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ENTREVISTA

Rosario Villajos: “La mediocridad nos hará libres, las mujeres tenemos derecho a meter la pata”

Entrevista a Rosario Villajos

Juan Velasco

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Rosario Villajos (Córdoba, 1978) habla de forma directa y cruda. Como sus personajes. Hay en la autora de La Muela un subtexto difícil de obviar, ella misma es y no es todos los personajes de sus libros: la chica sin rostro de Face (Ponent Moon, 2017), una novela gráfica publicada en una editorial británica; la Ramona de su primera novela (Ramona, Mrs. Danvers, 2019), que antes fue un perfil de Facebook; y la Rebeca de La muela (Aristas Martínez, 2021), un libro que ha ido creciendo poco a poco y encontrando su público hasta conseguir un reconocimiento que la propia autora no esperaba.

No lo esperaba porque La muela es todo menos un libro autocomplaciente. En su narrativa anidan la crudeza y la ternura, como la vida misma, pero la clave está en que la ilustradora y escritora cordobesa pone sobre la mesa algunos temas espinosos con honestidad y estilo. De algunos de ellos hablará con la misma crudeza Villajos en una entrevista celebrada un viernes de enero por la mañana, junto al mural que pintó para denunciar el calentamiento global en la Ribera.

Un viernes, por cierto, que es el día que empieza el fin de semana para la escritora, que cuenta en esta charla cómo es eso de solicitar una jornada reducida y disfrutar de una semana laboral que va de lunes a jueves. Claro que, siguiendo la tónica de algunos de sus personajes, minutos antes ya habrá dejado clara su postura sobre la realización personal a través del empleo: “Yo odio trabajar”.

PREGUNTA. Hoy es el día mundial del abrazo. Que puede sonar a gilipollez…

RESPUESTA. No es ninguna gilipollez en los tiempos en los que estamos.

P. Lo decía sobre todo porque me pregunto si Rebeca, la protagonista de La muela, celebraría una cosa así.

R. Yo creo que Rebeca no se acuerda ni de cómo se hace eso. Me acuerdo ahora de un poema que escribí, malísimo, que era “instrucciones para darse un abrazo”. Y sí, creo que le habría venido muy bien a ese personaje. Era: poner el brazo aquí, el brazo otro acá… Eso a ella. A mí me interesa mucho leer sobre los abrazos. A partir de no sé cuántos segundos que llevas abrazada a una persona es cuando empiezas a recibir el abrazo y cuando empiezas a soltar endorfinas y empiezas a sentir que te relajas. Eso es muy bonito. Yo intento practicarlo. Con quien sea. 

P. Hasta con una farola.

R. Con la farola (Se ríe). No, no soy una abrazafarolas, pero sí que me gusta mantener un ratito el abrazo con mis amigos para sentirlo.

P. La pandemia nos ha metido una especie de muro invisible. Ha sido una manera de acabar también con una cortesía que puede resultar incómoda para ciertas personas.

R. Sí. A mí me gusta abrazar a quien yo quiera abrazar. Yo pido permiso. Cuando veo a alguien que llevo tiempo sin ver, le digo: ¿Te puedo abrazar? Porque a lo mejor esa persona está rayada con los virus o simplemente está cuidando de una persona mayor. Así que yo pido permiso. Y, si me dejan, abrazo. 

Estoy alucinada de que nadie haya dibujado una polla encima del mural del cambio climático

P. ¿Hay cosas buenas que haya tenido la pandemia para ti? No es pregunta trampa. No todo el mundo lo dice, pero para algunos la pandemia ha tenido cosas buenas.

R. A mí me ha cambiado la vida para bien. Empecé a trabajar desde casa, por ejemplo. A nivel de pareja me he unido más porque empezamos a hacer cosas juntos en casa. Hacíamos yoga en casa, cosa que ahora mismo no hacemos. Y también otra cosa buena fue que, como estábamos muy acelerados y llenos de planes, en plan “hay que quedar con no sé quién”, de repente fue “no tengo que quedar con nadie”. Estamos en pandemia y eso significa tener una excusa estupenda. 

P. Algunos hemos mantenido eso último. 

R. Claro. Bueno, y también un montón de ahorro. Es que, como no sales, no necesitas comprar tanta ropa… Bueno, no es que antes necesitara comprar ropa. Era como, voy a trabajar -esto igual suena muy estúpido y muy frívolo- y me compraba ropa como para motivarme. Ya ves qué chorrada, si yo odio trabajar. Me tenía que inventar historias y movidas para motivarme. Entonces, al estar en casa, fue una forma de concienciarme de que no necesitaba tanto. Y luego es que trabajar en casa con mis gatetes encima también está muy guay.

P. Lo de comprar es algo que muy rápidamente nos han dicho que no nos flipemos: se ha pasado de no necesitamos tanto a hay que consumir para que no haya crisis.

R. Sí sí sí. Es que hay cosas que yo pienso: joder, yo casi no voy al cine. Y es consumismo, es ocio cultural. Pero es que creo que he ido dos veces al cine desde la pandemia.

P. Por cierto, ¿dónde has pasado la pandemia?

R. En Alcobendas. Si hubiera estado en Londres creo que me habría tirado por la ventana. Porque en Londres uno no vive en un piso, sino en una habitación. 

P. Ahora estás en Córdoba, aunque sea de visita. ¿Qué significa para ti volver aquí?

R. Me encanta. Me gustaría pasar temporadas en Córdoba y estoy buscando piso o casa. Un sitio para mí. Llevo un año buscando algo por aquí. 

P. El exilio, eso que está en tu literatura, ¿qué supone para ti? ¿Es contradictorio sentir que quieres volver a Córdoba?

R. Yo no espero ya nada. Porque he vuelto cuatro veces a Córdoba y siempre he acabado huyendo. Y acababa cabreada y huyendo porque a lo mejor intentaba cambiar cosas o modernizar cosas. Para mí, esto sigue siendo como un pueblo en muchos sentidos y me gusta que así sea. Pero, en otra época, intentaba traer la ciudad al pueblo. Y quería traer cosas que yo había visto fuera que me parecían muy cool y muy artísticas y, al final, me cansaba porque, por mucho que luchara, estaba de una forma súper precaria o la gente no apreciaba lo que se hacía. 

P. ¿Y ahora?

R. Pues por ejemplo, a día de hoy, estoy alucinada de que nadie haya dibujado una polla encima del mural del cambio climático. Yo no esperaba ni que durara una semana. Así que creo que algo ha cambiado, algo ha pasado para que lo estén respetando. No sé si es que parece un grafiti y los grafiteros no se pisan entre ellos. 

P. O igual es que hay cámaras por la zona. Porque hay otros espacios con menos suerte. La Corredera es un BIC y está pintorrejeada.

R. Pues entonces es un milagro. Pero cosas así a mí antes acababan echándome, y ahora la forma en que quiero volver es otra: yo ya tengo mi trabajo y estoy en otra movida, que es escribir.

P. Córdoba es una ciudad que podría ser un ecosistema muy fértil por la calidad de vida que ofrece

R. Pues sí, supongo. Pero bueno, Alcobendas también lo es. Yo creo que a mí lo que me gusta de Córdoba es que es preciosa. Es que yo voy dando un paseo por aquí y se me ponen los pelos de punta. Antes le estaba contando a mi novio que el Puente Romano es relativamente nuevo. ¿Te acuerdas cómo era antes no? Se parecía mucho al de Triana. Y hoy es un puente de cine.

La maternidad no es para todo el mundo. Y mientras antes lo veas, mejor.

P. Ahora se parece más al de Praga. Esto lo reformó Juan Cuenca, de Equipo 57. 

R. Pues es que se quedó precioso. Cada vez que paso pienso: qué bien se ha quedado esto. Se ha luchado mucho también. El hecho de que ahora mismo por la Ribera sólo pase transporte público, o en el centro… La verdad es que no tiene nada que ver con la Córdoba de hace quince, veinte años. Está preciosa y dan ganas de venirse a vivir y ponerle un par de graditos menos en verano. Con ese par de graditos menos en verano, yo me conformo.

P. La putada es que, al mismo tiempo, la ciudad ha ido siguiendo el mismo proceso de asimilación que sufren todas las ciudades, que cada vez se parecen más entre ellas. 

R. Es producto de la globalización, que hace que un turista guiri con dinero se sienta seguro tomándose el café en un Starbucks porque asume que va a saber igual que dónde viene. Y eso no deja de ser un prejuicio. Es que dices entonces ¿para qué viajas? ¿Para qué viajas si no te vas a atrever a tomarte lo que te ofrecen aquí? A mí en Turquía, cuando fui de vacaciones, no se me hubiera ocurrido meterme en un Starbucks.

P. O en un restaurante español.

R. O en un restaurante español. Bueno, en Londres, como estuve siete años, sí que iba a algún restaurante español. Y la verdad es que la comida era espectacular. Algunas cosas mejor que aquí. El mejor arroz a banda que me he comido en mi vida ha sido en Londres. ¿Cómo te quedas?

P. Que no te lean en Alicante… Aunque está bien. Yo siempre me he sentido turista, nunca me he sentido viajero. ¿A medida que todo se va uniformizando se va perdiendo la posibilidad de conocer la esencia?

R. Por supuesto. He vivido siete años en Londres pero yo no sé cómo es la esencia de Inglaterra. He estado en Glasgow, estuve en Escocia también viajando un poco. ¿Pero cuál es la esencia de Inglaterra? ¿Oxford? No sé. Igual la esencia de Inglaterra es el fish and chips, que no es una comida especialmente…

P. Desde luego, el Londres que se dibuja en La muela no es la esencia de Inglaterra pero sí es una especie de Los juegos de Thatcher. Es la cara del neoliberalismo más salvaje. 

R. Eso mismo está en el libro que me estoy leyendo, que es Otoño, de Ali Smith. Ahí se ve que, desde Thatcher, no sólo no dejaron que los que venían de fuera se integraran, sino que ellos mismos tampoco se integraron a nada nuevo.

P. Claro, de hecho, el principio thatcheriano fue destrozar los lazos comunitarios.

R. Exacto. Allí impera el individualismo y el egoísmo incluso en una propia familia. A mí una cosa que me alucinaba es cómo aquí, por ejemplo, si le dices a tu madre o tu padre que te cuiden a los niños lo ven estupendamente, y en Inglaterra era como: “Uff, es que yo tengo cosas que hacer”. Era como súper normal que los abuelos te dijeran tranquilamente que no. Eso por no hablar del ecosistema vecinal. En Inglaterra lo que había eran mensajes pasivo-agresivos colgados en las paredes: “Anoche escuché un ruido”. No solía haber muy buen rollo. Y el racismo está ahí. 

P. La novela la escribes con una cierta distancia, temporal y geográfica, de tu propia etapa en Londres, pero sigue vigente porque explica muy bien comportamientos que no son fáciles de explicar. Por ejemplo, lo que lleva a alguien a preferir llevar una vida de mierda fuera a llevarla en casa. 

R. Sí. También influía el hecho de que, cuando yo me fui a Inglaterra, no tenía nada que perder. Acababa de terminar de trabajar en un sitio donde me debían mil pavos. Estaba quemada y la opción era irme a Madrid o irme a Londres. Y tenía muchos delirios de grandeza, como la protagonista del libro, pero iba con muchísima ilusión. Y también con la idea preconcebida de que yo era más inteligente de lo que la realidad me mostró. Yo también pensaba que iba a aprender inglés mucho antes. Yo, incluso ahora, que sigo trabajando con Londres, sigo pensando que para aprender un idioma es mejor hacerlo cuando eres joven. Yo me fui con 33 años, me costó muchísimo aprender inglés. 

La belleza se ha vuelto algo aspiracional

P. Sí, aunque yo me refería a lo que hizo que escogieras Londres en vez de Madrid. 

R. Yo pensé: para poner cafés en Madrid, me voy a poner cafés a otro sitio y aprendo inglés. Yo en ese sentido me lo monté bien, porque tenía asumido que mis trabajos en hostelería eran temporales. Y recuerdo vivir con compañeros de piso que me decían: “Rosario, estás obsesionada con tu portfolio”. Y yo les decía: “Es que vosotros tenéis un trabajo guay. Dejadme en paz, que yo no quiero estar haciendo cafés toda la vida”. Estaba súper en precario. Mi madre me tuvo que regalar un iPad para que yo pudiera enseñar mi portfolio. Porque hasta para lograr un buen trabajo hace falta dinero.

P. Hay gente que se ha ido a Londres casi como una pantalla más que pasarse. Acaban en Londres haciendo un trabajo que aquí no harían en la vida.

R. Claro, yo es que ya había trabajado en hostelería antes y nunca se me habían caído los anillos. Sí que me he encontrado con gente que prefirieron volverse antes de ponerse a limpiar mesas. Pero también conozco a gente que se ha quedado allí. Y a gente que se ha ido con 40 años y sin saber inglés.

P. Yo es que veo que hay mucho de la mal llamada “fuga de talentos” que se lo han tomado como un Erasmus laboral. Que es un billete de ida y vuelta. Una enfermera en Londres cobrará más que una enfermera en Córdoba, pero vive tú en Londres.

R. Claro, lo que ocurre es que hay gente que se mimetiza. De repente acaban integrados perfectamente entre los ingleses. Algunos acaban casándose con alguien de allí y consiguen hacer una vida allí, una familia, yéndose a la periferia, a las afueras, que allí los llaman “los suburbios”, algo que aquí suena fatal. No sé, tiene que haber algo más. No hablamos sólo de trabajo. Si tienes tu clan, tu grupo de amigos, tu vida hecha, tu familia… Porque si estás allí sólo por el trabajo, qué pena. 

Hasta para lograr un buen trabajo hace falta dinero

P. El trabajo es la misma mierda aquí y allí.

R. Sí, pero hay mucha gente a la que le han dado becas increíbles para irse a Estados Unidos u otros países y se han vuelto corriendo porque han visto que, o eres workaholic y tu única meta en la vida es el trabajo, o te mueres. Es que es todo hacer dinero, hacer dinero, hacer dinero… Y luego te vas a morir y te vas a dar cuenta de que eso no era lo más importante.

P. El más rico del cementerio.

R. O también está la mentalidad esa tan española: pa los hijos. ¿Para los hijos cuándo? ¿Yo para qué quiero que me dejes una casa para pelearme con mis hermanos por ella cuando tú te mueras? O sea, yo lo que quiero es que, cuando los niños sean chicos, lo puedan disfrutar. Y no esa mentalidad de posguerra de ahorrar, ahorrar, ahorrar, tan española. 

P. Antes has mencionado a los amigos. Y hay otra cosa maravillosa cuando uno se va fuera, que es que se junta con gente con la que no se juntaría en su ciudad. Es algo enriquecedor y perturbador al mismo tiempo.

R. Sí sí, como amigos y parejas. Yo he tenido algún novio allí que digo: Madre mía, no se me habría ocurrido salir con alguien así antes para nada. Pero yo creo que te ves tan sólo que empiezas a conformarte. Dices: “Tiene todos los dientes, ¡este mismo!” (Se ríe). Y lo de los amigos también. Verás, yo he tenido mucha suerte, pero sí, me he visto en la de “si esta persona no me cae bien, ¿por qué quedo con ella?”. Verás, yo he sido una persona muy prejuiciosa también y me arrepiento de no haber indagado más con gente que he conocido y no lo he hecho porque tenía prejuicios. Esto de “cómo yo he estudiado una carrera pues busco gente que tenga estudios”. Pues qué gilipollas era. Qué estupidez más grande. Seguramente me he perdido a gente maravillosa. Pero bueno, gracias a esos prejuicios he vuelto a España (Se ríe). 

P. La muela es una especie de cara B de Llévame a casa, de Jesús Carrasco. ¿Lo has leído?

R. No. Todavía no. Lo tengo pendiente.

P. Allí hay un protagonista que vive en Edimburgo y que vuelve porque se ha muerto su padre. Es un camino que hace Rebeca a la inversa. Pero hay más diferencias, porque la protagonista de La Muela es una mujer, soltera, que está entrando en la edad adulta. Que es casi la base para un thriller.

R. (Se ríe) Sí. Es un poco como te lo plantees. 

P. ¿Es lo mismo emigrar siendo un hombre que hacerlo siendo una mujer?

R. Pues no lo sé. ¿En qué sentido?

P. Pues socialmente, familiarmente…

R. Es que depende. Yo es que me fui a un lugar de Europa. No sabría decirte. Yo tengo amigos que se volvieron a España antes que yo y que estaban allí igual de amargados. 

P. ¿Crees en la idea del ser humano como persona acogedora?

R. Creo que hay de todo. Como los animales. Yo tengo dos gatas y una es más cariñosa que la otra. Los humanos igual, supongo. Lo que sí creo es que depende de cómo te hayas criado. Yo veo actitudes de gente que lo intenta, que quiere ser cariñosa, y de gente que se esfuerza por serlo e incluso lo consigue. Pero se nota que les cuesta porque no es lo que han mamado en casa.

P. Rebeca sería un ejemplo.

Alguna vez me han contado algún caso de abusos y yo dudé. Y ahora me arrepiento

R. Rebeca es la típica tía que hoy verías en First Dates. Mi personaje es la típica mujer que depende de la opinión de los hombres. Ella no es guapa a menos que un hombre lo diga. Es bastante patética. 

P. Pero eso no es sólo Rebeca. Creo que hay todo un sistema articulado en torno a esa idea. La mujer hoy, todavía, depende de la mirada masculina. 

R. Porque todavía vivimos en un mundo machista, claro. De hecho, por eso la novela está ambientada antes del Me Too, antes de 2018, antes de todo esto. Porque el mundo era así antes. A mí alguna vez me han contado algún caso de abusos, y yo dudé. Y ahora me arrepiento de haber dudado. Digo, ¿en qué momento? ¿Cómo me atrevo? Encima de que me están diciendo este secreto tan grande, ¿cómo me atrevo a dudar de otra mujer? Y es porque estamos educadas para creer que los hombres tienen siempre la razón. Es como si trabajáramos para ellos, como si fueran los clientes. Supongo que por eso el libro empieza con la frase de Doña Bella. “El mundo ha hecho de mi una puta, y yo haré de él un burdel”. 

P. En esa parte del libro, de hecho, he estado todo el rato pensando en la serie de I may destroy you, de Micaela Coel.

R. Sí, de hecho, La muela es algo anterior a la serie y cuando la vi me encantó. Porque dije: éste sí es el Londres que yo conozco. Porque, para que fuera el Londres que yo conozco, ha tenido que hacer la serie una mujer negra, afrodescendiente y londinense. I may destroy you es justo lo contrario de Girls, que es una serie muy simpática pero en la que pensaba todo el rato ¿qué Nueva York es éste donde siempre es verano y todo el mundo tiene pasta?

P. O como Fleabag, que es más cómica y que muestra un Londres distinto.

R. Un Londres blanco. Aún así, esa me gustó. Pero si tengo que recomendar una serie, I may destroy you es una pasada. Es que no hay nada que sobre ni que esté forzado. Todo lo que cuenta es súper realista. Y ahora está ocurriendo mogollón, que las chicas van a un sitio y se despiertan y no recuerdan nada de la noche anterior porque la han drogado. Antes pensábamos que eso era un cuento chino y no, no, es que es verdad.

Estamos educadas para creer que los hombres tienen siempre la razón

P. Es una serie, creo yo, que no habría existido si no hubiera habido el 8M, el Me Too y toda esta nueva ola de feminismo.

R. No le habrían hecho caso. 

P. De hecho, ella se fue de Netflix porque no querían respetar su visión. Se la llevó a HBO y le dieron luz verde.

R. Y es brutal porque los personajes son reales. Ni ella es una santa ni los protagonistas son súper inteligentes. Son personales normales a las que le suceden cosas, que meten la pata… Es lo que yo intento cuando escribo: que mis personajes te puedan resultar simpáticos a veces y gilipollas otras. Como las personas, vaya. 

P. Eso también lo estamos viendo en extremo con otra serie, Succession, en la que los personajes son directamente gilipollas.

R. ¡Es que son unos pijos! 

P. Qué aburrido ser plano.

R. Yo es que no conozco a nadie totalmente plano. Todo el mundo tiene un lado oscuro, un lado alegre… 

P. Esta nueva ola de feminismo está ayudando a visibilizar trabajos que antes pasaban desapercibidos. Igual hace unos años, La muela hubiera sido catalogado como literatura femenina.

R. Bueno, todavía está ocurriendo. 

P. ¿El propio capitalismo está absorbiendo el movimiento feminista para desactivarlo?

R. Hombre, es lo que te iba a comentar. Yo todavía veo artículos tipo: “Diez voces de mujeres que van a ser revelación en 2022”. Es inimaginable un artículo que sea: “Diez voces de hombres que van a sonar en 2022”. Es que es impensable. Y dices, ¿por qué nosotras entramos en ese paquete y ellos no? Pero luego dices: Carmen Mola. 

P. A mí me encanta que eso haya pasado porque es como un señal de que el mercado intenta desactivar el feminismo de forma burda.

R. Es que dices: ¿Qué coño es esto?

P. Es que imagínate que eres Virginia Feito, que estás petándolo en novela negra a nivel mundial con La señora March, y en tu país se habla de tres señores que se hacen llamar Carmen Mola. No sabes si es una broma o una estrategia. 

R. Es que no sé ni qué decir sobre este tema. Es tan raro. También me doy cuenta desde que empecé a hacer cosas publicables, de que hay un doble rasero.

P. Explícate.

R. Con el cómic por ejemplo: Yo lo primero que recibí fueron mensajes súper feos de tíos random diciéndome: “Te han publicado porque eres una tía”. Eso fue muy doloroso. Pero luego pensé: Pues ya era hora. Porque, además, Face es un cómic que trata sobre la mediocridad. Y yo creo que la mediocridad nos hará libres, que nosotras tenemos el mismo derecho a publicar la misma mierda que habéis estado publicando vosotros, cabrones. Las mujeres tenemos derecho a meter la pata. Y, de hecho, creo que ya hay mujeres metiendo la pata a jierro, como Isabel Díaz Ayuso. 

P. Es como el culmen de la mediocridad, hecha lideresa.

R. Exacto. Somos igual que vosotros. ¿Qué os creíais, que somos seres de luz? (Se ríe). El otro día leí una cosa que me pareció repugnante en las redes. Era un tío que decía: “no puedo ser feminista”. Y empezaba a adular a las mujeres, que si el parto, que si esto, que si lo otro… Al final, su mensaje era que una mujer es un recipiente para parir. Y yo flipaba. Porque, claro, una mujer sin hijos, que no vaya a parir o que no tenga la regla, no es nada. No pertenecemos a nada. Me encantó cómo lo dijo el otro día Julio Otero en la tele. Lo de “qué es eso del vaciado”. Es que las mujeres nos quedamos vacías si no tenemos útero. 

P. A mí lo de Julia Otero lo que me hizo preguntarme es cómo es posible que quien tenga el programa en prime time sea Pablo Motos.

R.

Todo el mundo debería tener derecho a ser como quiera y a salirse del molde

P. ¿La idea es que las librerías están llenas de libros mediocres de autores pero a las mujeres con un strike estáis eliminadas?

R. Mi intención cuando yo empecé a publicar era: yo no sé si escribo maravillosamente bien, pero desde luego tengo derecho a ser mediocre. Y voy a escribir como yo soy. No aspiraba a contentar a nadie. Porque yo escribo para mí y porque me divierte escribir. Y ya está. Y, de hecho, yo La muela no esperaba que le gustara a más de diez personas. Y estoy encantada con la acogida y con los mensajes que me encuentro todos los días. Y con las reseñas y, ahora, con lo de El cultural ni te cuento. 

P. ¿Y todo eso te ha provocado vértigo? ¿Te da miedo que ahora te tengas que sentir escritora?

R. Sí. De hecho he estado y estoy muy atascada. Me da como miedo pensar que la gente crea que yo ahora voy a escribir una obra de arte. Que yo voy a volver a pasármelo bien escribiendo. Y está quien te dice, con buena intención, que al libro le falta esto y lo otro. Y los escuchas. Pero yo creo que soy mi mejor crítica. Yo sé qué tipo de libro quiero hacer y a quién va dirigido, que es a mí. Y si a alguien le mola, pues guay. Pero sí, si me pongo a pensar en que tiene que gustar, me agobia bastante, la verdad. 

P. En el libro está eso que acabamos de hablar de la maternidad y también, desde un prisma muy particular, la propia noción de la familia tradicional. 

R. Yo creo que el libro lo que muestra es que la familia de la protagonista ha sido una familia unida pero desestructurada. Y que ella inconscientemente huye de eso. La protagonista no tiene claro nada, no sabe donde tiene los pies ni la cabeza. Y el libro habla de eso porque hay mucha presión para que tengas pareja, tengas familia… Y, a lo mejor, la mejor familia del mundo son los amigos y ya está. Porque, además, la educación que tenemos es que tu familia es más importante que tú. Y, a veces, lo mejor que te puede pasar es que te alejes de ellos porque no te entienden. Toda esta moda de volver al pueblo… Tío, en el pueblo no te permitían ser homosexual. De hecho, hace poco leía que una chica se ha suicidado en un pueblo de Jaén porque la estaban acosando en las redes. Qué miedo tienes que tener para no decir abiertamente que eres homosexual. No sé… A mí el pueblo me parece que está todavía un poco atrasado como para volver al pueblo desde una visión idealizada. Creo que todo el mundo debería tener derecho a ser como quiera y a salirse del molde. Porque hay algo que no se dice. La gente que se quedó en el pueblo, la mayoría es porque tenía tierras.

P. Yo asumo que es lícito que exista un movimiento que idealice la familia tradicional y volver al pueblo…P. A mí lo que me sorprende es el altavoz mediático.

R. Y del Gobierno. Es que el Gobierno piensa que tiene tirón y le pone un micrófono para que cuente su movida. 

A mí no me gustaría ser madre, me gustaría ser padre si acaso

P. La mayoría de los urbanitas que conozco los plantas en el pueblo y se enfadan porque cante el gallo a las cinco de la mañana.

R. Ya no mola el pueblo. Yo desde luego pienso que la gente que se tuvo que ir del pueblo son aquellos que no tenían propiedades o porque necesitaban dinero. Que no es porque no les gustara el pueblo. Y si vuelves es porque tienes dinero o vas a heredar, no le cuentes historias a la gente, por favor. Y, si quieres saber cómo era la España de antes, ahí están Azcona y Berlanga.

P. ¿La maternidad y la pareja son como pantallas?

R. Sí. Totalmente. Yo lo pienso y a mí es que no me gustaría ser madre, me gustaría ser padre, si acaso. O sea, cuando veo que alguna amiga va a tener un bebé, digo “qué bien”. Pero cuando me lo dice algún amigo, me da un poquito de envidia. Pero de momento prefiero los gatetes y un perrete. En cualquier caso, yo creo que la maternidad no es para todo el mundo. Y mientras antes lo veas, mejor. Es que antes lo hacía todo el mundo en plan inducidos al coma. Y yo creo que hay gente que no debería haber tenido hijos y no habría pasado nada. Ya está.

P. Y hay gente que quiere tenerlos y no puede. Y esa gente no son socialmente papás y mamás.

R. Exacto. Porque además lo ponen muy difícil para adoptar. Y los vientres de alquiler son un horror, porque es convertir los deseos en derechos. 

P. Es la última frontera. 

R. Igual que tenemos el hombre con corazón de cerdo, ya mismo tendremos otros “animales” incubando. Estando como está el mundo lleno de niños. Y esto lo digo porque puedo: vivo en un país occidental, soy blanca. Pero yo soy antinatalista. Pero eso lo puedo decir porque soy una privilegiada y vivo en un país privilegiado y tengo otras cosas que me llenan mucho y no me lo pide el cuerpo. Además, yo es que no creo en el instinto maternal. Creo que el instinto maternal sucede, o no, cuando ya tienes un hijo. Pero creo que antes de tenerlo no existe. 

P. Al complicarnos la existencia y robarnos el futuro prometido, ¿el sistema nos ha permitido exprimir el presente?

R. Efectivamente. Yo era una persona que pensaba: ya tendré tiempo, ya lo haré, ya me tocará. Y creo que eso ha sido una de las cosas que me ha empujado a dejar de trabajar los viernes. Yo pensaba, ¿cuándo voy a hacer mis cosas? Y por cosas me refiero a simplemente disfrutar. Tomar un té e ir al museo un viernes por la mañana. Creo que eso es un lujo y para mí está al nivel de ser rica.

P. Pero has tenido la suerte de que una empresa te permita cogerte una jornada súper reducida, ¿no?

R. Es que, si tú trabajas delante de un ordenador, hay una normativa europea que dice que, si excedes cierto número de horas, están obligados a dártelo. 

P. Entonces a mí me tienen que dar desde el miércoles.

R. Fíjate. Es que mi trabajo, antes de estar en casa teletrabajando, tenía muchas reuniones y estaba arriba y abajo. Pero ahora es todo online, con lo cual, yo excedo las horas de pantalla. Y todavía las sigo excediendo porque el móvil lo miro. Pero bueno, ahora es mi tiempo. Yo creo que las empresas están obligadas a permitir esto. Bueno, si trabajas 40 horas a la semana. Que esa es otra, creo que ya habrá en España empresas que tengan una jornada de 35 horas, como en Inglaterra. Yo cuando me vine y pasé de una jornada de 35 horas a una de 40 horas lo noté.

P. Una de las cosas en las que hablabas en Face es de la uniformidad. Yo le temo a la tiranía de la uniformidad. Sobre todo por el influjo de las redes sociales.

R. Cuando yo digo que la mediocridad nos hará libres hablo de no aspirar a nada. Por ejemplo, la belleza se ha vuelto algo aspiracional. Cuando yo era pequeña, en mi barrio estaba la madre guapa, la madre lista y la que mejor galletas hacía. Pero la más guapa era una. Ahora, las madres que yo conozco de mi edad, que tendrán la misma edad que las que tenían aquellas que menciono, van todas al gimnasio y son todas guapísimas. El otro día leí: “No hay una modelo fea, hay modelos mal iluminadas”. Entre eso y los filtros de Instagram, todo el mundo tiene la misma cara. Yo estoy en una edad en la que la vejez me preocupa en el sentido de que empiezo a notar los efectos de la ley de la gravedad. Lo que pasa es que, cuando me pongo así de tonta, me pongo a ver fotos de Madonna posando con sus hijas. Porque es antinatural que ella parezca más joven que sus hijas. Es algo tan raro que se me quita la tontería.

Los vientres de alquiler son un horror, porque es convertir los deseos en derechos

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