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Dardos de llanto y devoción

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Manuel J. Albert

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La saeta perdura entre las tradiciones de la Semana Santa gracias a iniciativas como la escuela abierta en Salesianos

“La saeta es una oración que sale de mi garganta y entra en mi corazón”. Una rima es lo primero que a Francisco Camacho se le escucha cuando responde a la pregunta de qué es ese lamento cantado de la Semana Santa. A su alrededor, una decena de mujeres nerviosas afinan su luto mientras engarzan la peineta y ajustan la mantilla. Buscan el tono, cada una a lo suyo, en un divertido coro cacofónico. Francisco no ensaya. Del grupo, además del único varón -junto con otro compañero-, es de los más veteranos. Todos conforman los alumnos de la Escuela de Saetas de Córdoba, que hace dos semanas clausuró con sus voces el curso número 13 en una exaltación a la saeta, protagonizada por Aurora Varona.

Francisco Castellón es el director de esta escuela, ubicada en las instalaciones del colegio que los Salesianos tienen en Córdoba. Castellón reconoce y elogia la tradición de saeteros de la ciudad, aunque una de las razones para abrir el primero de los cursos fue la búsqueda de nueva savia que mantuviese el pulso. Algunos consideran que el cante se está perdiendo y Castellón se ha propuesto recuperarlo a toda costa.

La saeta y el flamenco son uña y carne. Y muchos de los alumnos son, además de expertos saeteros, cantaores. Como Manuel Romero, cuyo nombre artístico es Manolo de Santacruz y que fue el primer cantaor con síndrome de Down que grabó una maqueta. Otros alumnos de Castellón han seguido igual senda en el mundo del flamenco.

Francisco Camacho no lo es menos. Lleva 22 años cantando los distintos palos del flamenco, pero los últimos cinco los ha pasado en la escuela de saetas de salesianos, depurando y mejorando la técnica. Al final, todo cante dependerá también de su devoción. Y Camacho la tiene y mucha, en especial al Cristo de las Penas y al de la Buena Muerte.

Para Camacho, una saeta es algo especial. Un modo de expresión, una forma de rezar, de dar las gracias y de pedir. Hace unos años, recién sometido a una operación de trasplante, llegó a cantarle una saeta a su cirujano. Ocurrió en una Semana Santa. Y desde entonces, esta celebración, de por sí, siempre especial para él, tiene un carácter más íntimo.

Esta Semana Santa los alumnos de Castellón esperan arrancarse a cantar los cuatro o cinco versos largos de los que se compone una saeta; desde sus esquinas o balcones, siempre a las imágenes de los pasos. Con el llanto y la pena de todos los años.

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