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Incendio en el páramo de El Arcángel

Afición cordobesista en El Arcángel | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Desde la lejanía una canción toca el oído. “González, vete ya”. Suena con fuerza a pesar de que no son muchos los que a coro la entonan. En ese instante el cielo sigue cubierto pero no llora. Es poco después, cuando se acerca la hora del partido, cuando el agua cae. Cada vez llueve más. Lo hace sobre mojado. En un terreno otrora verde cual bosque de sueños e ilusiones y esta vez convertido en un erial de sensaciones. El ambiente está enrarecido en el templo en ruinas. Fuera de El Arcángel todavía siguen quizá dos centenares de aficionados. Mantienen sus gritos contra la propiedad y el Consejo de Administración. Todo parece tristeza en la grada, a la par que la tensión la sobrevuela. El momento que debe romper con la situación es en realidad una muestra más de lo complicada que es.

Suena el himno de Manuel Ruiz Queco. Pero esta vez, con la entrada más pobre de la temporada, no son las gargantas de los aficionados las que le dan vida. De hecho, por vez primera en cinco años -aproximadamente- no hay cántico a capela y la megafonía es la que ofrece los acordes y las voces. Lejos de cambiar el panorama, en medio de la letra que recuerda un cincuentenario dramático pero que es copla del corazón para el seguidor, comienza un concierto de pitos. Los silbidos son mayoritarios mientras los jugadores del Córdoba dan sus primeros pasos sobre el césped. Definitivamente, la paz está rota. “Directiva, dimisión” se oye desde el exterior del estadio y de repente una ola atípica se origina dentro sin punto único o concreto de origen. El agua se levanta en toda la grada. Y tras la más triste experiencia, el silencio hace un ruido ensordecedor.

No hay nipones en el templo. O si están no se dejan notar. Lo que antes fuera un gran paisaje ahora es un páramo. El frío hiela y el descontento hiere. La lluvia comienza a desaparecer, pero no el agua. Cae en forma de silbidos, que son el aviso de lo que está por venir. Los grupos de animación, eso sí, mantienen su apoyo a un equipo que además en esta ocasión lo intenta. Domina al Huesca, a su manera pero lo hace. En un momento dado, el cántico cambia. “González, vete ya”, canta de manera mayoritaria El Arcángel. Al descanso vuelven los pitos, que no son de caña por ser Carnaval. Y la megafonía trata de ocultar la protesta, que es a la española. Como lo es en el minuto 54, el que coincide con el año de la fundación de un Córdoba en estado de languidez casi irreversible -al menos en la actualidad- y no muy atrás en el tiempo el instante para volver a entonar el himno.

Ahora lo que se oye es otro tema contra Carlos González y el Consejo que recibiera su herencia. Los pañuelos colorean una estampa olvidada a orillas del Guadalquivir. Pero lo peor aún está por llegar. En el minuto 67 Sergio Aguza ve la segunda amarilla. Y Luso la roja directa desde el banquillo. Florecen los nervios sobre el césped tras unos minutos de complicidad entre el equipo y la afición. Diez después salta la chispa: el Huesca aprovecha una rápida salida a la contra y Vadillo marca. Comienza a sonar de nuevo el “directiva, dimisión”, en esta ocasión con más intensidad si cabe. Y otros diez después, Vadillo. El segundo del Huesca. Ese gol, que sentencia al Córdoba en este duelo y le aboca a la penuria en la temporada, es la cerilla encendida arrojada sobre el secarral. Es la causa final para el incendio en el páramo, que mientras arde se vacía.

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