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La familia Manson crece

Obra de teatro 'Susan y el diablo'

Carlos Alarcón

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“Cuando llego al fondo, / vuelvo a lo alto del tobogán, / donde me detengo y me doy la vuelta, / y me subo otra vez para otro viaje.”

Así comienza Helter Skelter del extraño White Álbum, de los Beatles. Pese a lo alucinógeno de su sonido y lo surrealista de la letra, el dúo McCartney/Lennon jamás imaginaría que provocaría el “click” en la lisérgica mente de Charles Manson que causó tanto horror en ese movidito final de la década de los sesenta.

A ese tobogán de LSD, sangre, guerras, consternación social, desapego, hippismo y, descontrol, mucho descontrol fue empujada Susan Atkins, la cual acuchilló sin ningún tipo de remordimiento a Sharon Tate embarazada de ocho meses del cineasta Roman Polanski.

Pero Susan se arrepintió y cambió a su dios Manson por Jesús. Con el cual aprendió lo que es la compasión, la misma que pide ahora, para ser liberada, tras conocerse que tiene un tumor cerebral y morir así fuera de prisión.

Este es el argumento del que se vale, Chema Cardeña para reproducirnos una hipotética entrevista que pudiera tener antes de morir, en su Susan y el Diablo.

“¿Quieres o no quieres que te ame? / Estoy bajando a toda velocidad,  / pero estoy a millas por encima de ti.”

Entramos al Gran Teatro y vemos el telón alzado, unas rejas carcelarias y una mesa iluminada con un fluorescente servirán de escenario para que Susan Atkins interpretada por Maria José Goyanes, trate de convencer al periodista de la gaceta sensacionalista Black Star, un tal Paul, encarnado por Manuel Valls, de su arrepentimiento.

¿Qué es justicia y qué venganza? ¿Qué es la reinserción? ¿Qué sentido tiene la cárcel y cual es su finalidad real?

La obra pone en relieve cuestiones de hasta punto es posible la reinserción, si se debería perdonar a una persona, que se muestra totalmente integrada, o si la manipulación ha sido la culpable de dominar la voluntad personal, y si esto no es más que una venganza de la opinión pública usando a Susan como cabeza de turco ejemplificador para mantener a raya a los monstruos creados en la trastienda de la sociedad.

Por otro lado la dura funcionaria de prisiones Rosemary llevada a escena por Marisa Lahoz no se lo pondrá nada fácil al periodista, ya que en un principio es verdad que muestra su repulsa por Susan, es cierto que después de cuatro décadas ambas han creado una relación tan dura como los candados que nos protege de su monstruosidad.

También nos invita a reflexionar sobre el uso del periodismo sensacionalista que, por su parte, también manipula la mente de la opinión pública, en aras de una moral dominante, que dirige hacía aquí o allá el interés la opinión en función de los intereses del cuarto poder. 

Pero finalmente, Cardeña nos sorprende con un giro inesperado haciendo reflexionar a Paul, que al fin y al cabo no es (no somos) tan diferentes de Susan y que todos podemos llevar un asesino en potencia en nuestro interior.  

Y es que a día de hoy, ni la misma Susan, ni ningún especialista psiquiátrico ha podido decretar los “por qués” de esa masacre, a la par que los mismos, Beatles no tienen aún muy claro que querían significar con esa descontrolada Helter Skelter. 

Lo que está claro que es de muy agradecer esta propuesta llegada desde Valencia para hacernos reflexionar, ya que el teatro debería ser un lugar que nos cuestione, sobre todo preguntas no resueltas como anoche nos espetaron a los cordobeses, en el Gran Teatro y que agradecimos aplaudiendo en pie.

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