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Diario del Confinamiento | Brecht

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Juan José Fernández Palomo

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El judío Bertold Brecht supo mucho de confinamiento, exilio y distancia, como tantos otros y otras en los peores años que nos dejó el siglo pasado.

Me he acordado de él mientras me tomaba unas cervezas por Skype con unos amigos distanciados. La pantalla de la tablet nos pone entre nosotros una barrera líquida y teatral que nos impide abrazarnos o chocar las copas, pero que también nos hace sentirnos espectadores del teatro que realizan otros, con sus decorados en segundo plano, con sus movimientos, con su vestuario y su puesta en escena. Pero, de alguna manera, sospechamos que no es real lo que sucede. No estamos juntos.

Brecht fue el dramaturgo que se inventó el Efecto V, el Efecto de distanciamiento para que la obra de teatro se centre en ideas y decisiones y que no sumerja al público en un efecto de ilusión irreal. Resumiendo, Brecht intentaba que el espectador fuese un sujeto crítico y activo, y supiera desde el primer momento que lo que veía representado no era la realidad.

No es sencillo. Me di cuenta al ver de nuevo como Woody Allen en La Rosa Púrpura de El Cairo nos pone el debate realidad-ficción delante de nuestras narices. No. No se puede entrar y salir de la pantalla o del escenario al patio de butacas. Al menos siguiendo los parámetros habituales de la física según la conocemos y, claro, nos emociona ver a Mia Farrow llorando, sino seríamos unas malas bestias.

Tan necesarios son el distanciamiento que debemos mantener hoy como el efecto de distanciamiento que nos enseñó Brecht.

Ambos nos previenen de las cosas malas.

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