El sonido del himno dentro de un túnel
Los seguidores cordobesistas vuelven a impartir otra conmovedora lección de fidelidad a un sentimiento por encima de las circunstancias
Los coches hacían sonar el claxon ante la escena. Casi todos sonreían y daban ánimos. “¡Son madridistas!”, dice alguno. Pues seguramente sí. Y qué más da. A los cordobesistas que fueron al Vicente Calderón les importaba bien poco el partido del Real Madrid. Sólo imaginaban una victoria en la casa del campeón de Liga, del invicto Atlético de Madrid, del orgulloso equipo del Cholo Simeone, de ese club del que dicen que es un sentimiento. Sí. Está claro que lo es. Las banderas rojiblancas ondean en las tiendas de los alrededores del recinto. Llevan el nombre de leyendas del fútbol como Luis Aragonés, de títulos conseguidos antes y ahora, de finales europeas y hazañas domésticas ante el eterno enemigo blanco. En las bufandas blanquiverdes dice: “Hemos vuelto”. Simplemente eso.
Los hinchas llevan camisetas de jugadores que sólo ellos conocen. Sívori, Espejo, Juanito, Andrés Armada, Pepe Díaz... Pero la mayoría lucen la elástica blanquiverde -en todas sus versiones: desde la del ascenso de Cartagonova a la negra o la de los cruzados- con su propio nombre escrito a la espalda. Eso es el Córdoba. Huérfano de ídolos en el campo desde hace muchísimo tiempo, ha elegido de modo natural la glorificación de sí mismo, de su afición. El Córdoba somos nosotros. Los buenos futbolistas duran poco aquí. A poco que destacas, te venden. Los héroes son los que se quedan. Los aficionados de ayer y los que hoy heredan la pasión de sus padres. También los que se suben al carro de la Primera División porque todos son bienvenidos. Alguno de los que nunca había vivido el cordobesismo desde dentro se quedará metido en esta especie de secta de adoradores de un sueño raro, que desgarra y da pocas pero intensas alegrías.
Cuando llegó el autobús del Córdoba, los aficionados levantaron sus bufandas y comenzaron a cantar el himno. Los policías a caballo miraban la escena atónitos. Los seguidores de un equipo que no gana a nadie vitorean a los suyos en las puertas del estadio del campeón, donde se cruzaban apuestas sobre cuántos goles le caerían al equipo de Djukic. “Sobre mi corazón te llevo Córdoba, y mi voz será siempre tu aliento...”. Dentro de ese túnel, en medio de la oscuridad, como una metáfora del mismo Córdoba, se vivieron escenas de respeto y amor. Sentimiento puro.
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