Patios de Córdoba: diez años regando un patrimonio mundial
¿Y por qué dices que están abiertos los patios hoy?, preguntaba una señora que miraba despistada en varias direcciones a su hija, que le sacaba unos cuantos metros de ruta. La hija respondía que por el décimo aniversario. La madre se daba por enterada, aunque es bastante probable que no supiera con precisión a qué se refería con eso del diez aniversario, dado que los Patios de Córdoba, en realidad, son una tradición centenaria (como concurso) y, si apuras, milenaria como elemento urbanístico.
Los diez años de los que hablaba la joven son los que median entre este martes nublado y el 6 de diciembre de 2012, el día que la Unesco decidió que los Patios de Córdoba dejaran de ser una fiesta local para convertirse en patrimonio mundial de la humanidad, un título que cuidadores y propietarios han tenido que asumir y regar cada año, mientras la ciudad y sus casas se llenaban de turistas.
Lejos de la concurrencia de mayo, los patios han abierto sus puertas este martes de forma extraordinaria, como un gesto al pasado y como un guiño al presente. En el año en que el turismo ha vuelto a Córdoba tras dos ejercicios de lastre pandémico, las casas de los cordobeses han vuelto a abrirse en el puente de diciembre a los turistas, que en muchos casos no tenían ni la más remota idea de que iban a tener esa suerte.
Un puente en el que la lluvia se ha autoinvitado, aunque en el caso de esta jornada, lo ha hecho más como amenaza que como realidad. La ciudad, mientras tanto, ha vuelto a dividirse en dos zonas: una mucho más ajetreada, la del Alcázar Viejo y San Basilio, y otra mucho más tranquila, toda la Axerquía Norte y los patios de los barrios céntricos.
Así, lo más parecido a una cola en los patios existía en el Alcázar, y no sumaba más de cinco o seis personas. Allí, también se ha vivido lo más parecido a una fiesta, ya que algunos propietarios han improvisado pequeños conciertos de flamenco, recuperando así una parte del carácter festivo de los Patios que prácticamente se llevó el título de la Unesco, que favoreció, sin quererlo, la visita turística (rápida, casi fugaz, como un storie de Instagram) frente al espíritu de encuentro civilizatorio que siempre estuvo detrás de esta tradición, cuyo concurso cumplió cien años justo en 2021.
Tres rutas, dos ciudades
También hay jaleo en la plaza de San Agustín, donde, poco antes de las doce, hay decenas de mujeres con gorro de Papa Noel haciendo tiempo para entrar en el Palacio de Viana, donde hay un concierto del Coro de Ópera de Cajasur a partir de canciones populares cordobesas. Sin embargo, el rumor se apaga conforme uno se aleja de la plaza.
En la calle Pozanco, de hecho, reina el silencio y huele a chimenea. En la puerta del patio que está abierto, hay una familia de colombianos escrutando el móvil. Se dejan acompañar por las callejuelas hasta la zona de San Lorenzo, y cuentan que los patios les han recordado a los de las casas coloniales de Cartagena de Indias. Preguntan algunos datos sobre la fiesta y también sobre las flores, que el periodista intenta contestar sin demasiada profundidad, consciente de que una parte importantísima de la visita es la de charlar con los propietarios.
La familia está en Córdoba pasando dos días, dentro de un viaje por Andalucía que los trae de Sevilla y los va a llevar a Granada esa misma noche, antes de coger un avión en Málaga. En su periplo pasan por la calle Trueque, donde está el Centro de Interpretación de los Patios, que podría responder a algunas cuestiones, pero que sigue cerrado y sólo se abre con cuentagotas, cuando la prensa o la oposición lo nombra.
Se adentran por la calle San Juan de Palomares hacia la sede de la Asociación de Claveles y Gitanillas, que sí está abierta este martes. Allí, surgen más preguntas: ¿Qué es esa flor?, pregunta uno de los hijos. “Son flores de pascua”, responde el padre. Y, junto a ellas, algún resquicio queda de los clásicos geranios y gitanillas, acompañados en invierno por las azaleas, las buganvillas, los pensamientos o los kalanchoes, muchos de ellos abiertos al agua de estos días, tras un año especialmente seco en Córdoba.
Cuando se marchaban, camino del Ayuntamiento, el sol comienza a abrirse paso entre las nubes y a regar de luz las macetas. La última pregunta, que casi parecía una reflexión, se perdía por la calleja y se colaba por el pozo del patio, un agujero negro en medio de un hoyo de brocal de piedra, ubicado junto a una hermosa pila de tradición árabe.
“¿Cómo harán para mantener tanta planta?”
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