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Diario del Confinamiento | La flor cortada

La flor cortada.

Juan José Fernández Palomo

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Este mediodía, mientras preparaba un sofrito para el arroz y escuchaba en la radio un refrito de Informe Robinson, vi desde la ventana de mi cocina cómo una furgoneta de una empresa de floristería se detenía enfrente de mi casa y un empleado se acercaba a un portal con un ramo de flores, calas y rosas, creo que eran.

Día de la Madre, primer domingo de mayo. Supuse el motivo.

Tiene un nombre raro, pero el de “la flor cortada” es un sector económico. Tiene como título de folletín decimonónico, con amoríos románticos y guillotinas; pero, no. Podría también llamarse así un disco de pop aburrido o, incluso, un premio de poesía de pueblo en honor a la patrona.

Lo tenía casi olvidado, pero el primer trabajo remunerado que tuve fue en una floristería. Era el pequeño negocio de unos parientes que pidieron permiso a mi madre por si yo podía ayudarles como refuerzo en las vísperas del Día de Todos los Santos. Mi madre dijo que sí y yo estuve tres días en la tienda “pinchando moñas” de crisantemos en unas estructuras esponjosas para elaborar coronas.

5.000 pesetas limpias me llevé.

El gobierno, en estado de alarma, no ha considerado que la flor cortada sea una actividad esencial; así que el sector va a sufrir un varapalo considerable tras perderse una primavera de santas semanas, romerías, ferias, comuniones, bodas y… funerales austeros, casi sórdidos.

Cultivar flores está bien; cortarlas supongo que también aunque suene duro y se haga negocio de eso. Yo debo confesar que suelo coger margaritas de los descampados cercanos a mi casa para llevarle ramos a mi novia. Porque fui del gremio, supongo.

Ahora me acuerdo también de aquella frase de Mark Twain: “Habiendo fracasado en todos los oficios, decidí hacerme periodista”.

Y venga flores rotas en este domingo raro para ponerse a pensar.

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