La independencia, el arma para el futuro de las personas adultas autistas
Antonio tiene 29 años y desde los 21 acude al programa de adultos de la Asociación Autismo Córdoba. Hace horas que regresó de un viaje a Sevilla con motivo del Día Internacional del Autismo, celebrado el pasado domingo. Después de la efeméride, la vida de Antonio continúa. No se para. El 2 de abril no la hace diferente, pero sí se convierte en un motivo más para seguir luchando por su visualización. Mientras hablan sus padres y su monitor, él mira en silencio y apoyado en la mesa. En la sala hay dos personas que nunca antes había visto. Conforme pasan los minutos, él consigue entablar conversación con una de ellas. Rompe los estereotipos asociados al autismo.
La asociación se ha convertido en la segunda casa de Antonio. Desde las 09:00 hasta las 17:00, y de lunes a viernes, acude a la sede en la que su monitor, Francisco Álvarez, ahonda en el trabajo grupal e individual para dotar a las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) de la mayor independencia posible. Esta característica será la que les augure un futuro no dependiente de las personas mayores o tutores. Pero todavía “queda mucho por recorrer”; una carrera de fondo que pasa por “eliminar los falsos mitos de este trastorno”, señala Álvarez.
El desconocimiento del autismo por parte de la sociedad ha llevado a catalogarle unos clichés que, a día de hoy, se siguen extendiendo. Pero desde la organización señalan que todo depende del grado de cada persona. Aunque Antonio padece autismo, es uno de los adultos de la asociación que mejor se relaciona con el mundo exterior. Y aunque la evolución va lenta, sus padres reconocen la labor que Autismo Córdoba y en especial, Francisco, realizan con su hijo. Tal y como cuenta su madre, Julia, la detección del trastorno fue progresiva. “Con 10 meses ya andaba y tenía muchas habilidades psicomotoras. Incluso el balbuceo apareció muy pronto, con 11 meses, y era muy sociable. A medida que fueron pasando los meses, fue desapareciendo el lenguaje y se empezó a aislar. No me llamaba cuando se despertaba. Ya con año y medio o dos años noté que cuando entraba en la habitación, desviaba la mirada”, explica Julia.
Desde este momento, sus padres se recorrieron varias ciudades de España -Valencia, Madrid o Sevilla- hasta que, finalmente, a Antonio le detectaron el trastorno. Pero eso no impidió que desarrollara una infancia y una adolescencia con relativa normalidad. Aunque con clases de apoyo, Antonio siempre estuvo en el mismo aula que sus compañeros. Así fue desde la guardería hasta su escolarización en el centro escolar de Colón, donde con cinco años recuperó el lenguaje. En el colegio, Julia asegura que “estuvo muy bien atendido, aunque no sabían lo que hoy se conoce del autismo. Tuvimos la suerte que llegó una chica que venía del Centro de Autismo de Cantabria y empezó a trabajar con Antonio. Tanto ella como el resto de profesores”.
Después, Antonio cursó la Enseñanza Secundaria Obligatoria en La Trinidad, “donde también tuvo suerte con la profesora que encontró porque se volcó con él. Allí estuvo hasta los 21 años. No había aulas específicas de autismo por aquel entonces, pero sí había voluntad”. Tras acabar esta etapa, Antonio pasó a formar parte de la asociación Autismo Córdoba donde trabaja profundamente su independencia. Aunque Álvarez reconoce la complejidad de llevarlo a cabo, “siempre nos marcamos unos objetivos en base a sus gustos para poder darles el poder de elección”.
Luchar contra la dependencia que puedan tener tanto de las familias como de los profesionales es el objetivo principal de la asociación. Y, poco a poco, lo están consiguiendo. Aunque existen casos de completa independencia en personas con autismo, este hecho depende del grado de afección de la persona y del trabajo que se haya realizado a lo largo de toda su vida. La sociedad tiene un papel fundamental en este aspecto, tanto en la comprensión del trastorno como en facilitar la inserción laboral. En Córdoba, prácticamente el 100% de las personas adultas con TEA se encuentra en paro, el porcentaje más alto entre todas las personas con discapacidad intelectual.
Por ello, para paliar esta situación, Autismo Córdoba está desarrollando un programa de empleo con apoyo, que por el momento ha conseguido que una treintena de jóvenes y adultos con autismo estén realizando prácticas en oficinas de la Delegación de Igualdad, Salud y Políticas Sociales, así como en una residencia de mayores de la Junta de Andalucía, en Fepamic, en el centro agropecuario de la Diputación y la protectora El Arca de Noé.
Antonio sale con sus amigos. Un día de la semana lo tiene “reservado” para su familia. El resto, siempre tiene actividades que hacer. “Siempre tienen que estar aprendiendo”. Aunque, otras veces, deben desaprender aspectos que “chocan” con las restricciones sociales de hoy. “Antonio es muy cariñoso, no puede ver a nadie llorar. Si alguien necesita ayuda y él lo ve, acude”, explica Álvarez, quien anima a Antonio a contar qué le ocurrió el pasado fin de semana en Sevilla. “Estaba en la Plaza de España y vi a una niña que estaba llorando”. “¿Y qué hiciste?”, pregunta el monitor. “Yo la abracé, para que se le pasara”.
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