Historias olvidadas. Historias épicas. Historias de superación. Historias de igualdad. Tanto el mundo del deporte como la ciudad de Córdoba están rodeados de una mitología especial digna de una obra que merece ser contada. Cuando estas historias se relacionan y entrelazan con la fuerza y la fiereza de quien quiere ser reconocido y recordado, de quien quiere abrir camino para los demás, para los que vienen después, estas historias se convierten en hitos, en hazañas. Y, por ello, aunque con el paso del tiempo estos relatos caigan en el olvido, siempre conviene tenerlos presentes, recordarlos y darles la importancia que requieren y merecen.
En este mes de enero se cumplen, justamente, 21 años del Aconcagua 2003. Esta expedición fue la primera en la que una mujer cordobesa logró tocar el cielo de América por su ruta normal. 6.952 metros de altura, mucho sacrificio y esfuerzo, y una reivindicación de igualdad que, aún a día de hoy, 21 años después, sigue siendo importante remarcar, recordar y grabar a fuego. Por este motivo, desde CORDÓPOLIS hemos querido dar voz y rememorar este hito del montañismo cordobés con dos de la protagonistas de esta historia: Charo Madueño (Córdoba, 1960), que fuese la que lograse cumbre; y Rosa Flores (Córdoba, 1974), que se quedaría a las puertas de lograrlo, pero que acompañaría a la expedición hasta el tramo final.
Lo cierto es que, pese a que siempre han estado relacionadas con el mundo del deporte, el camino de ambas hacia el ascenso al Aconcagua fue bien distinto. Por un lado, Charo Madueño, funcionaria de la Junta de Andalucía y veterinaria, en aquellos inicios de los años 2000 se ocupaba de formación ocupacional hasta que conoció a Ricardo Guerrero, uno de los grandes impulsores de esta hazaña. Sería él el que le comentase sobre el proyecto y, en ese momento, la pasión de Charo era la bicicleta, pero su gran fuerte era la resiliencia. Así, entre subida y subida a la Ermita con su bicicleta de montaña de hierro, comenzó a crearse en ella ese gusanillo de apuntarse a la expedición. “Creo que Ricardo vio en mí esa capacidad de sufrir y de decir: 'si tengo que llegar, llego'. Me lo ofreció y para mí fue un momento en el que pensé que había dado mi vida a mi hijos, a mi marido, había renunciado a todo y mi vida se centraba en trabajo, trabajo y trabajo. Me dije entonces: 'voy a hacer una cosa que me gusta y que, además, es una cosa que puede suponer un antes y un después para las mujeres'. Y de allí me fui al Aconcagua”, relata la propia Charo.
Por otro lado, el 'gusanillo' de Rosa Flores tuvo su germen en la escalada. Comenzaría muy joven, con 23 años aproximadamente, y su pasión era el deporte y “enseñar lo que yo había aprendido”. Por ello, tuvo clara su dedicación a la escuela de escalada que había en aquél momento en su club, por lo que, en su ambiente, en su círculo, había muchos alpinistas, muchos proyectos de los que ella quería formar parte. Así, comenzó a entrenar con todo el grupo y, a la edad de los 27 años, le llegó su momento de tocar el cielo de América, el pico más alto de los hemisferios meridional y occidental, así como el más eminente de la tierra después del sistema de los Himalayas: el Aconcagua.
Como se ha mencionado con anterioridad, la figura de Ricardo Guerrero tuvo una relevancia mayúscula en esta historia. Tras estar en el Cho Oyu en el año 2000, su idea era la de subir al Everest, hecho que requería unos pasos previos. Fue entonces cuando, según palabras de la propia Charo Madueño, se pensó en que “era el momento de que las mujeres se incorporaran al deporte de la montaña”, ya que “en Córdoba no había referentes de ninguna mujer que hubiera subido antes”, por lo que se planeó esta expedición femenina al Aconcagua. “Juntó a varias mujeres del club, propusimos la subida y de ahí salió un primer grupo. Después, algunas compañeras tuvieron que caerse por motivos personales y, al final de la expedición, que fue inicialmente de 12 personas de Córdoba más tres que nos acompañaron, al final fueron 5 de fuera y 10 de Córdoba. Cuatro éramos mujeres y seis compañeros, pero los otros que venían pues también eran para ayudar a la expedición. Solamente fuimos cuatro mujeres”, relata Madueño.
Así pues, durante más de un año, se realizó una preparación previa para esta expedición que, según Rosa Flores, fue “tanto física como mental”. Y es que, tal y como comenta ella misma, “físicamente era muy duro y había que, sobre todo, exponernos a la altura”, por lo que organizaron varios viajes a Sierra Nevada “porque es lo que tenemos más cerca”, y, al final, es “subir a más de 3000 metros”. “Había que intentar que nuestros cuerpos sintieran lo que es la sensación de estar en altura, y tener memoria para, cuando llegáramos al Aconcagua, estar preparadas”, explica la cordobesa, enumerando varias cumbres que también coronaron, como Chamonix o el Veleta. Se trataba de subir todo lo que pudieran y, sobre todo, hacer un entrenamiento cardiovascular muy importante, hacer carrera, y todo ello enmarcado en una preparación planificada durante un tiempo prolongado.
Desde el punto de vista de Charo Madueño, esta preparación fue “un año de mi vida que lo cambió todo”. Una vez decidida a subir el Aconcagua, comenzó su preparación en montaña, que hasta ese momento nunca había realizado. “En un año subí a un 4000 -metros- en Marruecos: el Tubqal, en cuatro días. Luego, en verano, me gasté mis vacaciones en subir al Kilimanjaro. Fue un gasto de dinero impresionante y una dedicación total, en la que prácticamente todos los fines de semana los pasaba durmiendo en Sierra Nevada”, explica la cordobesa, apuntando que, habiendo nacido en Córdoba, a 90 metros, “iba a subir a 7000 metros y tendría un mal de altura muy grande”.
Y, aún así, pese a toda esa preparación, no todos lo lograron. De hecho, Rosa Flores se quedó a las puertas, en el Nido de Cóndores, a 5250 metros de altura. Flores lo explica de manera muy sencilla: “siempre he sido de un carácter muy optimista. Nada más que el hecho de haber llegado a formar parte de la expedición y haberme trasladado a la otra parte del mundo para hacer eso, para mí, ya era un éxito”. Así, todo se supeditaba a lo que pudiese dar a nivel físico, siendo “la más joven y menos experta, y, por lo tanto, un poco menos preparada a nivel físico, pero esa juventud en aquél momento hacía que yo pudiera aguantar un poco todo. Llegaba la última, pero siempre llegaba”. Sin embargo, no pudo lograr su sueño. “Mi bajada de rendimiento fue muy paulatina. Cuando llegamos al Nido de Cóndores fue cuando yo realmente me percaté de todo. No podía dormir, estaba con mal de altura, y Ricardo, que era un poco el jefe de expedición, también se dio cuenta. Ahí ya me dijeron que me tenía que bajar, pero lo acepté bien y me dediqué a ayudar en el campo base”, recuerda.
La que sí que pudo alcanzar el sueño, tocar el cielo de América, fue Charo Madueño. Recuerda que fue “pensando que era la qeu menos posibilidades tenía”, habiéndose presentado al cuarto examen de las oposiciones de veterinaria el día de antes de comenzar la expedición. “Mi preparación había bajado bastante por los exámenes y yo pensaba que no lo lograría. Salí de aquí el 22 de diciembre y la cumbre era el 5 de enero. Había dejado a mi hijo, que se llama Melchor, y yo me dije que no había venido aquí a intentarlo, que tenía que subir, no me puedo ir a Córdoba sin haber subido. Mis tres compañeras ya no podían subir y desde luego yo no iba a dejar que una mujer no subiera al Aconcagua”, relata Madueño.
Sin embargo, todo pareció desmoronarse el día que haría cumbre. No pasaría mucho tiempo desde su salida ese día hasta que comenzase a notar los efectos de la montaña. “Nada más salir, ya estaba congelada, me dolía la espalda, la cabeza, todo”, cuenta. Estaría a punto de rendirse, a punto de dejarlo todo, al punto de decir: 'no puedo'. “Me desmoroné, pero saqué fuerzas y seguí.
Al cabo de una hora de camino, sus compañeros decidirían dar marcha atrás por las congelaciones, pero una arista le marcaría el camino. “La vi y me dije: 'vale, nos damos la vuelta, pero la arista la hago', y tuve mucha suerte. Hice la arista y el viento, que me estaba matando, al meterme en lo peor del Aconcagua, que es La Canaleta, que si hubiera soplado el no la hubiera subido, se cortó”. Casi sin fuerzas, paso a paso, viendo como la gente se daba la vuelta, y casi a gatas, Charo Madueño llegó a la cumbre. Se había convertido en la primera mujer cordobesa en coronar el Aconcagua por su ruta normal. “Subí porque estaban aquí mis niños y porque tenía que subir una mujer al Aconcagua. No tenía alternativa, tenía que subir”.
Ya fuese para Rosa Flores, que no llegó a lograr la cumbre, o para Charo Madueño, la experiencia fue una de esas situaciones que cambian la vida para siempre. Para Rosa, por ejemplo, supuso “un antes y un después que me dio mucha fuerza para hacer proyectos míos, propios, y ver que yo era capaz de hacer más cosas de las que pensaba, puesto que te da una confianza en ti muy alta”.
Para Charo, por otro lado, le hizo ver que “si te propones algo, lo puedes conseguir”, además de permitirle “transmitir que yo, que tenía una edad, que tenía una familia, me sirvió para demostrar que las mujeres que tenemos el mismo derecho, y no solo el derecho, sino el deber de estar ahí, de hacer las cosas”. Y es que, según relata, “subir al Aconcagua me ayudó muchísimo a ver que era un mundo masculinizado totalmente y machista. Cuando llegué y me hizo la revisión, el médico me dijo que qué pintaba yo allí, y cuando bajé, me dijo que habían apostado todos a que no lo lograría. No daban crédito. Le dije que era porque no sabían la fuerza que tiene una mujer. Una mujer no viene aquí a tontear. No iba a dejar a mi familia para irme a Argentina a vivir unas vacaciones. Yo iba allí a subir al Aconcagua. Punto”.
De esta manera, se logró una victoria que, pese a todo, se considera de grupo. A la expedición les fue otorgado el Premio Meridiana de aquel año del deporte, así como el de los periodistas deportivos. Pero Madueño se queda “con que se visibilizara a la mujer en el deporte en Córdoba, siendo además un deporte minoritario porque no tenemos altas montañas en Córdoba”.
Uno de los aprendizajes más definidos que obtuvieron ambas cordobesas fue, que todo el mundo, en situaciones difíciles, no funciona igual. Tal y como relata Rosa, “hay gente que reacciona muy bien y con compañerismo, y hay gente que pierde los papeles totalmente y que no sabe realmente lo que es estar en grupo”. Además, en el caso particular de Rosa, tuvo que aprender “hasta a comer y beber, que es distinto a cuando comemos aquí, en el día a día, ya que tienes que saber que la hidratación es obligatoria y cada cuarenta minutos, sin falta”.
Charo también recuerda que, pese a que no son situaciones límite como tal, porque no se pusieron en riesgo en ningún momento, la montaña siempre tiene un peligro intrínseco a su práctica. “Si en lugar de quitarse el viento en aquel punto, sopla más, no sabemos qué hubiera pasado. Tuvimos tres personas con edemas cerebrales y pulmonares. De quince, quedamos en la montaña nueve. De los nueve, solo cinco intentamos la cumbre. Es un aprendizaje para decir que, si yo me tengo que poner en alguna vez en una situación así, tengo que elegir bien la persona con la que voy a ir. Y, aún así, nunca sabes cómo pueden ser las reacciones”, destaca Madueño.
Precisamente ese fue un aprendizaje que llevó a cabo Rosa Flores poco después. Con la espinita de no haber logrado cumbre, organizó su propia expedición, cosa que le “llenó muchísimo”, sobre todo “el elegir con quién quería ir y realizar mi propio proyecto fue una maravilla”. Así, pusieron rumbo hacia el Tubqal, donde sí logró cumbre en 2006 junto con Ángela Jerez. “Eso fue el siguiente pero luego ya quise tener familia y me pasé al deporte base y volví a la escalada deportiva. Hasta embarazada estuve escalando, hasta el séptimo mes”, destaca.
Tras la expedición femenina al Aconcagua, los caminos de Charo Madueño y Rosa Flores se separaron en este ámbito. Mientras que la segunda se centró en la escalada deportiva, Madueño, al haber logrado cumbre, tenía “una exigencia tan grande que pensaba que iba a ir al Everest. Subí al Aconcagua con 42 años, y mis padres eran muy mayores. Entonces supe que la montaña se había acabado para mí. Subí al Montblanc, porque era un asunto pendiente, pero ahí se acabó. Tenía dos niños pequeños, era una circunstancia distinta, y entonces me reinventé”, explica la montañera.
Sería entonces cuando descubriese la Carrera de la Mujer. Desde ese momento, y durante diez años, corrió todas las carreras populares, logrando cierto éxito en su categoría, así como luchando por equiparar los premios masculinos y femeninos, y llegando, incluso, a probar el triatlón. “Me he vinculado en el deporte, pero teniendo en cuenta que todo ha sido a partir de los 40 años, ya con una familia formada. Ahora mismo pues sigo corriendo, ya menos carreras, pero corro la media de Córdoba, hago senderismo, hago montañas. Yo no he dejado hacer montaña en Pirineos y tal, pero la expediciones se han quedado fuera ahora. Este verano que estuve en Islandia, pues subo a lo más alto que haya en Islandia. Lo que te da la montaña es la sensación de que, cuando está arriba, todo está debajo tuya”, explica.
Con esa reinvención y esa implicación en la Carrera de la Mujer, llegó uno de sus mayores éxitos. Estando en la directiva del Club Los Califas, la mencionada carrera llegó a tener más de 2.000 mujeres corriendo en la calle. Además, Charo Madueño nunca ha dejado de reivindicar el papel de la mujer tanto en el deporte como en la sociedad. En este punto de la entrevista, recuerda como, cuando estaban preparando la expedición, acudió al Instituto Andaluz de la Mujer a pedir una subvención para lograrlo. “Me dijeron que, mientras hubiera una mujer maltratada, no iban a poner ni un euro en el deporte. Cuando volví y nos dieron el premio Meridiana -otorgado por el propio Instituto Andaluz de la Mujer-, ya no lo quería. Es contradictorio. No se dan cuenta de que se puede hacer mucho por la igualdad, no solo hay discriminación en la violencia, hay en todos sitios”, recuerda.
En el caso de Rosa Flores, su camino fue ligado a la escalda deportiva, así como a formar una familia. Cuando culminó el Tubqal, hizo un giro de 180º y volvió a su deporte base. “La escalada deportiva es lo que me ha sostenido y me ha agarrado a la montaña, porque todo mi deporte base es en la montaña”, explica Flores. Así, se ha ido “adaptando también con mi edad, con mi situación personal, acomodando todos mis objetivos deportivos hasta que al punto que hoy día por ejemplo estoy de nuevo apoyando las bases. Intento echar un pie adelante, crear otra vez de nuevo jornadas de montaña como por ejemplo las que tenemos el 27 y 28 de enero, para volver a apoyar esa base deportiva de la montaña y darle visibilidad, tanto al deporte, como a la montaña en sí, como a la mujer”.
Y es que, para Rosa, es fundamental en la vida “ser proactivos”, y argumenta que “si queremos que algo cambie, que algo mejore, hay que echar un pie para adelante. Si queremos que la mujer tenga visibilidad, hay que moverse. No se puede estar esperando a que lleguen las cosas, tienes que dar la cara y avanzar para poder abrir caminos a los que vienen por detrás”.
En el lado contrario, los planes de futuro de Charo Madueño pasan por “jubilarse cuanto antes, que yo ya he disfrutado. Salgo al campo para disfrutar y me centro en eso. Y, aunque siempre digo que no tengo proyectos, ahora estoy en marcha deportiva y voy a competir, porque creo que las abuelas no hacen marcha, y yo sí quiero hacerlo, por lo que estoy entrenando para ello”.
Para finalizar la entrevista, Madueño insiste en una cosa: el respeto. “Cada persona tiene su ritmo, tiene que ir a su aire y a lo que pueda. La implicación le llegará a cada uno en el momento que quiera, pero hay que ser muy respetuoso con todos. En la montaña todo el mundo tiene cabida. Y, sobre todo, las mujeres tenemos cabida en todo. Que la gente disfrute, y que las mujeres sepan que, aparte de ser madres, novia o lo que sea, que son ellas y pueden hacer todo lo que se propongan. Todo. Si yo subí al Aconcagua, todo lo que te proponga lo puedes conseguir”.
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