una demanda ficticia porque la producción alimentaria que se escapa de las necesidades reales hace que el producto se devalúe. O sea, los productores están en una burbuja, con préstamos de campaña, con cada vez más problemas por la sobreabundancia de alimentación que hay en todos los mercados. O sea, creo que el problema está ahí, en atajar eso.

P. Atajar el mercado. El tabú impronunciable.

R. Claro.

P. Si la gente pagara realmente lo que cuesta hacer la comida, tendría que dedicar el 40 o 50% de su salario a alimentarse. 

R. Claro, sí. Y visto de otro modo: si a las trabajadoras de la fresa o del manipulado de Almería se les pagase lo que vale realmente su trabajo, el 50 o el 60% de las fincas y fábricas tendrían que cerrar. No podrían. Porque las plusvalías aquí se extraen del control de la mano de obra y de las cuatro baratas, energía, materia prima, trabajo y comida barata. Todo esto está llevando a un colapso, y lo estamos viviendo. No se explica por qué, habiendo alimentación más que suficiente, Andalucía sea la primera productora de fruta y verdura fresca y la que tiene peores índices de paro y pobreza material severa. Eso no es racional, no es equitativo. No tiene una explicación lógica. 

Los souvenirs de Andalucía siguen mostrando una fetichización y una sexualización de la pobreza

P. Ahí entra la lógica de Carlos Arenas: es producto de la extracción

R. Sí, un extractivismo sistémico, tanto del territorio como de las propias personas, que traspasa lo que entendemos por andaluz e incorpora a toda esta mano de obra migrante. Esto se llama las fronteras de producción, cuando el capital no puede controlar alguna de estas naturalezas baratas de forma económica, de forma que le salga rentable, mueve sus fronteras de producción. ¿Qué ocurre? Pues que, si el trabajador andaluz tiene capacidad de incorporarse a otros nichos de empleo, de sindicarse o moverse en las escala laboral, muevo mi frontera de producción a la población migrante. Por eso se habla de “ejército de reserva”.

P. Y añadamos otra cuestión a la tabla de calamidades: sobreproducimos comida pero no somos autosuficientes. Si mañana cerráramos fronteras, por ejemplo en Córdoba, sólo nos íbamos a alimentar de aceite de oliva y de ajo de tu pueblo. Pan con aceite de ajo para comer.

R. Claro, esto es un problema gravísimo. Hemos terminado con las temporadas y los cultivos rotativos y la variabilidad. Esto genera que no se pueda hablar de empleos duraderos, sino estacionales porque los territorios se han especializado de forma intensiva en un producto concreto. Hablamos del olivar, pero Huelva sería el fruto rojo, o de cultivos muy estacionales que dan trabajos y salarios solo durante unos meses marcados, mientras que el resto del año o en los años que hay una crisis en el sector, se ve claramente que hay una desprotección material de las personas afectadas.

P. La rentabilidad ha sustituido el papel social y comunitario de la alimentación.

R. Claro, no es sostenible monetariamente en la traducción del capital, pero donde no es sostenible es a nivel ecosistémico. Esto es finito, esto puede provocar un colapso y esto tiene un horizonte. 

P. Carlos Arenas dice que Andalucía es una colonia. ¿Tú estás de acuerdo con esa afirmación?

R. Eso no sólo lo dice Carlos Arenas, hay toda una serie de personas que trabajan en esta línea. Ya mencioné al principio a Javier García Fernández, que habla de la necesidad de una descolonización andaluza. Es un tema complejo y que hay que trabajar con mucho respeto, pero yo sí creo que, dentro del Estado español, el papel histórico que ha jugado Andalucía ha sido de extractivismo sistémico tanto de sus nociones, rasgos e identidades culturales, como de su entorno natural, como de su capital humano -enfocado a la mano de obra-. Andalucía se ha incorporado al sistema-mundo a través del extractivismo. Claro que sí (se queda pensando)

P. Pero…

R. Pero, también hay que tener cuidado, sí. Hablábamos de su situación fronteriza y de su papel. Andalucía ha sido víctima de una violencia colonial extractiva y hoy es productora de extractivismos gravísimos con sus territorios del Sur. Es decir, no podemos perder en el imaginario colectivo los privilegios y la capacidad de acción que Andalucía tiene frente a otros territorios por su posición de frontera Sur. De ahí que haya que revisar ampliamente el concepto y tener en cuenta que Andalucía es producto de extractivismo y también productora de extractividad en los países del Sur. Esa es un poco la complejidad o lo que distingue a Andalucía de otros territorios del Sur global. Yo creo que habría que analizar muy bien ese doble papel de Andalucía para poder entender bien de qué estamos hablando hoy.

No se habla de masculinizar los cuidados porque eso supondría un reparto más equitativo de las tareas de la vida

P. Para quitarnos esta mentalidad colonial, Arenas aboga por liberarnos de los tópicos que nos han impuesto. Y es curioso porque esta idea coincide en el tiempo con un movimiento neoandalucista que lo que hace es justamente reapropiarse de estos tópicos. ¿Los tópicos, si no están llenos de política, acaban siendo mero folclorismo?

R. Claro, yo creo que tenemos que tener presente de qué hablamos cuando hablamos de reapropiación. Yo misma he sido muy dada al decirlo, y la realidad es que no nos estamos reapropiando de nada, que eso siempre ha sido nuestro.

P. Sí, pero tu generación y la mía huyó de esos tópicos como de la peste.

R. ¿Pero sabes por qué huimos? Por lo que nos contaron que era eso. Huimos de lo que nos contaron que es lo andaluz. Porque nos contaron un mito de Andalucía que no nos interesaba. A nadie le interesa ser el cateto, a nadie le interesa ser el basto, a nadie le interesa no tener agencia política transformadora, a nadie le interesa no poder ser vanguardia en su ámbito intelectual, a nadie le interesa llegar a ocupar un espacio público, como pueden ser los medios de comunicación o la universidad, y que, simplemente en el momento en que te presentas y dices Buenos días, tengas a un grupo de gente que, en mi caso sólo ve una bata de cola y en el tuyo una boina y una chivata. ¿Entonces, qué pasa? Que movimientos como los feminismos andaluces han sido un oráculo. No es que se hayan reapropiado de algo que siempre fue suyo, sino que lo han cargado, como tú decías, de significado, y lo han politizado.

Claro que una bata de cola puede ser transformadora y revolucionaria; es que lo ha sido. Ahora hablamos de Erasmus y del capital cultural que te da viajar, ¿no? Pues tenemos en el Sacromonte a Manolete y a un montón de figuras que en los años 60 estaban en Hong Kong, en Taiwán y dando la vuelta al mundo representando a Andalucía. Creer que hoy estamos ocupando lugares de vanguardia esconde el silencio sobre una memoria histórica que está ahí y que temblamos sólo de pensarla. Entonces, sobre los tópicos, se trata de habitarlos, pero habitarlos con dignidad. Que yo puedo tener aros y el rabillo pintado desde que tengo uso de razón y hacer una estancia en Berkeley. Es que no es incompatible. Ni lo es cecear y trabajar en una universidad pública. No es incompatible y no me tiene que dar vergüenza. 

P. Sí, a eso justo me refiero.

R. Antes, cuando me has preguntado por este tema, se me ha olvidado mencionar otros nombres que son clave para hablar de andalucismo y no quiero que se queden fuera de la entrevista. Hablo de Antonio Manuel, Mar Gallego, Araceli Pulpillo, Virginia Piña, La Poderío, Isidoro Moreno, Manuel Delgado, Pastora Filigrana y las Jornaleras de Huelva en Lucha. ¿Qué ha ocurrido? Pues que hasta que no nos hemos puesto una serie de personas a hablar de esto en plan: “¿Oye, tú cuántas veces has dicho que eras de la ciudad y no que eras del pueblo? ¿Cuántas veces has transformado tu acento para que no se note que eres andaluza? ¿Cuál es el mantra que más te han repetido como andaluza?”. Ahí se han creado una serie de discursos, de talleres, de materiales, de libros de publicaciones, que han hecho que seamos capaces de revertir ese orden social y digamos: “Ahora lo vamos a contar nosotras y nos vamos a sentir cómodas”.

Mira, a mí lo que más me han repetido en esta vida han sido dos cosas: Uno, “qué andaluza eres”. Dos, “qué cateta eres”. Porque, conmigo no es solo ser andaluza, es ser andaluza, de pueblo y ceceante, que te sitúa en la línea del no ser. Lo andaluz ya está en la línea del no ser, pero lo andaluz, femenino, de pueblo y ceceante, eso ya es abismal. Eso se ha construido como un problema desde lo foráneo y desde el reduccionismo, cuando no lo es. Hay toda una carga de información, de luchas de historias, de convivencias, de logros, de sostén de la vida y vanguardia que no te han contado, que no está en la tele, en los libros ni en los periódicos. Si tú te sitúas desde ahí y empiezas a rascar, descubres que eso es lo que mola. 

P. La folclorización de la que hablaba es, sin embargo, forzar el cliché vacío.

R. Es que una cosa es el folclore y otra la folclorización. La folclorización es lo que se ha construido desde fuera. La folclorización es que tú hables con una persona de otro territorio, te presentes como “Hola, yo me llamo Sole”, y automáticamente diga: “Ole, ole y ole”. Si yo soy de Madrid, y te digo “Hola, me llamo Soledad”, no se te va a ocurrir decirme “Ole, ole y ole”. Eso es una folclorización, es que no es sólo una respuesta a un nombre concreto, es que tu respuesta incluye unos rasgos actitudinales que me vas a asociar. Por supuesto que ser andaluza no es sinónimo de que te guste el flamenco o la Semana Santa, por supuesto que lo andaluz va mucho más allá. Pero el problema es que el dilema de lo andaluz esté entre cumplir el tópico o rechazarlo. Ahí hay una ambigüedad que tenemos derecho a recrear. Tenemos derecho a hacer un folclore humanizado y politizado. Los tópicos de hace 50 años ya no son operativos, porque la sociedad ya no es la de hace 50 años. El tópico avanza porque las sociedad se construyen a través de los mitos que surgen en torno a ellas. Y el tópico, no es solo que haya que humanizarlo y politizarlo, es que es imposible deshacernos de él. Podemos darle un lugar distinto, pero deshacernos de él es imposible. Y no creo que sea ni necesario. Creo que lo inteligente es politizarlo, habitarlo y trabajar desde él y con él.

Los feminismos andaluces han sido un oráculo porque han politizado los símbolos al reapropiárselos

P. Yo te digo mi tópico más dañino sobre Andalucía, que aquí se vive muy bien. Yo siempre digo: ¿En qué Andalucía se vive bien? 

R. Por supuesto. Eso ocurre cuando hablamos de Portugal y decimos: “Portugal es que es muy barata”. No, mira, Portugal es pobre. Esa idea del buen vivir, el buen comer, la Andalucía económica para alquilar… ¿Bueno, cuáles son los sueldos en Andalucía? Siempre tendemos a romantizar las sociedades del buen vivir con regiones empobrecidas. Ocurre también con Latinoamérica, donde el buen vivir se describe desde subjetividades que vienen de una posición Norte. 

P. Y la paradoja es luchar contra esa idea y, al mismo tiempo, ni de coña querer vivir al estilo Berlín y al estilo Madrid. Es que algo tiene que haber entre medias.

R. Claro, ese es el arte: la apuesta por políticas públicas mas inclusivas, la valorización de nuestros recursos, un proteccionismo de nuestros recursos más justo y más amable, un giro estructural de la expoliación constante y continua que se hace de los cuerpos de los trabajadores y trabajadoras… Claro, Andalucía tiene que frenar. Para que se cumpla el tópico de que en Andalucía se vive bien, Andalucía tiene que frenar y dejar de producir para otros a los niveles en los que lo hace y tiene que dejar de recibir a otros de la manera que lo hace. Y esto, si me escuchara cualquier persona, la dueña misma de esta cafetería, me diría: “Claro, se nota que tu ámbito económico es otro”. Y yo le diría que lleva razón. Pero si hubiese un control real de lo que vale el sueldo de una persona que pone cafés de 12 a 12, si esto pudiese hacerse de forma tácita, pues tendríamos una sociedad mucho más respetable, más respetada, mucho más rica y con más capacidad de acción y de decidir que no todo vale.

P. ¿A qué te refieres con ese “no todo vale”?

R. A la saturación de los espacios, la saturación de las calles, de las plazas, la ocupación del espacio público que genera empleos muy temporales, que tienen que ver con la temporada de verano, Semana Santa y festividades muy concretas. Y quien más y quien menos sabe qué tipo de salarios son estos y qué efectos tienen en los cuerpos de las personas. Sector turismo y sector alimentario, los dos focos productivos del territorio. Entonces, claro, ¿en Andalucía se vive bien? ¿Quién vive bien? Depende de quien se mire.

Andalucía es víctima del extractivismo y también productora de extractividad en los países del Sur

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