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¿Cuánto pesa una copa de zumo si no eres capaz de verla?

Desayuno para invidentes de la ONCE | TONI BLANCO

Juan Velasco

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¿Se imaginan una comida, un desayuno o una cena en la que uno no viera absolutamente nada? ¿Cómo saber dónde está la copa? ¿Y si el cuchillo corta? ¿Cómo servir una copa sin ponerlo todo perdido? ¿Cómo untar mantequilla en el pan? ¿Dónde colocar los vasos? Ser ciego y alimentarse es una ciencia y un ritual al mismo tiempo.

Un ritual que, en parte, se ha querido enseñar este miércoles a la prensa. La ONCE ha citado a una decena de periodistas en Bodegas Campos y les ha invitado a vivir una experiencia desconocida: la de desayunar sin uno de sus sentidos, acaso el más importante. O el más “egoísta”, como lo ha definido Francisco Laguna, uno de los técnicos que ha participado en esta iniciativa con la que la organización celebra la Semana de la ONCE y con la que se busca concienciar a la sociedad sobre lo que supone esta discapacidad.

Y Laguna decía que la vista es “egoísta” porque se apropia de los demás sentidos y te impide casi tomar conciencia de algunas nociones, como puede ser el peso de las cosas. ¿Cuánto pesa una copa de agua? Haga la prueba en casa y descubrirá que, privado de visión, es posible que su mano le sorprenda al venirse abajo al coger la copa, y que un gesto cotidiano, como servir aceite de una aceitera, puede ser una tarea de orfebrería cuando uno va fundido a negro.

Los consejos para comer privado de la visión son varios. El principal es el reconocimiento del espacio y la familiarización con el mismo. Para ello, lo primero es que, una vez sentados, se rastree la mesa con los dedos semiflexionados hacia dentro para ubicar los componentes de manera que no estorben. Hacerlo hacia afuera, aunque no lo creamos, implica desastre. Pero eso puede ser lo fácil. Lo difícil viene cuando hay que darle uso a los objetos. Porque para servir un zumo, por ejemplo, la muñeca y el índice de una mano han de ejercitar un baile sincronizado, a menos que uno quiera llenar toda la mesa o, por exceso de prudencia, pensar que ya ha terminado de servir sin que haya en la copa ni una gota de líquido.

Otro ejemplo es el de untar una tostada, que requiere que una mano perimetre el pan, mientras el índice -siempre el índice- de la otra inspecciona cómo, cuándo y por dónde se distribuye la mantequilla. El aceite, por su parte, requiere golpes de muñeca de tenista. Pero que uno rellene de aceite de oliva un tercio del pan sin empapar el plato no se le promete a nadie. Lo mismo se puede decir de la ropa, aunque la privación de visión implica una prudencia mayor que la que fomenta poder ver las cosas.

En general, la ceguera implica una concepción del tiempo y el espacio radicalmente distintas. E implica comprensión por parte del resto de los comensales. No solo eso. Francisco Valderas Cano, consejero territorial ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, recuerda que el orden es fundamental. En este caso, cuando un ciego acude a un restaurante, el camarero ha de orientarlo siguiendo las agujas del reloj -“su plato está a las 12 en punto y el vaso a las 2”, por ejemplo-, al tiempo que se aconseja adaptar las cartas al sistema braille o incluir un código QR para que, desde los móviles, puedan tener la misma carta en audio.

Lo mismo habría que hacer con los envases y las etiquetas, explica la directora de la ONCE en Córdoba, Carmen Aguilera, que señala que esta actividad pretende fomentar la empatía con las personas con discapacidad visual. La decena de periodistas que ha participado ha resaltado la fuerza de este tipo de experiencias y la necesidad de llevarlas tanto a entornos educativos como a las escuelas de hostelería. De todos depende que el peso de la ceguera lo carguemos como sociedad y los tiempos y los espacios sean más amables para quienes andan despojados del sentido más “egoísta”.

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