La “gratitud” de Joaquín Machado al periodista que ayudó a su familia a huir a Francia
El 12 de abril de 1953, Joaquín Machado, el hermano periodista del poeta Antonio, se sentó ante el escritorio de su casa en el exilio, en Santiago de Chile, para escribir una carta de agradecimiento a otro periodista, Corpus Barga. Lo había intentado con anterioridad, pero hasta entonces no encontró el momento. O las palabras.
“Mil veces he tenido el deseo de expresar a usted mi gratitud por aquello”, escribió Joaquín sobre uno de los episodios más tristes y simbólicos del bando perdedor al final de la Guerra Civil, “pero mis ojos se nublan y huyen las palabras”, escribió. Habían pasado más de 14 años desde “aquello”, ocurrido el 22 de enero de 1939.
Ambos periodistas se habían visto solo una vez, como le recuerda Joaquín a Barga, cuando este último ofreció una conferencia en Santiago de Chile sobre el poeta de los días azules. “Yo le recuerdo a usted siempre, a más de por ser sus méritos de insigne literato, por un motivo sentimental. Sé que usted llevó en sus brazos a mi madre, por andurriales del exilio, hacia Collioure”, revela en esta misiva manuscrita que hoy guarda la Biblioteca Nacional.
Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna, nombre real de Corpus Barga (1887-1975) ha pasado a la historia por su obra y por sus crónicas, que dieron testimonio de la revolución rusa o del ascenso del nazismo y el fascismo en Europa. Uno de sus lugares en el amplio mundo que recorrió fue la Casa Grande de su familia en Belalcázar (Córdoba), pueblo de su padre, donde creció y se le sigue recordando a día de hoy.
Pero, junto a su obra, el nombre de Barga aún resuena por aquel capítulo de su vida en el que prestó ayuda a la familia Machado para cruzar la frontera francesa camino del exilio.
En el último tomo de Los pasos contados. Memorias noveladas, cuenta Corpus Barga el penoso éxodo desde una masía de Viladasens (Girona) hasta Collioure, en Francia, en el que acompañó a Machado, a su madre, Ana Ruiz, a su hermano José y a su cuñada Matea, huyendo del avance de las tropas franquistas.
La última noche antes de llegar a la frontera, no habían podido dormir y contaba José Machado en el libro, Últimas soledades del poeta Antonio Machado, que “el frío del amanecer se sentía hasta la médula de los huesos” y Antonio, “entumecido y agobiado guardaba el más profundo silencio rodeado de todas estas gentes que como en una última oleada de un baile infernal y en un postrer espasmo de movimiento, recogían sus pobres bagajes en maletas, sacos y bultos de las más extrañas formas, para seguir el triste camino del destierro”.
Arrastrando la pena y la derrota, la última travesía vital del poeta comenzó con el privilegio de un coche, a diferencia de los miles de republicanos que huían a pie por carretera, llenos de hambre y bajo la lluvia. Pero pronto se acabó la gasolina, hubo que dejar la maleta en el asiento trasero -¿o tal vez se había quedado en la masía?- y continuar caminando junto a esa columna de futuros habitantes de fríos campos de concentración en las playas del sur de Francia.
No había ya camino para ese caminante que, aun así, a medio kilómetro de la frontera, echará a andar junto a su familia. Tampoco escuchará ya el poeta en su caminar la voz de Juan de Mairena. A punto de alcanzar Francia, su madre, exhausta y delirando, preguntará, “¿cuánto queda para llegar a Sevilla?”, y el atlético Corpus Barga la cargará en sus brazos para evitar que se hunda en el barro.
Al llegar a la frontera y ante la carencia de documentos para entrar en el territorio francés, Barga, doce años menor que Machado, asegurará a los gendarmes que ese hombre grande, abatido y enfermo a sus 63 años era el mayor poeta de España. “Es nuestro Paul Valéry”, les dirá.
De los gendarmes recibirán un pedazo de queso y una gran rebanada de pan blanco y gracias al permiso de residencia como corresponsal en Francia que poseía Barga, podrán cruzar la aduana en un automóvil cedido por el comisario camino de la estación ferroviaria de Cerbère.
Allí esperarán algo de dinero y documentos que llegarán vía una carta del ministro de Estado de la República española desde Perpiñán y dormirán en un vagón que descansa en una vía muerta. La última gran metáfora de la vida de Antonio Machado.
Corpus los acompañaría personalmente a Collioure antes de que el periodista pusiese rumbo a París. Al llegar, se resguardaron en la mercería de Juliette Figuéres, quien acostumbrada a recibir españoles fatigados por el éxodo, les ofreció un café caliente. Ella misma les indicó que justo enfrente había una pensión en la que podían alojarse, la Bougnol Quintana.
Allí la familia pudo alquilar dos habitaciones, una para Antonio y su madre, y otra para José y Matea. Contaba la señora Quintana, como recuerda Laura Hojman, directora del documental Antonio Machado. Los días azules, que Antonio y José nunca bajaban juntos a comer. Un día preguntó a José la razón, y este le explicó que solo disponían de una camisa y tenían que turnársela para bajar al comedor.
En esta pensión moriría un mes después, primero el poeta y después su madre. Machado había traído consigo un poco de tierra que había recogido antes de cruzar la frontera. Una tierra de España que guardaba en una cajita de madera. Pidió que si moría en aquel pueblo, lo enterraran con ella. De cumplir aquella voluntad se encargarían su hermano y su cuñada.
"Sólo la tierra en que se muere es nuestra
El poeta fue enterrado en un nicho del camposanto de Collioure y trasladado en 1958 al lugar que ocupa hoy. El Ayuntamiento del pueblo francés cedió el terreno y la tumba se pagó por una suscripción popular a la que contribuyeron, entre otros, el escritor Albert Camus y el músico Pau Casals.
Hasta febrero de 2019, 80 años después de su muerte, un presidente español no pisó ese lugar sagrado para tantos y tantas en todo el mundo.
Cambridge, Londres
El mismo día de la muerte de Antonio Machado, el 22 de febrero de 1939, llegó una carta a Collioure desde la Universidad de Cambridge. En ella, el hispanista inglés John Brande Trend le ofrecía a Antonio el cargo de Lector de Español en la prestigiosa universidad inglesa, un cargo que había desempeñado Dámaso Alonso con anterioridad. José contestó de inmediato, con tanto agradecimiento como frustración y tristeza.
“Cuando llegó el ofrecimiento de esta célebre Universidad de Cambridge para mi hermano Antonio, en aquel momento acababa de morir”, escribió José a Trend.
Precisamente aquellos días en Londres, el periódico The Times publicó una necrológica en la que se leía: “A diferencia de muchos intelectuales, quienes, habiendo abrazado al principio la República, transfirieron poco a poco sus simpatías a los nacionalistas, Machado siguió fiel a la causa republicana hasta el final”.
Los hermanos Machado
Antonio y Manuel Machado, su hermano mayor y un hombre franquista, acabaron simbolizando las dos Españas. Cuando supo de su muerte, Manuel estaba en Burgos. De inmediato puso rumbo a Francia en un coche oficial del régimen y llegó al entierro. Allí se enteró de que su madre también había muerto. Tras la tragedia, la familia se separa y su hermano José, declarado antifranquista, no volverá a verlo jamás.
De regreso a Madrid, Manuel se sumerge en un estado de tristeza y cierta culpabilidad reprimida que lo acompañará hasta su muerte el 19 de enero de 1947.
Pero hubo más hermanos Machado, aunque Antonio y Manuel eclipsaran al resto. José fue pintor, Joaquín, el autor de la carta de agradecimiento a Barga, periodista y funcionario, y Francisco, abogado y poeta.
José y Joaquín emigraron a Chile al finalizar la Guerra Civil. Se embarcaron camino del exilio en el Formosa, barco fletado por el gobierno de Chile, a instancias de Pablo Neruda, y se establecieron en el país para nunca regresar a España.
En cuanto a Corpus Barga, el periodista vivió exiliado en París, donde pasó la Segunda Mundial. En 1948 se instaló en Lima (Perú) y dirigió allí la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos. Pudo volver a España de visita y en su última vez en Belalcázar, en el año 1970, Barga lloró delante de la Casa Grande. Moriría en Lima unos meses antes de la muerte de Franco, anhelando la libertad y la democracia que siempre persiguió.
Los Machado y tantos otros exiliados habían sido poco a poco arrojados al precipicio. Entre los muchos méritos que la familia dejó a la historia, emerge como imprescindible el hecho de recordarnos que la tragedia de Antonio Machado es la tragedia de España.
Tal vez por eso, por el deseo de no diluir las memorias, y también por el hecho de ser un poeta aún tan querido, Machado sigue recibiendo cartas cada día en el buzón situado junto a su tumba en el cementerio de Collioure.
Desde 1975, la fundación que lleva el nombre del poeta recoge textos enviados desde todos los rincones del planeta. Son cartas, poemas, dibujos, testimonios de exiliados e incluso peticiones al poeta. Documentos cargados de emoción. Muchas llegan allí con una única dirección en el sobre: Antonio Machado, cementerio de Collioure.
La que resulta una de las historias más tristes de la historia reciente y de las consecuencias de la Guerra Civil, se personaliza en la familia Machado pero nos representa a todos. Una historia que se condensa en el verso alejandrino que José encontró en el viejo gabán del poeta muerto. En un trozo de papel arrugado del que no hay rastro hoy, don Antonio había escrito: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
¿Hablaba Machado del sol de su Sevilla o era un recuerdo en sus últimos días de vida en Collioure? Una respuesta que nunca se ha podido desvelar y que como la poesía, está en cada uno. En cada una.
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