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Juan Velasco

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La historia de Alejandro Urrutia Cabezón es, en gran medida, la historia que escribieron sus dos hijos. A buen seguro no hay en España otro padre cuyos dos vástagos hayan sido merecedores del Premio Nacional de las Letras. Alejandro tiene ese título invisible. Y, aunque no estuviera para verlo, a buen seguro contribuyó, por acción o por omisión, a engrandecer la obra de sus dos hijos: la del reconocido, el poeta Leopoldo de Luis; y la de su hijo ilegítimo, el escritor y periodista Francisco Umbral.

Este parentesco, destapado en 2015 por el periodista de El País Manuel Jabois, se recoge en el documental Anatomía de un dandy, dirigido por Alberto Ortega y Charlie Arnáiz, y centrado en la figura del prosista y gran columnista de la España contemporánea. Una película que arroja algo más de luz sobre su biografía, recurriendo para ello a la voz de Jorge Urrutia, sobrino de Umbral, hijo de Leopoldo de Luis y nieto de Alejandro Urrutia Cabezón, un abogado nacido en La Coruña pero que se formó como persona (y como personaje) en la Córdoba de los primeros compases del siglo XX.

En el documental, su nieto Jorge define al padre de Umbral como “un joven modernista cordobés” y lo recuerda “vestido todo de negro, con capa española, zapatos de charol y leyendo El Socialista por la calle”. Una definición casi anatómica que casa bastante bien con la imagen que da la película del hijo que tuvo con su secretaria y al que, como recuerda Jabois, ayudó en su infancia y en sus primeros pasos laborales mucho más de lo que Francisco Umbral reconocía públicamente.

¿Pero, quién era Alejandro Urrutia Cabezón? El economista y miembro de Foro Ético Ignacio Trillo, que ha escrito mucho sobre Leopoldo de Luis, lo define como “un gran humanista, polifacético en sus lecturas, lo mismo de ciencias que de letras” y como un tipo con un “cierto hábito de bohemio de doble vida como los modernistas de su época”.

Entre el republicanismo y el socialismo utópico

Trillo sitúa la llegada de Alejandro Urrutia a Córdoba a finales del XIX, movido por el cambio de destino de su padre, Román Urrutia. Es en esta ciudad, destino en aquel entonces de los primeros viajeros románticos, donde el joven estudiaría Derecho y alcanzaría el doctorado para, con posterioridad, opositar hasta obtener la plaza de juez y finalmente rechazarla. Una renuncia que hizo bajo la excusa de que era “incapaz de juzgar a nadie”, según narraba su nieto en una entrevista en la que definió bien el espíritu de Alejandro, un intelectual que se forjó entre el republicanismo y el socialismo utópico, aunque sin necesidad de afiliación política.

“Siento que bulle y que se agita, lleno de ideas y de anhelos de un vivir nuevo y fecundo, transparente y amplio un mundo hermoso, bello y noble en mí”, escribiría Urrutia en Amanecer, uno de los poemas incluidos en Versos (1915), su primer libro, un volumen muy difícil de encontrar, pues apenas se editaron medio centenar de ejemplares, de las que una buena parte repartió entre sus amistades.

Para cuando esta obra vio la luz, Urrutia ya era parte del llamado grupo modernista cordobés y alternaba con personajes como Eloy Vaquero Cantillo, periodista, poeta y político; Marcos Rafael Blanco Belmonte, periodista, poeta y escritor; el historiador, Juan Díaz del Moral (1870-1948), entre otros influyentes personajes de la Córdoba de principios del siglo XX.

Una ciudad que debió fascinar a aquel joven abogado, puesto que su primer poemario, dedicado a sus amigos Julio Romero de Torres y Francisco Giner de los Ríos, está trufado de versos y reflexiones en torno a la historia de la ciudad y sus personajes más ilustres.

Una obra poética rendida ante Córdoba

Así, Urrutia iba de las calles y olores de la Córdoba contemporánea a sus ensoñaciones en torno a figuras como Maimónides, Góngora, Séneca, Lagartijo o el Gran Capitán, entre otros cordobeses ilustres, a los que dibuja líricamente prendados de las mismas sensaciones y rincones que le fascinaban a él. Hay en esa obra un idilio más que palpable entre el poeta y la ciudad que, en 1920, tuvo que abandonar con destino a Valladolid.

“Lo alegre de córdoba no es bulla, no es grito, es risa apagada. Hay un misterioso encanto infinito en esta ciudad encantada”

Fue precisamente en la capital vallisoletana donde Alejandro Urrutia conoció a Ana María Pérez Martínez, la secretaria de su despacho con la que tuvo un romance del que nació Francisco Umbral. Un romance que, a pesar del secretismo, no ocultó durante mucho tiempo a su esposa, Vicenta Luis Cea. “La generación modernista es una generación que tiene una doble vida muchas veces”, explicaba Jorge Urrutia en una entrevista sobre los tiempos en los que creció su abuelo.

Su nieto, que lo dibuja como “un hombre muy culto, amante de la literatura y con muchas lecturas”, también traza una línea que separa la obra literaria de Alejandro Urrutia de las que después hicieron Francisco Umbral y Leopoldo de Luis. La prueba está en que tanto Umbral y De Luis prescindieron del apellido de su progenitor para firmar sus trabajos.

Aunque cada uno lo hizo por motivos distintos. Los de Umbral fueron de índole personal. Leopoldo de Luis, sin embargo, que firmó al principio como Leopoldo Urrutia, acabó renunciando al apellido paterno por cuestiones políticas, ya que su padre se había ganado reputación de subversivo contra el régimen de Franco por sus actividades tanto en Valladolid (donde, entre otras cosas, fue uno de los pocos trabajadores de banca que se sumó al a huelga de 1917) como en Madrid (a donde llegó tras arruinarse por enésima vez y por la mediación de su amigo, el abogado cordobés Eloy Vaquero Cantillo, exministro durante la República).

Alejandro Urrutia Cabezón acabaría falleciendo en 1954, dejando las finanzas de la familia en un estado ruinoso y a un hijo ilegítimo en Valladolid con el que mantenía el contacto y al que llegó a cuidar en la casa familiar una vez que él y su madre enfermaron. Su esposa de hecho, siguió recibiendo noticias de Francisco Umbral tras la muerte de su padre. 

Con el tiempo, Francisco Umbral y Leopoldo de Luis se conocieron y se admiraron. Según cuenta Jorge Urrutia, Umbral siempre supo que De Luis era su hermano, mientras que éste se enteró mucho más tarde. El poeta pensó que si el prosista no se lo había dicho nunca, sus razones tendría.

Quizá se las contara a su hermano cuando éste murió y Umbral pidió quedarse a solas con él en el tanatorio. Corría el año 2005. Francisco Umbral murió dos años después. Todavía habría que esperar unos cuantos años más para que se conociera el vínculo que los unía a ambos: Alejandro Urrutia Cabezón.

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