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Autopsia de un magnicidio

Miguel Galadí en Jugo.

Manuel J. Albert

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En los Institutos de Anatomía Patológica, los cadáveres son tratados con un cuidado que los vivos pueden no apreciar siempre. Los muertos son eviscerados con mimo. La delicadeza acompaña cada desmembramiento; el respeto reverencial cada corte con bisturí; cada aserramiento óseo se hace con amor. Y si no es así, debería serlo.

Miguel Galadí (Córdoba, 1976) tampoco es forense -no, al menos, oficialmente- pero su exposición ‘Magnicidios’ (Vinoteca Jugo Vinos Vivos, Plaza de San Andrés, 5, Córdoba) podría ser el estudio de un Instituto de Arte Patológico. En concreto, el informe del asesinato de John Lennon en 1980.

Como si de una autopsia se tratase, Galadí disecciona en pequeños dibujos de línea clara y precisa no solo la escena del crimen, sino todo el mundo que rodeaba al exBeatle en el momento de su muerte: su vida en Nueva York, su relación con Yoko Ono, los mosaicos del edificio Dakota -donde vive la pareja- sus paseos por la vegetación de Central Park, su música, su ropa, sus botas favoritas de tacón alto…

En un recorrido caleidoscópico de idas y venidas, acompañamos al músico hasta el momento en el que se cruza con Mark David Chapman, asesino confeso del creador, en la puerta del Dakota. O tal vez sea al revés.

El informe (o exposición) ‘Magnicidios’ no lo deja claro el orden de los acontecimientos. Tampoco la exactitud precisa de los mismos. Y deja abierta una puerta: ¿y si Chapman, como parte de la obra e involuntario ejecutor indirecto de la misma, es un artista? Un artista magnicida.

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