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En tierra de entrañas

En tierra extraña

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La copla fue un género iluminado antes de 1936. Después cayó en la oscuridad de una guerra, el pozo de una posguerra y salió transformada en el espejo de una España rancia y atemorizada, donde siguió sonando, ya a media voz, en patios y callejas. 

En las últimas décadas algunos y, sobre todo, algunas, han devuelto al género su barniz dorado, logrando poco a poco retornarlo a ese lugar honrado en el que habitaron estos cantes del pueblo.

A esta reivindicación se suma ahora el musical de canción española En tierra extraña, que recrea un encuentro ficticio entre el compositor Rafael de León, la estrella Concha Piquer y el poeta Federico García Lorca. Una reunión que por no celebrarse, había que inventarla.

Porque no existe constancia de que Lorca conociera a Piquer ni tampoco que le escribiera nunca una copla. Pero el poeta sí que fue buen amigo de León, noble sevillano fascinado por el pueblo y uno de los autores que más ha influido en la educación sentimental de muchos españoles. Juntos compartieron juergas y semanas santas en Sevilla, versos populares y de altura, seguramente risas y llantos. 

León, autor de cumbres copleras -con música del maestro Manuel Quiroga- como Y sin embargo te quiero, Ojos verdes, La Zarzamora o Tatuaje escribió muchas para la Piquer. A partir de estos elementos históricos José Cámara y Juan Carlos Rubio, autores de la idea original de una obra que ha comenzado su gira en Córdoba, dejaron volar la imaginación.

Estrenada en el madrileño Teatro Español, el gran teatro lorquiano, es precisamente en sus tablas donde arranca esta pieza: en un ensayo de León y Piquer presidido por el famoso baúl de la folclórica, repleto de ilusiones. El libreto de Rubio y la dirección musical de Julio Awad se adentra en esta historia a través de diálogos espontáneos y bien contextualizados en el Madrid prebélico, regados con el amor, el desamor, los celos y las pasiones extremas del querer de las coplas al piano. 

Diana Navarro cantando por la Piquer en el que ya es su brillante debut teatral, y Avelino Piedad en la piel de Rafael de León, lleno de desparpajo, pluma y comicidad, nos sumergen entre risas y confidencias en este ambiente coplero republicano. Federico llega tarde a la cita, entra por el patio de butacas y recita y habla con acento granadino. 

El actor que le da vida vuelve a ser Alejandro Vera en la piel del poeta. Ya lo fue hace unos años en La correspondencia personal de Federico García Lorca, también de Juan Carlos Rubio, donde el dramaturgo situaba a Lorca una hora antes de su muerte en el molino de Víznar. 

Aquí Lorca, León y Piquer son genios, pero en la sociedad de su tiempo, por muy democrática que se sintiese, eran personas en los márgenes: dos homosexuales que no se escondían y una cantante embarazada de un hombre casado.

Hablando de la vida y del duende, con las risas, el visón, los cantes por Broadway, la música cubana, la canción popular española y el jazz, con la lima y el limón y dejando los dramas “para la Xirgu”, esta comedia empieza a tornarse en drama con una Piquer que, en palabras reales de la actriz catalana, le pide a Federico que huya a México, a tierra extraña, porque su nombre está en demasiadas listas negras.

Con diálogos sacados de la propia obra, además de las conferencias y entrevistas de Federico, el acto final de En tierra extraña responde con un mensaje de conciliación a la pregunta de qué es ser español. Una mirada a un pasado doloroso que tiene aún heridas abiertas en el presente: intolerancia, polarización, además de intentos de corrección, la peor enemiga del arte.

Que Lorca es infinito bien lo sabe Juan Carlos Rubio. Las luciérnagas de su intimidad y de su lado popular laten en esta obra que demuestra aquello que pregonaba Eduardo Haro Tecglen: que Federico también se completa con su imitador vulgar, Rafael de León.

Y entre las risas, la copla y la tragedia, una abandona el teatro con la pena que supone la injusticia de que el poeta siga llegando tarde hasta a su propio entierro.

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