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Fallece la feminista y activista Carmen López Román

Carmen López Román.

Redacción Cordópolis

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Carmen López Román, feminista y activista vinculada a Podemos y Ganemos, falleció anoche. Sus compañeros de formación y lucha por los derechos de la mujer anunciaron la noticia por las redes sociales. López Román llevaba décadas en las agrupaciones y asociaciones trabajando por el colectivo femenino y había formado parte de los núcleos en los que se gestó en Córdoba Podemos y Ganemos.

López nació en 1963. Ella misma escribió una síntesis de su biografía en la web de Ganemos, para uno de sus procesos electivos. “Soy hija de campesino y exiliada, que en la ciudad de Córdoba buscaban un mundo mejor. El trabajo asalariado que realizo me ha enseñado el poco valor que le damos a las cosas de importancia. El feminismo me ha hecho y lo hago, y nos ha permitido a las mujeres crear algunas redes invisibles o mejor dicho ocultadas. Entiendo el ayuntamiento como lo que fue en su tiempo, la casa del pueblo, donde se deben desarrollar las cuestiones que nos importan, las mas cercanas para hacer de nuestra ciudad un espacio habitable y justo”.

“Soy sólo una mujer trabajadora, peona de limpieza, que salgo adelante con el miserable salario que me pagan… Yo sé bien de las dificultades de la privatización de los servicios, de trabajar en tierra de nadie, sin que ni la administración ni la empresa se hagan cargo de tu trabajo, ni de hacer cumplir tus derechos como trabajadora del edificio público gestionado por la empresa privada.

De los contratos por horas, de la norma de no hacer contratos de jornadas enteras.

De tener los salarios congelados o con un 0,2% de subida, de las dificultades y la carga que supone no poder usar los mínimos derechos por los riesgos de conflictos que corres.

De la incultura y la baja formación que nos dan y de nosotras esperan, cuando nosotras sabemos mucho más de lo que contamos de aquellos edificios públicos en los que limpiamos… ¡Ay, si las limpiadoras hablaran! Y el secreto profesional en nuestro caso se cotizara.

Desde que suena el despertador con su horrible ¡pipipipi! hasta que una vuelve a cobijarse entre sus sábanas, pasan muchas vidas.

Hay gentes que van tan ensimismadas que solo son capaces de leer artículos de opinión para luego argumentar la suya, otras llevan puestos los cascos para evitar la presencia de los otros, hay gentes que van con el móvil conversando y se chocan con las gentes o se saltan el semáforo.

Soy asidua de la línea E cuyo paseo es interminable y me gusta mirar las caras de las gentes, tengo habilidad de escuchadora y las gentes me cuentan historias, me cuentan su historia.

De ahí me quedo a veces prendada de algunas mujeres y de algunos hombres que comparten bus con mi persona.

La linea E lleva a gentes que trabajan en las Quemadas, a gentes que estudian en Rabanales, a gentes que tienen una pena honda caminito al cementerio o a gentes que vuelven de visitar a sus presos o que ese mismo día los soltaron de la trena.

Lleva a las madres y abuelas de mucha de la chavalería a la que le doy un trapo y quitatinta o a la que regaño y regaño porque no me parece que los mocos aparezcan en los cristales.

Vienen y van en un eterno regreso a casa de echar horas en la ciudad, de comprar en el Deza que le sale más arreglao, de limpiar en otro lugar los mismos mocos que yo limpio.

Vienen de visitar a sus mayores, con cara de tristeza, a sus mayores que habitan en el olvido, en una residencia llamada El Yate.

La línea E pasa por la vida y miras a la cara de las gentes y les ves surcos, la mirada empañada a veces y les notas la fatiga, la hartura y la paciencia a algunos, mientras otros son la ira.

Y yo siempre me pregunto: ¿Cuánto tiempo ha de pasar para que cambiemos nuestras formas de organizar la vida? ¿Cuánto tiempo ha de pasar para una transformación de nuestra cultura?

Para un volver a comprender que el capital, el único capital es lo humano, hacer que la vida sea posible, compartir los cuidos que la hacen merecedora de llamarse vida. Hacer que la Política sea la gestión de la vida cotidiana.

Si todos nacemos desnudos, sin dientes y con hambre… ¿a qué viene después la diferencia?“.

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