Chaves Nogales en Córdoba
El periodista sevillano, reivindicado a los 69 años de su muerte como uno de los mejores reporteros de España, fue el redactor jefe de La Voz, un periódico cordobés en el que publicó extractos de su primera novela: 'La ciudad'
“Unos gitanos cordobeses han llegado a la Feria de Sevilla. Todo en ellos es verdad. Todo absolutamente serio y grave”. Así comienza el capítulo de La Ciudad, la obra que encumbró a Manuel Chaves Nogales, el periodista sevillano del que, 69 años después de su muerte, no paran de publicarse libros y reivindicar su trabajo. Este capítulo fue publicado el jueves 21 de julio de julio de 1921 por el periódico cordobés La Voz, del que Chaves Nogales era redactor jefe (a sus 24 años) y prácticamente gestor. Fue en Córdoba donde Manuel Chaves Nogales escribió este primer libro que lo catapultó a la fama y también donde nació su primer hijo.
“Ya en el rodeo, el gitano cordobés, que fatalmente se apellida Reyes o Heredia, ha invitado con rumbo a su viejo compadre [gitano sevillano], de todos conocido por un modo desvergonzado y no falto de gracia, alusivo a los órgales sexuales. Charlan y meditan, a intervalos, los dos gitanos representativos, cuéntasen sus vidas, y uno y otro van descubriendo, en el relato de sus andanzas, el sentido de dos ciudades hermanas, que los cobijan y amparan sus trapacerías”, escribe Chaves Nogales en este capítulo de La Ciudad y publicado en su periódico, La Voz de Córdoba. En portada, el periódico publica también una caricatura dibujada por Ribero Gil del propio Chaves, meditabundo, con las cejas arqueadas, sombrero y las manos en los bolsillos de un traje americano.
Chaves Nogales había llegado a Córdoba un año antes procedente de Sevilla. El periodista, con 23 años, tenía la misión de poner en marcha un nuevo periódico que pasó a convertirse en un referente de la prensa cordobesa en los años 20 y 30: La Voz. Diario de Información Gráfica. El periódico fue puesto en marcha con el dinero del industrial Manuel Roses Pastor. En 1921, la publicación, de clara orientación republicana, estaba dirigida por Joaquín García Villanueva, uno de los grandes personajes de la Córdoba de los años 20 y 30 (diputado por el PSOE y el PCE, y posteriormente arrestado tras el 18 de julio de 1936). Su muerte, por ejemplo, es una de las más misteriosas de la Guerra Civil en Córdoba. Su familia siempre sostuvo que los sublevados, que conocían que padecía de diabetes, le obligaron a comer dulces hasta que falleció.
Chaves Nogales apenas si pasó dos años en Córdoba en los que apenas escribió en el periódico, algo que no le impidió culminar varios libros. El 9 de agosto de 1921, poco después de que el Ayuntamiento de Sevilla le diera el premio por la publicación de La Ciudad, el periódico La Voz escribía una extensa crónica (con la publicación íntegra de los discursos) del banquete que Córdoba le había ofrecido a Chaves Nogales por su triunfo en el Hotel Suizo. Además de elogios, Chaves Nogales tuvo que escuchar reproches, como el del arabista y veterinario Rafael Castejón Martínez de Arizala: “Yo esperaba que se familiarizara con Córdoba, y que así como era cantor de Sevilla llegara a cantar también el alma de Córdoba; pero no ha sido así. Chaves ha continuado cantando a Sevilla, sin sentir por Córdoba ese extremecimiento (sic) que sentimos nosotros cuando vamos a Sevilla”.
Pero Chaves Nogales le responde: “En Córdoba he hallado mi centro; en Córdoba he puesto manos a la tarea; cordobés es mi primer libro y mi primer hijo. Hubiera sido, pues, lo exacto, cumplir con los tres términos del proverbio, y en este día salir a nuestra tierra a plantar un almendro más en su falda”. Además, reprende a Castejón por decir que no amaba a Córdoba. “No, porque la amo y admiro religiosamente, porque sé la hondura y la complejidad de su espíritu, porque también he alzado mi voz contra los que vienen a descubrirla es por lo que no pondré mis manos sobre ella”.
Sin embargo, no todo iban a ser glosas. La vida azarosa de Chaves Nogales, que a los pocos meses abandona Córdoba para instalarse en Madrid, donde llega a ser redactor jefe de El Heraldo y donde ya arranca su meteórica carrera de reportero y enviado especial al extranjero, se une a la que también seguirá la del periódico cordobés La Voz. Su propietario, Manuel Roses, es incapaz de mantenerlo y se ve obligado a venderlo a la Unión Patriótica, un partido afín a la Dictadura de Primo de Rivera. Poco después, en 1929, fue vendido a la familia Cruz Conde, que lo convierte en un medio conservador. Pero ya con la llegada de la II República los Cruz Conde pactan la venta del periódico al Partido Radical de Alejandro Lerroux y el montalbeño Eloy Vaquero (que fue alcalde de Córdoba) y que explica la portada que le dedica a Chaves Nogales el 1 de diciembre de 1931: “Chaves Nogales o la leyenda del comunismo en Andalucía”.
En el otoño de 1931 y en el periódico madrileño Ahora, Chaves Nogales había escrito una serie de reportajes sobre la Andalucía roja escritos y publicados coincidiendo con la recolección de la aceituna con los títulos de Con los braceros del campo andaluz, El señorito, Comunismo indígena y La recolección de la aceituna. La mayoría los escribió tras una intensa visita a los pueblos aceituneros de la provincia de Córdoba. Y es tras estos reportajes cuando Chaves empieza a recibir los ataques tanto de la izquierda republicana como de la derecha tradicional.
Este párrafo indignó a la izquierda: “Todo esta buena gente no tiene, sin embargo, contra el amo un verdadero odio de clase; se dejan llevar fácilmente por los tópicos de una propaganda demagógica que les halaga; pero sin ninguna convicción, sin esa dureza y ese odio inextinguible del verdadero marxista. Todos exhiben razones sentimentales; todos envidian al señorito; todos quisieran ser como el señorito”. Mientras, en el periódico que él fundó y puso en marcha, le llovían los ataques.
Chaves Nogales, olvidado durante décadas y perseguido durante la Guerra Civil tanto por republicanos como por sublevados, murió en Londres en 1944, a donde huyó después de que Alemania conquistara Francia y de que él hiciera lo que siempre supo: “Andar y contar”.
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