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Los patios son mentira

Patios más allá del casco antiguo

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El Concurso de Patios comienza a celebrarse en 1922 por iniciativa municipal, institucionalizando una tradición popular en la que las vecinas competían sanamente entre ellas por tener el patio más vistoso de la calle. Se realizaba un sobre esfuerzo en mayo, cuando las plantas están en su máximo esplendor floral, pero el trabajo era continuo durante todo el año. Se trabajaba en el patio por necesidad, esta es la clave y la razón de una afirmación tan gruesa como la del título.

Debemos contextualizar aquel principio de siglo XX con un par de apuntes. Las casas de vecinos o casas patio eran construidas específicamente para su arrendamiento a las clases populares que llegaban a la ciudad desde el campo, transformando casas solariegas, conventos u hospitales, para ser utilizadas como viviendas comunitarias; o bien, construyendo desde cero, ocupando solares de antiguas casas en ruinas, almacenes, huertos o cuadras. Se producía una sobreocupación del espacio porque las familias arrendaban una habitación, o “sala”, única. Estas familias eran polinucleares, podían convivir en el mismo espacio varias generaciones o servir de alojamiento temporal a otros familiares. Algunos testimonios hablan de diez personas en una sola habitación. En este contexto, el patio se convierte en la única estancia digna de la vivienda, donde poder recibir, compartir y festejar. De ahí, la necesidad de procurar que ese espacio estuviera cuidado, limpio y “montado” de forma acogedora y bella. Para profundizar más en estas claves, recomiendo una lectura sosegada al libro “Fundamentos para una gestión turística sostenible de la Fiesta de los patios de Córdoba” de Rosa Colmenarejo.

Llegamos al siglo XXI y según la UNESCO, “la Fiesta de los Patios de Córdoba promueve la función del patio como lugar de encuentro intercultural y fomenta un modo de vida colectivo sostenible, basado en el establecimiento de vínculos sociales sólidos y de redes de solidaridad e intercambios entre vecinos, estimulando al mismo tiempo la adquisición de conocimientos y el respeto por la naturaleza”. ¿Qué queda de eso?. Hay un desajuste entre esos valores dignos de protección y los que ahora dominan el universo de los patios: la mercantilización (legítima, por supuesto), y la musealización de los espacios, donde sólo es posible una visita apresurada sin posibilidad de convivir, compartir o festejar. Reconozcamos que la Fiesta de los Patios de hoy no tiene nada que ver con la del siglo pasado, no podemos seguir viviendo instalados en esa mentira.

Es lógico pensar que una actividad tan ligada a la sociología de un pueblo, cambie con el tiempo y este cambio no debería ser motivo de preocupación si la evolución hubiera sido para transformar la Fiesta en algo interesante, rico en experiencias, conectado con lo contemporáneo, sin embargo el recorrido ha devenido en una banalización, una cáscara vacía, sin fiesta ni colectividad.

Hay una pequeña resistencia compuesta por algunos patios como el de Virginia en calle Frailes o Cristina en plaza de las Tazas, patios de puertas abiertas, deseosos de que la gente tome el patio, proponga actividades, lo use como lugar de encuentro, pero desgraciadamente son minoría.

Hay luz por tanto, hay otros modos de afrontar la cultura del patio sin abandonar el hilo argumental iniciado hace un siglo. Para ello hace falta que la administración reconozca que no se puede gestionar este tesoro desde una simple acción funcionarial, es necesario que se reflexione y se proponga de modo continuo durante todo el año en los muy diversos factores que influyen en la Fiesta. Los patios no son sólo el concurso, también son el Festival, y sobre todo, la vida que se desarrolla en su seno. Es necesario potenciar las iniciativas que tiendan a recuperar el caserío abandonado que nos rodea, habitarlo, reactivarlo, entender los modos de vida actuales y compatibilizarlos con la Fiesta. Ese foro se llama Fundación Patios de Córdoba y llevamos diez años de retraso esperando su constitución.

Las calles están llenas de colas interminables de gente esperando a entrar a los patios y eso es lo que cuenta para algunos gestores públicos y cuidadores de patios. Pero como ciudad no podemos conformarnos con un éxito tan superficial y cortoplacista como ese. Exijamos y trabajemos porque los patios sean espacios cargados de experiencias e intercambios, sean motor de transformación de nuestros barrios, afanémonos en conseguir que los patios sean, de nuevo, algo auténtico.

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