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Juanjo ya descansa junto a su mujer tras 83 años: “Ahora faltan los restos de mi hermano”

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Alejandra Luque

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Remedios Gómez nunca celebró la Navidad. Ni ella, ni sus hermanos, ni su madre. A comienzos de los años 30, sus padres y dos albañiles empezaron a levantar una casa que, más tarde, ocuparía un falangista relacionado con la detención y asesinato de su padre, Juan José. Al igual ocurrió con su hermano, Antonio, que tenía tan sólo 17 años. Ochenta y tres años de las muertes de ambos, los trabajos en la fosa común de Castro del Río arrojaron algunos de los cadáveres que provocó el franquismo. Entre ellos, los de su padre. Hace apenas un mes, Remedios ha podido abrir la tumba de su madre para que ambos descansen juntos tras el tiempo arrebatado.

A sus 87 años, Remedios asiste al acto que la Plataforma Comisión de la Verdad ha organizado en homenaje a las víctimas del genocidio franquista. En tiempos de gripes y fuertes resfriados, no ha escapado de ellos y este fin de semana dudaba de su asistencia al evento, que se ha celebrado en el cementerio de La Salud. Porta ocho claveles rojos que luego arrojará a la mayor fosa común que hay en este camposanto. Su edad no le hace justicia. Trabaja por que se conozca su historia con todo lujo de detalles. Busca respuestas. O tan sólo la dignidad de tantas familias destrozadas.

- Esto es muy emocionante. Ojalá lo que yo he conseguido lo vivan todos los familiares que hay aquí, pero no tengo una alegría total. Siento que me queda mucho. Todavía no tengo a mi hermano.

La vida de Remedios, de sus cinco hermanos y de sus padres nunca fue extravagante ni estrafalaria. Vecinos humildes de la pequeña aldea Santa Crucita, su padre era albañil pero viajó hasta Córdoba para aprender guitarra y solfeo. De ahí, a profesor del Conservatorio de Música de la capital. Era el único músico de toda la aldea y “ganaba muy bien”. Labraba también unas tierras en el cortijo La Reina, cedidas por el gobierno de entonces. De su padre no tiene recuerdos pero sí afirma rotunda que ni él ni su hermano se significaron por sus condiciones políticas “para que le hicieran lo que les hicieron”.

- ¿Qué pasó?

- Entendemos que todo vino por una historia de envidias y amor. Sin más. Pero, ¿y mi hermano? Tenía 17 años. No le dio tiempo a nada.

El enlace entre los padres de Remedios pudo precipitar el asesinato de Juan José ya que el sacristán del pueblo -“que después nos enteramos que era falangista”- estaba enamorado de su madre, Dolores Márquez de la Fuente. Como cada noche, aquel 20 de julio de 1936, Juanjo y su hijo dormían a la entrada del pueblo, custodiando una era en la que tenían plantados trigo y garbanzos. Una noche, dos camiones pararon cerca del terreno y, “como ellos no tenían nada que ocultar y ni pensaban que venían a por ellos”, se asomaron. Con una lista de hasta 11 nombres, los falangistas ordenaron a Juanjo y a su hijo que subieran al camión.

- Ya ves tú. ¡Qué les molestaría a este señor estas 11 personas!

Los llevaron a Espejo, donde los maniataron junto a otros tantos detenidos. Dolores los pudo ver después de varias horas viajando ya que, en un principio, le habían asegurado que su marido y su hijo se encontraban en Montilla. Embarazada de siete meses, apenas pudo hablar con Juanjo, quien le pidió que huyera del pueblo, que cogiera a sus hijos y se fuera lo más lejos que pudiera. O hasta donde le permitió su cuerpo. Con cinco hijos emprendió camino a pie hasta Jaén. Sin comida y sin ningún tipo de sustento.

- Comíamos lo que pillábamos en el campo, como caracoles. Recuerdo que el mejor manjar que teníamos eran las aceitunas secas. Llegamos al cortijo El Carmen y mi madre se puso muy enferma y durante un mes estuvo en el hospital de Jaén. Nosotros nos quedamos solos.

Al volver, Remedios y sus hermanos supieron que su madre había perdido el bebé que venía en camino. Pero, al menos, estaban juntos. Durante los 30 días de hospitalización de su madre se iniciaron los trámites para separar a los hermanos ya que a tres de ellos, “a los más pequeños” -entre ellos Remedios-, los iban a llevar a Rusia. Un tío de los menores y padrino de la cordobesa se enteró de la situación de desamparo y decidió quedarse con ellos. Cuando acabó la guerra y regresaron al pueblo, su casa ya no era suya. Había sido ocupada por otro falangista a petición de quien había mandado a detener al padre y hermano de Remedios.

- Ahí está todavía. Ahora tiene tres balcones. Mi madre puso su nombre con chinitos... ¿Te imaginas que tu casa la ocupara un falangista? El día que regresamos era de noche, me acuerdo que llovía, y se ve que le dimos pena al hombre y nos dejó una habitación de la que era nuestra casa. No teníamos ni muebles ni camas. Dormíamos en el suelo o encima de las hojas de las mazorcas de maíz. Eso pinchaba como un demonio. Pobrecita mi madre...

Sabiéndose perseguidas y en la más absoluta miseria, la represión del franquismo sobre las mujeres consistió, además, en la humillación. Remedios tiene en su retina cómo las pelaban y cómo las obligaban a beber aceite de ricino -lo que les provocaba grandes gastroentiritis- para después forzarlas a limpiar la plaza del pueblo. Su madre fue una de ellas. Y Benilde, otra mujer que sufrió la represión.

- Antes me daba miedo decir su nombre pero ya, no. Su primo, que también era falangista, le quitó todo lo que tenía y un día entró en su casa y le dijo: “Esta es mi cama, ¿por qué no me la devuelves?”. Pues mandó a la Guardia Civil, la pelaron y le dieron aceite de ricino. A su propia prima.

- ¿Su madre quiso alguna vez buscar a su marido y a su hijo?

- Sí, pero nunca lo dijo. Si sin hablar le hacían todo esto, imagínate hablando. Nos prohibió decir que a nuestro padre lo habían matado. Teníamos que decir que había muerto. Dejamos el pueblo y nos vinimos a Córdoba y mi madre trabaja de sol a sol en lo que fuera. Cuando se iba a recoger aceitunas repartía a los hijos como podía. A mi me dejaba con mi abuelo pero, a pesar de serlo, se portaba muy mal con nosotros. Éramos los pobrecitos hasta para nuestra familia. Él era guarda en un castillo y toda mi familia tenía donde dormir, menos yo y mi hermano, que dormíamos en un pajar. Solos. Tan sólo acompañados de los animales. Cuidábamos a los cerdos y a las cabras y sólo parábamos de trabajar cuando comíamos.

La madre de Remedios falleció a los 86 años sin saber el paradero de sus familiares. Murió de negro “después de aquellas muertes” y sin celebrarar nada. Desde el 20 de julio del 36 ya no hubo cumpleaños ni Navidades. A pesar del silencio, Dolores observaba atenta la televisión aquellos días en los que se comunicaba la llegada de los “barcos de refugiados de Rusia”.

- Siempre esperó que ahí estuvieran mi padre y mi hermano. Si viera que ahora está enterrado con ella y tan poquito...

- ¿Y dónde está Antonio?

- No tengo ni idea. Ésa es la pena que tengo. El chófer que iba con los falangistas aquel día dijo que lo habían matado y lo habían echado a una vaguada. Después, los perros de un cortijo cercano empezaron a comérselo. No tengo más información y en los restos de la fosa de Castro no encontraron nada de él.

Remedios ha podido reconstruir toda esta historia gracias a los testimonios orales que ha ido recogiendo durante décadas, desde que empezó su lucha. Ha recorrido pueblos y lugares de toda Córdoba buscando respuestas. Empezó a buscar cuando “no se podía hablar del tema”. Cojea y va acompañada de un bastón, que le sirve para sostener la pena que a día de hoy le acompaña: no haber podido enterrar a su hermano le impide ir más asiduamente al cementerio.

- Tenía 17 años. Era tan sólo un niño. No le dio tiempo a hacer nada en su vida y lo mataron. Quizás me vaya yo con esta pena, de no poder encontrarlo.

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