ANTONIO GALA
Antonio Gala, según sus residentes: “No había un trato jerárquico, él disfrutaba de estar con nosotros”
La Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores es, con toda seguridad, la obra de la que el escritor cordobés más orgulloso se sintió. Su proyecto de mecenazgo, que tenía lugar en su propia casa de Córdoba, en un antiguo convento, no sólo ha alumbrado a algunos de los mejores artistas y las mejores plumas de las últimas dos décadas de este país, sino que insufló de vida al propio escritor en sus últimos compases, en los que pudo acompañar, tutorizar y motivar a centenares de creadores a los que les sacaba más de medio siglo de experiencia.
La primera promoción arrancó en el año 2002. La última se despidió la semana pasada. En total, 21 ediciones en las que Gala ofreció su casa como refugio a todo tipo de artistas, escritores, pintores, escultores, músicos, creadores digitales, para olvidarse lo mundano y centrarse en lo divino. A la casa de Antonio Gala y a Córdoba se venía a crear. Y a vivir.
El escritor almeriense Juan Manuel Gil formó parte de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala. Sus recuerdos de su paso por Córdoba son tan intensos como las vivencias que tuvo como residente de aquel primer ensayo, en el que Antonio Gala se mostró “lleno de vitalidad” y pasó periodos muy largos junto a la primera tanda de jóvenes huéspedes, a los que acompañaba en su vida social fuera de los muros del convento sobre el que había levantado su casa.
En su memoria, aquel era un Antonio Gala que los invitó siempre a celebrar la vida. “Nos sentíamos las personas más afortunadas del mundo porque teníamos la suerte de charlar detenidamente, sin prisa y llenos de entusiasmo, con uno de los creadores más importantes de nuestra literatura, con Antonio, que, además, siempre ha tenido una gran facilidad para utilizar el humor como ese bisturí que permite diseccionar la realidad y alcanzar cotas de profundidad que quizás la propia tragedia no nos permite”, apunta hoy el escritor almeriense, ganador en 2021 del premio Biblioteca Breve, y que acaba de publicar su última novela La flor del rayo.
De Gala dice Gil que era “un hombre de una erudición apabullante”, alguien que “traía la poesía a la vida contante y sonante, que veía el amor donde otros quizá sólo veían la piedra”. También “un gran amante de Córdoba”, que supo “trasladar esa pasión por la ciudad a cada uno de los residentes de la Fundación Antonio Gala”.
Una fundación que le parece algo único en España. “Probablemente, podamos encontrar pocos gestos de tamaña generosidad como el de Antonio Gala, creando una fundación en la que muchísimos artistas han conseguido hacer realidad su sueño, que es saberse creadores y empecinarse en manifestar aquello que llevan dentro”, reflexiona al respecto.
Traía la poesía a la vida contante y sonante. Veía el amor donde otros sólo veían piedra
Unos años después, en la sexta promoción, entró Cristina Morales. La escritora granadina, Premio Nacional de Narrativa por Lectura Fácil, recuerda que tenía apenas 22 años cuando accedió a las residencias de la Fundación Antonio Gala. Lo logró a la tercera intentona.
Y no fue una entrada suave aunque ella hoy lo recuerde con cariño. “En la entrevista por la que finalmente ya sería admitida, estaba Antonio. Y había leído los textos de mi proyecto, que era La merienda de las niñas, mi primer libro. E hizo lo mejor que puede hacer un escritor con otro, que es hablarle sin paños calientes”, relata la escritora sobre su primer encuentro con el escritor cordobés.
A Morales, lo que más le gustó de Gala fue que “era absolutamente libérrimo en su modo de expresarse”. “Hablaba de esa manera en la que ya no se puede hablar, porque supone caer en ofensas políticamente incorrectas. Y no hay nada peor para un escritor que ceder al lenguaje de la corrección”, apunta la autora granadina, que recuerda la facilidad con la que Gala establecía relaciones con creadores a los que les sacaba 60 años y con los que cultivaba el bello arte de la vida, invitándoles a whisky y “cubalibres” en el salón de su fundación en Córdoba.
“Allí no había un trato jerárquico, bien al contrario, se veía que él disfrutaba de estar con nosotros tanto como nosotros de estar con él. La risa era constante, como lo era la falta absoluta de pelos en la lengua y la procacidad”, cuenta Morales, que aprovechó aquel año que estuvo en la fundación para escaparse unos días a París.
Hablaba de esa manera en la que ya no se puede hablar, porque supone caer en ofensas políticamente incorrectas
Aquel viaje le retrotrae a una anécdota que radiografía a la perfección la camaradería de Gala con sus huéspedes. Al volver de París, la escritora trajo un producto que en España no se podía conseguir. Eran cajitas de rapé (una cajita donde se guarda el polvillo del tabaco para esnifarlo). Morales se las llevó a todos los residentes y, por supuesto, también al patrón de la fundación, quien, tras coger la caja con sus manos, le dijo a Morales: “Esto no lo probaba yo desde los años 70”.
Morales, como casi todos los residentes, siguió manteniendo contacto con la fundación. De manera que la última vez que vio a Gala fue en 2019. “Estaba más deteriorado de salud, pero puedo jurar ante todas las constituciones y dioses del mundo que para hablar de literatura nunca le faltaban ganas ni lucidez”, asegura la escritora, que avanza que este lunes tiene un evento en la Feria del Libro de Madrid que piensa arrancar con palabras para Antonio Gala.
Palabras que no brotan con facilidad de la garganta de la escritora María Zaragoza, residente en la tercera promoción y tutora de Narrativa en la Fundación Antonio Gala durante seis años. Zaragoza, que ha ganado el Premio Azorín de Novela 2022 con su obra La biblioteca de fuego, sostiene que la fundación fue “la mayor creación” de Antonio Gala, una empresa que concibió “para el futuro” y nunca “para su mayor gloria”.
“Siempre fue generoso con los que venían detrás y esperaba que, con lo que él había conseguido, podría lograr un espacio seguro para que los creadores no tuvieran que pensar en otra cosa que en crear, con lo difícil que es eso”, indica la escritora, que resalta que, a la postre, lo que Gala acabó creando fue “una grandísima familia”.
Una familia en la que ella entró antes incluso de ser huésped de aquel antiguo convento. Recordaba este domingo Zaragoza que conoció a Antonio Gala en una Feria del Libro de Madrid, donde él estaba firmando en la caseta que tenía al lado. “Fue una especie de flechazo instantáneo. Nos miramos a los ojos y le dejé mi libro”, rememora. No esperaba nada aquella joven autora del gran escritor y, sin embargo, acabó recibiendo una lectura, un comentario sobre el libro y una amistad para siempre.
Fue un referente social y político. Siempre estuvo del lado del más débil, jamás se vendió a nadie. Y siempre fue una persona generosa
Sigue Zaragoza: “Fue la primera persona con criterio dentro del sector que confió en que yo podía hacer algo en la literatura. Para mí ha sido como un padre. Una vez se lo dije y se enfadó muchísimo conmigo, porque decía que no quería sustituir a nadie”.
Lo que ocurre es que, sin quererlo, Gala acabó apadrinando a varias generaciones de artistas. Y ocupando esos lugares por los que no quería halagos. Más allá de su obra, de enorme calado, Zaragoza este domingo apostaba por celebrar su mirada y su forma de estar en la vida: “Fue un referente social y político. Siempre estuvo del lado del más débil, jamás se vendió a nadie. Y siempre fue una persona generosa”.
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