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La condena de un corazón noble, pero cansado

Córdoba - Villarreal en el Estadio El Arcángel | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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El cordobesismo muestra su enfado al palco tras una nueva decepción en El Arcángel, donde lo mejor es la solidaridad de la afición para con el pueblo saharaui

No saben si acuden a la cita por pura inercia o movidos por la pasión, ésa que sienten y no pueden explicar. Desconocen si cada nuevo paso que dan les llevará a buen destino, pero siguen adelante. Les resulta imposible abandonar, aun cuando la ‘guerra’ parece estar perdida. Marchan mientras conversan, o al revés. “Hoy va a ser”, asegura uno de ellos, al tiempo que el otro esboza una sonrisa. El gesto es más propio del que al mal tiempo pone buena cara que de aquel que es feliz. Porque apenas logran serlo esta temporada quienes se dirigen a El Arcángel el día en que éste acoge un partido de su Córdoba. El Córdoba al que ven hundido y con el que se hunden. Esta vez no va a ser menos, aunque el ambiente antes del encuentro es diferente. Cada cual, solo o acompañado, camina sin más, con un único pensamiento: el triunfo. El silencio que imperó tras el duelo con el Deportivo gana la partida en la previa del choque con el Villarreal. Al cuadro castellonense le llaman el ‘submarino amarillo’ y sin embargo es el conjunto blanquiverde el que se encuentra sumergido. Muy a su pesar. Y más si cabe para todos los fieles que pueblan las gradas de un estadio en que el frío lo es también por momentos en el ánimo.

Pero no existe lugar a la rendición. No para una afición que nunca deja de creer, que jamás da la espalda. Los seguidores aguantan el tirón y vuelven a generar la vibración de su templo con el himno. Quizá en ese instante, en las emociones de ese puñado de segundos, buscan el refugio que tanto necesitan encontrar. Están dolidos, incluso desilusionados, pero su canción está por encima de todo. Es la canción de quienes a lo largo de 90 minutos pasan del hastío a la esperanza con poco que le ofrezcan desde el terreno de juego. La canción de los que padecen y lamentan su amargo caminar por Primera. Los goles vuelven a llegar en la portería propia. La derrota toma cuerpo de nuevo. Son muchos los que se retiran antes de tiempo. Otros resisten cómo pueden. Probablemente en un acto de fe convertido en cotidiano. A lo mejor porque tienen algo que decir cuando el balón deje de rodar.

Entonces, cuando se escucha el pitido final, aparecen los pañuelos en la grada. Una imagen clásica se convierte en actual. El presente es difícil. Y no son pocos los que muestran su enfado. Quienes soportan el rigor y la dureza de la realidad, lanzan sus mensajes al palco. “Directiva dimisión”, cantan. “González vete ya” también suena en El Arcángel. “Carlos González, pesetero” es otra versión. Todas las letras tienen un mismo significado: la afición no desea un periplo tan corto como lleno de sinsabores por un territorio que le costó más de cuatro décadas volver a recorrer. El himno está presente, más que nunca. La megafonía alcanza un elevado volumen y las voces discordantes se apagan poco a poco. Mientras, en su zona de Preferencia, aficionados del Villarreal aplauden a modo de consuelo a quien cada dos semanas no lo tiene. Eso es fútbol y no lo que en ocasiones le rodea, como el triste suceso que abre la mañana en Madrid. El deporte no mata, lo hace la falta de cordura.

Al final, lo único positivo del día es lo que acontece en los alrededores de El Arcángel dos horas antes de que comience el duelo entre Córdoba y Villarreal. Y cuatro antes de la imagen de la indignación y la decepción. Lo que da sentido de verdad a la vida, que nada es sin el amparo de un corazón noble. Como el que demuestra tener la afición blanquiverde, que una vez más, y ya van 13 años -como las 13 jornadas sin ganar de su equipo-, responde a la llamada de Cordobamanía. El que tiene alimento aporta al que lo necesita. Los niños saharauis saben que pueden confiar en su peña y en aquellos que la apoyan. Es el camino hacia la felicidad de otros, mientras el propio es tortuoso y cuasi imposible de transitar. Ese corazón noble se encuentra cansado por su condena amarga, pero no pierde su latido de solidaridad. Eso es lo mejor.

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