La vida vecinal en ‘Patiolandia’: “Estamos atrapados, amordazados y condenados a marcharnos”
Rosa tiene problemas de movilidad. Va en silla de ruedas, con una de sus piernas totalmente rígida. En cualquier momento del año, para quien tiene que desplazarse en silla, las calles empedradas y de estrechas aceras del barrio de San Basilio de Córdoba no son lo que se dice un circuito sencillo. Sin embargo, son pan comido comparado con lo que supone hacer el mismo recorrido durante mayo, el mes grande la ciudad de Córdoba, en el que este barrio se convierte en una de las zonas de mayor presión turística de España con motivo del Concurso de los Patios.
Así que, durante estas dos semanas, Rosa tiene que circular por su barrio esquivando colas de turistas, sorteando veladores que se duplican sobre las aceras e incluso bajándose a la carretera, porque -según le dijo un agente de Policía cuando lo denunció- el Ayuntamiento ha autorizado la instalación de un quiosco de venta de refrescos en una de las aceras por las que pasa habitualmente.
Concretamente, junto a la que discurre hacia Caballerizas Reales, una de las pocas salidas que tiene San Basilio, uno de los barrios más antiguos de la ciudad (se planificó nada menos que en 1399 para dar cobijo a los ballesteros que defendían el Alcázar de los Reyes Cristianos), y también el más ligado a los Patios de Córdoba, una fiesta que es, desde hace más de una década, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Frente a este día a día de obstáculos continuos, Rosa ha optado por irse de su casa hasta que terminen los Patios, el próximo domingo día 12. “No me voy a pasar otro fin de semana encerrada aquí en mi casa, viendo la televisión, sólo porque no puedo salir”, explica esta vecina, que no sólo vive en este barrio, sino que se ha criado en él, siendo testigo de la evolución de esta fiesta, que nació como expresión vecinal y que hoy es otra cosa.
Viviendo en un parque temático
Su caso no es, ni mucho menos, exclusivo. En el barrio afloran con cada vez más frecuencia las voces que se quejan por los efectos que tiene en su vida diaria el impacto turístico de la fiesta de los Patios, una tarta de la que todo el mundo se beneficia menos los residentes que no participan en ella. Lo cuenta Pilar, que atiende a este periódico en su propio patio, acompañada de Lola y Eli, otras dos residentes de San Basilio.
La más efusiva con el asunto es Pilar, una profesora que lleva ya dos décadas residiendo en el barrio. “Nos sentimos atrapados y amordazados en nuestras propias casas. Esto ha pasado de castaño a oscuro y ya necesita un cambio porque vamos a morir de éxito”, dice esta vecina de la calle Postrera.
En esa misma calle, a unos metros, vive Eli, que lleva más de 35 años residiendo en el barrio y que incluso llegó a participar hace años en el concurso de Rejas y Balcones. Su casa está frente por frente con el único patio de esa calle que participa en el concurso. Y Eli se queja amargamente de que eso supone recoger diariamente basura y colillas de su puerta. Los fines de semana, la cosa sube de nivel. Denuncia que el pasado fin de semana, por ejemplo, se encontró vómitos y pañales.
Paseando por su calle, se aprecia que su caso no es el único. En otras de las casas de la calle hay macetones con yucas y otro tipo de plantas puntiagudas y punzantes que hacen casi de barricadas para evitar que los turistas colapsen sus entradas o se peguen demasiado a sus muros. Están ahí para quien sepa entender que son más que un elemento decorativo. Hace solo unos años, los macetones sí tenían plantas de colores vistosos, que engalanaban el barrio, pero fueron desapareciendo a medida que se llenaban de colillas o kleenex.
La tarta de la que comen todos
Los Patios de Córdoba, todo sea dicho, no son una fiesta cualquiera. El concurso consiste en premiar los patios más bonitos, pero todos los que participan, y algunos que no concursan, están abiertos a los turistas. También a los cordobeses, que son precisamente los primeros sacrificados de esta fiesta desde hace años. Aunque quienes más lo sufren son los vecinos que viven en San Basilio.
“Esto es un parque temático en el que la prioridad son los turistas. Aquí somos los vecinos los que no podemos pasar, los que no podemos ni ir a comprar, los que no podemos ir a por nuestros nietos a la guardería, los que no podemos ni coger el coche porque nos lo han arrinconado. Es una situación de falta de calidad de vida tremenda”, denuncia de nuevo Pilar, que añade que también hay una sensación de peligro por los efectos de la masificación en la zona, que puede llegar a impedir incluso la entrada de ambulancias con rapidez en caso de urgencias médicas.
“Aquí si te da un infarto el fin de semana, la ambulancia no llega”, apostilla al respecto, señalando como prueba que la ambulancia de la Cruz Roja que asiste durante los Patios “ya no se puede ni aparcar dentro del barrio, sino al lado del Alcázar de los Reyes Cristianos”.
Para Eli, otro de los principales problemas está en la falta de voluntad de cambio que hay entre lo que catalogan “los poderes fácticos” del barrio: comerciantes, hosteleros, hermandades y la misma Asociación de Vecinos del Alcázar Viejo. Aunque, por encima de todos, el Ayuntamiento, al que acusan de mirar para otro lado: “Aquí no hay voluntad política de resolver los problemas del barrio”, afirma.
La vuelta de las barras
¿Quién se querría poner la medalla de matar la gallina de los huevos de oro? Esa es la pregunta que se hacen las voces discrepantes del barrio, que estos días está convertido en un inmenso corredor turístico del que se beneficia una buena parte de los vecinos. Basta un paseo para darse cuenta de que los veladores de los restaurantes se multiplican por encima de lo permitido habitualmente, que algunos comercios que estaban cerrados hace dos meses hoy están abiertos para vender refrescos y latas de cerveza, que incluso el centro de mayores está convertido en un dispensario de comida y bebida, o que las barras han vuelto a espacios de donde fueron eliminadas hace años.
Eli recuerda que acabar con las barras durante los Patios fue un triunfo vecinal, cuando la sede de la asociación de vecinos se convertía en una verbena los fines de semana. “La sorpresa es que, de dos años para acá, las han vuelto a poner, solo que en vez de ponerlas en la calle, las ponen en las cocheras, de puertas para adentro”, denuncian estas vecinas, que añaden que, como es lógico, los Patios dan trabajo (aunque sea temporal y en b) a mucha gente del barrio en todos estos negocios improvisados. Es eso, unido a la proliferación de pisos turísticos, lo que a su juicio explica el silencio que hay respecto a los problemas de convivencia que también genera la fiesta.
Para Lola, la más veterana, con más de 40 años como vecina de San Basilio, los problemas relatados no son nuevos, ni mucho menos, pero lo que más le molesta es “la falta de control”. “Nadie controla esto. Ahí hay dos policías que, si tienes suerte, son amables y se ponen de tu parte. Pero, si no lo son, te dicen: ‘mire usted, yo estoy aquí para que no pase nadie y yo hago caso a lo que me dicen los altos mandos’”, lamenta Lola, que además se queja de que, habitualmente, tiene que escuchar cómo les dicen que viven en “una zona privilegiada”.
El éxodo vecinal (si no nadie lo remedia)
En este punto, las tres coinciden en que, parte de la gravedad de la situación está en que, a pesar de que se sientan ciudadanas de segunda durante meses en su propio barrio, pagan impuestos como ciudadanas de primera, sin que ni siquiera se les ofrezca la más mínima exención fiscal.
“Yo pago un IBI de 1.000 euros”, dice una de ellas, que critica que, mientras comercios, restaurantes, pisos turísticos, hoteles y las personas que abren sus patios se lucran, de una u otra forma, con la fiesta de los Patios, los vecinos que simplemente viven allí, ni siquiera tienen exenciones fiscales.
Con este panorama, de hecho, vaticinan que el fin de la fiesta de los Patios va a llegar por el éxodo vecinal del barrio. “Estamos condenadas a marcharnos”, dice una de ellas, aunque las tres, de hecho, confiesan que ahora mismo están más fuera de San Basilio que dentro. Dos de ellas esperan la jubilación, y la tercera ya ha hablado con sus hijos de la posibilidad de que ella se vaya del barrio y conviertan su casa en apartamentos turísticos (“Para que lo explote otro, que lo exploten ellos. Total, no nos dejan más opciones”, asume con cierta tristeza).
Los datos, en este sentido, no pueden ocultar que existe éxodo vecinal en San Basilio. En 2019, había censados en el barrio casi un millar de vecinos. El último padrón, con fecha 1 de enero de 2023, bajaba la cifra hasta 845. De todas las rutas de los Patios de Córdoba, la de San Basilio-Alcázar Viejo es la que menos residentes tiene apuntados en el padrón municipal. “¿Quién va a querer vivir aquí, con todo lo que te estamos contando?”, se pregunta Eli.
Sea como sea, Rosa, Pilar, Lola y Eli piden un cambio en la fiesta, antes de que la situación sea irreversible. Y ese cambio pasa por tres cuestiones: Eliminar las barras y los negocios irregulares; bonificar fiscalmente a todos los residentes por asumir la fiesta en su día a día; y limitar el aforo en las zonas más saturadas (en este caso, la ruta Alcázar Viejo-San Basilio).
Para ello, de hecho, hasta proponen que se haga a través de cupos, entrada anticipada o con algunas de las medidas de control tecnológico que ya se pusieron en marcha en octubre de 2020, cuando el Ayuntamiento de Córdoba celebró los Patios con un estricto control de aforo por la pandemia del Covid-19.
En su despedida, reconocen que sienten cierto temor a que este reportaje las estigmatice. Aunque confiesen también que ese temor comparte espacio con la esperanza de que sirva para movilizar a otros vecinos que deseen un cambio en un modelo de fiesta que los ha convertido en figurantes de un parque temático, bautizado irónicamente como “Patiolandia”.
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