Alí Bey, el alcalde 'moro' de Córdoba nombrado por Napoleón
El 5 de abril de 1810 un extravagante personaje conocido como Alí Bey al Abbasí es designado alcalde de Córdoba. La suya es una biografía deslumbrante. Aventurero, espía, dramaturgo, físico, astrónomo, inventor, geógrafo y quién sabe cuántos oficios más, su alucinante vida no tiene nada que envidiarle a la del mismísimo Lawrence de Arabia.
Pero vayamos por orden. Domingo Badía y Leblich nació en Barcelona en 1767. Once años después, su familia se traslada a Vera (Almería) donde su padre se desempeñó como contador de guerra y tesorero judicial. Y en 1792, ya casado con María Lucía Burruezo y padre de un niño, se instala en Córdoba como administrador de rentas de tabaco.
Aquí cae rendido ante la belleza del patrimonio arquitectónico islámico y decide estudiar árabe. En estos años, se prepara concienzudamente para la increíble vida de aventurero que le esperaba. Estudia física, química y matemáticas con el audaz objetivo de construir un globo aerostático. Tardó tres años en desarrollar su intrépido proyecto aéreo. Y el 19 de mayo de 1795 despliega el artilugio en plena explanada del Campo de la Merced, según explica su biógrafa Patricia Almarcegui en un artículo titulado La biblioteca de Alí Bey.
Tras cinco intentos fallidos en mes y medio, el 4 de julio recoge los restos del globo aerostático y poco después abandona Córdoba. El proyecto lo deja en la más absoluta de las ruinas y endeudado hasta las cejas, de tal forma que se ve obligado a vender parte de su valiosa biblioteca personal. Recala en Sanlúcar de Barrameda y Puerto Real, para acabar avecindado en Madrid.
Pero Domingo Badía era un alma incorregible. Y su febril ansia de aventura lo empuja a un nuevo y exótico desafío. En 1801, presenta ante el Gobierno de Carlos IV otro osado proyecto: un viaje científico por África. El valido del rey, Manuel Godoy, acepta pero con condiciones: la misión tendrá carácter político. España tenía ambiciones coloniales en el Magreb y quiere aprovechar la pericia de su enviado para infiltrarse en la corte y desestabilizar al sultán marroquí.
El 29 de junio de 1803 desembarca en Tánger. Pero ya no es Domingo Badía. Ahora se hace llamar Alí Bey Al Abbasí, un falso príncipe árabe reeducado en Europa. Su conocimiento del idioma le ayuda a camuflarse en Marruecos y accede al círculo de poder de Mulay Sulaymán. Durante dos años, el espía y aventurero español recorre Marruecos mientras mantiene informado al Gobierno de Godoy a través del coronel Amorós, afincado en Tánger.
“Alí Bey es un personaje fascinante. Y un ilustrado”, sostiene Fernando Escribano, profesor de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid, especializado en viajeros europeos en Oriente. El arabista y espía combina su misión diplomática secreta con su verdadera pasión científica, de la que da buena cuenta en sus formidables cuadernos de viaje, perfectamente ilustrados con láminas dibujadas de su puño y letra. El sultán termina desconfiando de él y en diciembre de 1805 es expulsado de Marruecos desde la ciudad costera de Larache.
La misión secreta de Alí Bey se derrumba bruscamente, pero comienza la científica que verdaderamente impulsa la vida de nuestro sorprendente personaje. Abandona Marruecos y toma dirección a Argelia, Trípoli, Chipre, Egipto y finalmente Arabia Saudí. Transfigurado de príncipe árabe, logra infiltrarse en una de las ciudades más enigmáticas del planeta, cuyo acceso estaba rigurosamente prohibido a los no musulmanes: La Meca. “No es el primer europeo que pisa la ciudad santa islámica, pero sí el que mejor y con más exactitud la describe en sus planos y gráficos”, asegura el investigador Fernando Escribano.
Alí Bey anticipa la inminente toma del poder saudí por los wahabíes y pone rumbo a Palestina y Siria. En octubre de 1807, entra en Estambul y un año después regresa a Europa a través de Bucarest. En España todo había cambiado. Carlos IV y Fernando VII habían entregado su país al emperador Napoleón y se encontraban en Bayona firmando la abdicación. El espía se pone a disposición de Carlos IV, para quien realmente trabajaba, aunque termina a las órdenes del nuevo poder francés.
Es entonces cuando es nombrado alcalde de Córdoba por designación directa de José Bonaparte. Las crónicas lo mencionan como el prefecto moro de la ciudad andaluza. Al frente del municipio apenas está 15 meses, hasta el 14 de julio de 1811, pero en ese breve periodo de tiempo protagoniza transformaciones de enorme calado, según apunta Luis Calvo. Además de introducir cultivos muy rentables, como el algodón y la remolacha, emprende la construcción de los primeros cementerios de la ciudad: la Salud, San Rafael y San Cayetano, hoy desaparecido. Hasta ese momento los enterramientos se producían en el interior de las iglesias, origen de innumerables epidemias, y la autoridad napoleónica ordenó su prohibición y la creación de necrópolis en el extrarradio urbano.
Alí Bey, ya transmutado nuevamente en Domingo Badía, también es el fundador de los Jardines de la Agricultura, ubicados fuera del entonces casco urbano amurallado, y apadrinó la apertura del Teatro Cómico. Hombre ilustrado y claramente francófilo, ordenó la elaboración del primer plano de Córdoba y estableció el servicio municipal de basura y limpieza de las calles, un hecho inédito hasta entonces. Reforzó la seguridad, potenció el alumbrado público y suprimió el privilegio eclesiástico de no pagar impuestos.
La expulsión de los franceses en 1813 arrastró consigo al propio Alí Bey, que se exilió en París. La Junta Central dictó orden de arresto contra el ex alcalde moro por afrancesado. En la capital gala publicó en 1814 la primera edición de Voyages d'Ali Bey en Afrique et en Asie, donde desvelaba su asombrosa biografía viajera a través de lo que entonces se divisaba desde Europa como territorios exóticos de Oriente. La edición española todavía tuvo que esperar veintidós años. “Pero ojo: es el libro de un espía y no dice toda la verdad”, advierte Fernando Escribano.
“Alí Bey es un adelantado a su tiempo”, afirma el profesor de la Universidad Autónoma. “Hay quien lo toma por un loco, pero yo creo que fue un ilustrado que quiso modernizar a su país”. Desde esa óptica, fue un científico y viajero romántico que apostó claramente por superar el Antiguo Régimen que atenazaba la historia de España para avanzar en el camino trazado por la Revolución Francesa. Sus convicciones le costaron el exilio.
En 1818 emprende un nuevo viaje a Damasco, ahora bajo mandato francés, en otra misión de espionaje. Se esconde tras el sobrenombre de Alí Othman. Las crónicas indican que fue descubierto por los servicios secretos británicos y acabó envenenado con una taza de café a orillas de un poblado desértico al sur de Damasco. Tenía apenas 51 años de edad. Y había dejado tras de sí una vida prodigiosa y un legado modernizador, cuya huella aún se deja sentir en las calles de Córdoba.
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