El secreto que guarda la iglesia de Santiago
Como le ocurre a Quintín Roelas, es sencillo dejarse llevar por esa siempre cambiante vía. Su aspecto actual no es el de finales del siglo XIX. Y por supuesto nada tiene que ver con el que presentara diez centurias antes. Puede que una más en esta historia. El protagonista de La feria de los discretos, novela que abre la trilogía El pasado de Pío Baroja (1905), camina más de una vez por la calle del Sol en la Córdoba de 1868. Hoy en día, su nombre es Agustín Moreno. Él apenas percibe la presencia de un edificio, igual que puede sucederle a cualquier viandante. Quizá sea por la discreta fisonomía que desde mucho tiempo atrás mantiene. Sin embargo, el inmueble en apariencia común es uno de cuantos se erigieran tras el Fuero de Córdoba, de 1241. Dicho de manera más sencilla, pertenece a la lista de iglesias fernandinas de la ciudad. En su interior, también muy modificado a lo largo de los años, existe un elemento arquitectónico que en principio puede pasar desapercibido. Pero es diferencial y significativo. Se trata de un viejo alminar de época andalusí, que resiste aún el nada compasivo transcurso del tiempo. Es el secreto que guarda la parroquia de Santiago Apóstol.
“El exterior de esta iglesia revela dos épocas. En el lado de la calle del Sol parece una obra moderna a causa de la reforma del pórtico de tres arcos y del campanario, todo de mal gusto y embadurnado de cal y ocre […]”. Esa afirmación es la que dejara en su día escrita Teodomiro Ramírez de Arellano en su imprescindible obra Paseos por Córdoba (1873). Ésa es la forma en que el fundador del periódico La Crónica, después cronista de la ciudad, viera la parroquia de Santiago desde fuera. Curiosamente, en su descripción del templo queda por siempre obviada la estampa de un muro en vertical con un sello distinto. Pero el legado de la Historia, que escapara al insigne gaditano pero cordobés de adopción, no desaparece. Al menos en parte. Se trata del referido alminar de origen árabe, perteneciente a la época en la que Córdoba ocupara un lugar preeminente en el mundo. Allá en los tiempos de un denostado, y muy confundido, Al-Ándalus -cuestión de revisionismos y extremismos-.
Tres alminares, tres
La reconquista de Córdoba por parte de Fernando III el Santo, allá por 1236, significó, como en otros territorios nuevamente cristianizados, una remodelación profunda: en lo religioso, lo cultural y, por ende, lo arquitectónico. El Fuero de Córdoba promovió la organización de la ciudad en 14 collaciones, establecidas en torno al mismo número de iglesias. Fueron, son y serán las conocidas como fernandinas -aunque alguna ya haya desaparecido-. Entre ellas se encuentran, precisamente, la de Santiago. Sobre esas parroquias pesa aún la afirmación de que todas fueron construidas sobre mezquitas de época andalusí, una idea que proviene principalmente de trabajos como Córdoba Califal (1929), en el que Rafael Castejón aseverara que “donde hoy existen parroquias del tiempo de Reconquista, como San Nicolás de la Villa, San Miguel, San Juan… había mezquitas en época califal”. A pesar de esa creencia, sólo hay evidencia material, in situ, de tres templos de culto islámico en ese tipo de iglesias: San Lorenzo, San Juan de los Caballeros y, por supuesto, Santiago.
El alminar de la primera de esas parroquias mantiene levemente su presencia interior. Siglos después de su edificación, como parte de la mezquita de al-Mughira, el templo sufrió diversas modificaciones. La más importante fue la que llevara a cabo en 1555 Hernán Ruiz el Joven, quien transformó la antigua torre en la que actualmente perdura y que es una de las más destacadas obras del Renacimiento andaluz. En cuanto a los elementos de Santiago y San Juan de los Caballeros -hoy colegio de las Esclavas-, los dos aparecen ubicados temporalmente, como señalados de la época, junto con el de la iglesia del Salvador de Sevilla por parte de algunos autores. “Un primer grupo de tres alminares destaca por su original estructura: el del Salvador, en Sevilla, y los de Santiago y San Juan de los Caballeros, en Córdoba. El sevillano del Salvador corresponde a la primera mezquita aljama de Sevilla […]. Posterior a éste es el cordobés de Santiago, datándose el de San Juan de los Caballeros a fines del siglo IX o inicios del X”, expone el arqueólogo e historiador gaditano Manuel Bendala Galán en Manual del Arte español (2003).
La analogía arquitectónica y por tanto de datación no es novedosa en ese sentido, pues él recoge una descripción realizada anteriormente por el historiador turolense -natural de Valdealgorfa- Gonzalo Máximo Borrás Gualis, quien formaliza ese pensamiento en El Islam: de Córdoba al mudéjar (1990). El aragonés sustenta su creencia en estudios del barcelonés Félix Hernández, quien en 1931 confirmara que el campanario de Santiago fue en origen un alminar andalusí, fechado, probablemente de forma errónea, a fines del siglo IX. El catalán consideraba que pertenecía al período de emirato -que no de califato- de Abd al-Rahman II (822-852).
Hisham I, el artífice más probable
“Estos tres alminares, de planta cuadrada, tienen estructura interior de la escalera de caracol, claramente diferenciada de la estructura de machón central cuadrado, que tenía el alminar de Hisham I en la aljama cordobesa, […]”, escribe Borrás Gualis para continuar con su informe respecto de, además del Salvador sevillano y de San Juan, Santiago Apóstol. Lo cierto es que allá por 1975 el arabista Manuel Ocaña, miembro de número de la Real Academia de Córdoba y correspondiente de la Real Academia de la Historia, identificó los restos del alminar en cuestión con una mezquita fundada por el emir Hisham I durante su breve reinado entre 788 y 796. Su aseveración fue aceptada con posterioridad por otros diversos autores, como expresara en 2015 en su tesis doctoral la arqueóloga Carmen González Gutiérrez. En su texto señala que el propio Ocaña consideraba el edificio como la mezquita “llamada del Amir Hisham, fundada a finales del siglo VIII por Hisham I”.
Con esa perspectiva aparece el alminar, y la mezquita que abrazara, como la más antigua de la ciudad con la excepción de la primera fase de la Mezquita Catedral. Esa teoría es la que actualmente cuenta con mayor aceptación. A pesar de ello, la Junta de Andalucía mantiene este elemento arquitectónico, al igual que el de San Juan de los Caballeros, como Bien de Interés Cultural (BIC) en su lista del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) como ejecutado en el siglo IX y no en el VIII. Hoy por hoy, el alminar permanece oculto tras la imagen externa de la torre de la parroquia cuya fachada normalizada observara Quintín Roelas en la calle del Sol. En relación a su ejecución, la propia Carmen González Gutiérrez muestra una serie de detalles técnicos de gran valor en su ya mencionada tesis doctoral, titulada Las mezquitas de la Córdoba islámica: concepto, tipología y función urbana y dirigida por los catedráticos de la Universidad de Córdoba Desiderio Vaquerizo Gil y Alberto León Muñoz.
El alminar en la actualidad
La ahora parroquia de Santiago Apóstol tuvo su uso como mezquita hasta la segunda mitad del siglo XIII, momento en el que, tras la reconquista de San Fernando y durante el reinado de Alfonso X el Sabio, comenzó la construcción de la iglesia. Eso sí, desde 1236 el templo quedó adscrito al culto cristiano. Se trata, toca indicarlo, de un alminar de planta cuadrangular de 3,90 metros de lateral y 8,5 de alto que actualmente es visible en su totalidad en la cara sureste. Es ahí donde se aprecia el muro de la vieja torre, y una ventana germinada con dos arcos gemelos. Antiguamente contaría con un parteluz y dos saeteras que, sin embargo, no llegan al día presente. Su aspecto así como su integración actual se deben a la intervención que llevaran a cabo en la iglesia Antonio Cabrera y Óscar Rodríguez entre 1987 y 1990, con el objetivo de consolidar el edificio tras el derrumbe causado por el incendio que sufriera en 1979.
En ese tiempo la torre ya contaba con su espadaña, la que le da forma realmente en las centurias posteriores a la del XIII. Con todo, en el interior de la parroquia lo que se observa hoy es sólo el primer cuerpo en cuyo lado suroeste el propio Félix Hernández identificó su puerta original, sin poder especificar si estaba enmarcada con algún arco o dintel. El segundo cuerpo estaría formado, por cierto, por una linterna que abriría a la terraza desde donde el almuédano llamaba a la oración. Muchas centurias después, este alminar es el secreto que guarda Santiago.
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