El 'ilustrado' origen de la palabra 'pego' y por qué solo la dicen los cordobeses
Córdoba, principios del siglo XIX. Un francés, que quizás haya llegado a la ciudad con el Ejército de Napoleón, protagoniza el intento de ser el primer ser humano en contemplar la antigua capital de la Bética a vista de pájaro. Desde el Campo de la Merced, hoy plaza de Colón, intenta lanzarse al cielo con un globo aerostático. Una multitud (en aquellos años, desgraciadamente analfabeta) asiste al prodigio. Pero el globo no logra despegar. Un accidente, un mal cálculo, lo impide. La multitud, divertida, se ríe de su promotor, que probablemente se llamase Louis Pegou (o Pegaux). Su apellido es fácil de castellanizar: pegó. En poco tiempo, pego para los cordobeses. Desde aquel día, sinónimo de tontería.
Son varias las teorías del origen de la palabra pego, cuyo significado solo conocen los cordobeses. Generación tras generación, casi siempre en una conversación coloquial, un cordobés hablará con alguien de cualquier punto del planeta en castellano y sin querer se le escapará el “eso es un pego”, ante la incredulidad de su interlocutor. “¿Un qué?”. “Perdona, una tontería. Es que tú no eres de Córdoba”.
La más aceptada es la del ilustrado francés que llegó a Córdoba a fomentar su modernidad, a poner su granito de arena para sacarla de unas tinieblas en las que se hundía. Manuel Harazem ha rescatado la figura de Monsieur Pegaux a través de un pequeño cuento que se puede leer en Kindle y en el que aprovecha para hacer un retrato de la Córdoba de principios del siglo XIX, desde la llegada de los franceses hasta el vuelo, ya sí comprobado, de Guesdon y Clifford en un globo que permitió dibujar la primera perspectiva aérea de la ciudad.
Harazem sitúa a Pegaux dentro de las tropas del rey José I, el hermano de Napoléon Bonaparte, entrando en Córdoba en 1810 y aprendiendo junto a Domingo Badía, el alcalde más apasionante de todos los que ha tenido la ciudad y que se convirtió en el primer español en entrar a La Meca, agente doble, espía en Marruecos y, también, el primero que intentó volar en globo sobre la ciudad. Su intento quedó en eso, en otro pego. Tanto que su padre pidió al Consejo de Castilla que le prohibieran volver a desarrollar una iniciativa similar.
El pequeño cuento arranca con Pegaux junto al fotógrafo aerostático galés Charles Clifford y al dibujante francés Alfred Guesdon, y los promotores de ese vuelo, el inglés Duncan Shaw (que acabaría construyendo el ferrocarril entre Córdoba y el Guadiato) y Melitón Martín. Estos dos extranjeros volaron sobre Córdoba y trazaron una perspectiva de una ciudad amurallada, de espaldas al Guadalquivir, con una majestuosa Mezquita que presidía una imponente perspectiva desde la vertical de lo que hoy sería el Puente de San Rafael. Pegaux, hombre ilustrado y liberal, al que Harazem sitúa incluso como protegido del obispo liberal Trevilla, protagoniza un recorrido por la historia de la ciudad, desde la llegada de los franceses y también de los avances de su revolución, del primer trazado de un plano que hubo en Córdoba (su copia estuvo en el despacho de la Presidencia de la Gerencia de Urbanismo hasta hace seis años), de las primeras medidas de higiene urbana, de la creación de sus tres cementerios (antes se enterraba dentro de la ciudad y cuando llovía más de la cuenta muchos cadáveres salían a flote), sus academias y hasta lo que hoy conocemos como los Jardines de los Patos.
También existe otra teoría y es que la palabra pego provenga de pegote, que sí que está en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, y que en su segunda acepción se refiere a algo “añadido de manera tosca y torpe”. Aunque esta hipótesis pierde fuerza por varias cosas: una, porque el pego solo ha arraigado en Córdoba; y dos, por que Monsieur Pegaux sí que existió, quiso volar y fracasó. Pero hizo muchas otras cosas. A diferencia de otros ilustrados, no tiene una calle en la ciudad, aunque su apellido trascenderá las generaciones venideras de cordobeses. Gran final para una ciudad de paradojas.
0