Cinco horas sin luz en Córdoba: “No quedan baterías ni radios a pilas”

Del estupor a la risa nerviosa, de risa nerviosa a la impaciencia, de la impaciencia a la ansiedad. Cinco horas después de que la ciudad de Córdoba se haya quedado sin luz, y sin vislumbrar -nunca mejor dicho- la vuelta de la energía a los hogares y comercios, los ciudadanos han comenzado a actuar como si la situación pudiera alargarse.
Las primeras cinco horas desde el apagón masivo energético han llenado de dudas los servicios de mensajería y también las conversaciones vecinales y familiares. La situación tan inédita ha encendido la imaginación de un sector de la ciudadanía, más preocupada por buscar un culpable que por movilizarse ante la posible prolongación de la situación.
Así, mientras Trump y Putin monopolizaban el debate en los bares, y la mayoría de comercios echaban la persiana, el bazar asiático -mal llamado ‘el chino’- ha emergido este lunes 28 de abril como la superficie de rescate ante un evento inesperado. Con los supermercados cerrados en la mayoría de los casos, sí que había colas y colas de personas que han acudido en las primeras horas en busca de cinco objetos básicos: baterías de móvil portátiles; radios; pilas; linternas y cocinas de gas.
Y este kit de supervivencia básico ha sido tan demandado que, a media tarde, ya se había agotado en cuatro de los cinco bazares que ha visitado este periódico. En una tienda de carcasas había, al menos, una batería de carga portátil, con capacidad para llenar la carga del teléfono para unas cuantas horas más. Su propietario estaba tan nervioso que se había equivocado de cliente a la hora de dar el cambio, incapaz casi de reconocer más caras entre los cientos de rostros que se han acercado a su negocio en las últimas horas.
No tan lejos de allí, los restaurantes y bares han podido, en su mayoría, mantener el servicio de almuerzo. Todo porque el apagón ha tenido lugar a las 12:30, una hora a la que cualquier negocio hostelero ya tiene preparado el servicio. Así que, cambiando freidoras por sartenes, los flamenquines cordobeses se han podido servir este lunes.
De ellos han dado cuenta tanto turistas -estamos en temporada alta en la ciudad-, como los propios vecinos -los que tienen cocina eléctrica y que, por tanto, no han podido ni calentar un plato de puchero-. La cena, eso sí, no se le prometía a nadie. Muchas terrazas estaban siendo recogidas cuando se habían cumplido cinco horas del fundido a negro.
Por cierto, en negro -o en cash- es cómo se estaba pagando este lunes en la mayoría de establecimientos de la ciudad. Sin capacidad para mandar comandas electrónicas, el papel mandaba en los restaurantes, aunque algunos -los más afortunados- conseguían que el datáfono enviara datos de cuando en cuando -alzando los camareros y comerciantes el aparato al cielo, buscando una onda afortunada-.
Aunque algunos comercios han tenido que cerrar forzados, temerosos de que la situación deviniera en problema de orden público. La Policía Nacional ha recomendado a algunos centros comerciales que cesaran la actividad para evitar situaciones de pillaje innecesarias.
Otros, como el gigante Inditex, ha pedido a sus empleados que mantuvieran sus turnos de trabajo, pese a reconocer que la situación era de incertidumbre total. En unos grandes almacenes de ropa, siempre hay cosas que hacer, aunque sea doblar ropa, cambiar escaparates o inventariar prendas.
“Pues yo voy a aprovechar para sacar la ropa de verano”, decía una vecina del barrio de San Lorenzo, tras haber estado buscando dos pilas con las que poder activar una radio que lleva años guardada en un cajón. Otro vecino de la zona buscaba un teléfono fijo, aunque no tardaba en darse cuenta de que ahora la línea telefónica de toda la vida ahora va conectada a un módem que tampoco funciona. Así que, en su caso, pasaba de la risa nerviosa al enfado.
Conversaciones de ventana, entre uno sonido de sirenas que no ha cesado y que ha activado el nerviosismo. Porque, si algo ha hecho el apagón histórico de este lunes ha sido encender los ánimos de una ciudadanía que, cinco años después de vivir una pandemia, una vez más, asistía a un evento en el que carecía de la más mínima sensación de control.
Y eso, solo cuando habían pasado cinco horas, y la esperanza en que el apagón fuera pasajero seguía encendida.
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