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El aliado del costalero contra la sed

Jose Luis Luque, aguador | MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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Si hay figuras características en el universo de las cofradías y las procesiones, unidas intrínsecamente a ellas, está claro que una es la del aguador. Su trabajo es indispensable para los costaleros, que tienen en él un aliado contra el calor y la sed, sobre todo en las primeras horas de la tarde donde la temperatura es más alta.

José Luis Luque ha desempeñado esta Semana Santa, a sus 61 años, una vez más esta tarea. Casado y con dos hijos, uno de los cuales es también aguador en las cofradías a las que él acompaña, es orífice de profesión pero ahora está en el paro, por lo que este año ha ansiado más que nunca que llegara la semana del año que siempre le ha aportado ingresos extraordinarios que suponen para él una inyección económica que le ayuda a pagar el sello del coche y alguna que otra cosa más, según cuenta.

Este hombre llegó al puesto en 1990 a través de unos familiares que estaban como aguadores en Semana Santa. La hermandad para la que más tiempo ha trabajado ha sido la Estrella, aunque ya no cuenta con sus servicios, pero este año ha ido de aguador con la cuadrilla de costaleros de Nuestro Padre Jesús de las Penas, de la hermandad de la Esperanza, el Domingo de Ramos; con la de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, del Císter, el Martes Santo; y con la de Nuestro Padre Jesús del Calvario el Miércoles Santo. Además, José Luis ha sido el encargado este año de encender las velas en el paso de Jesús Humilde en su Coronación de Espinas y levantará cables que estorben en las calles al paso de los titulares de la hermandad de Jesús Nazareno.

Según la experiencia de José Luis, su labor “tiene mucha importancia y tienes que ser muy responsable de lo que llevas entre manos, que nunca falte el agua, y hay que preocuparse de que vaya siempre fresquita”. Él carga con un carrito con una garrafa de 25 litros de capacidad que se ha preocupado de forrar “con espuma aislante que se endurece para que se mantenga el frío” y de ponerle por encima “una funda negra hecha de tela por mi mujer para que no se vea feo”. Además, si hace mucho calor les pide a las hermandades a las que sirve que le preparen cubitos de hielo. El líquido elemento lo da sin aditivos casi siempre, aunque en algunas ocasiones la hermandad o los costaleros piden que se le echen rodajas de limón para darle sabor y refrescar más pero nunca ha hecho caso a las indicaciones de alguna persona que le ha pedido que eche al agua un poquito de anís.

Según cuenta, en una estación de penitencia una cuadrilla puede beberse cuatro garrafas de agua, es decir, 100 litros, “siempre y cuando no haga mucho calor”, matiza. “Cuando ves que te queda poquita agua hay que pedir permiso al capataz para salir a reponer con una goma que llevo para llenar desde el grifo la garrafa”, explica. A veces entra en un bar a reponer, otras veces lo ha tenido que hacer en una fuente e incluso ha pedido agua en casas particulares. Para repartirla tiene seis jarras de aluminio grandes para que cuando pare el paso puedan beber varios costaleros a la vez. Por la noche, cuando llega a casa, lava bien las jarras con lejía para que estén bien limpias al día siguiente para la nueva cuadrilla.

Él se siente uno más de las cuadrillas de costaleros, “una parte importante”, pues ellos lo reciben con alegría cuando lo ven aparecer “y a mí me da mucha alegría cuando llego a las hermandades. Además, te dan las gracias y la enhorabuena cuando terminas y se crea amistad con algunos costaleros”, relata. Tanto es así que un año cuando iba con la Santa Faz le ofrecieron entrar bajo el paso para llevarlo durante una chicotá pero José Luis cuenta que no quiso porque “no me gusta hacer lo que no he ensayado para no hacerme daño”, dice.

En su trabajo tiene que estar muy pendiente de las necesidades de hidratarse del costalero. Al final de cada chicotá “tienes la obligación de preguntar si quieren agua, aunque te digan pesado; si se callan es que no quieren, pero tienes que tenerlos contentos”, señala, y dice que siempre va arreglado, con “pantalón de vestir, camisa y saquito, no puedes ir con un chándal ni de cualquier manera porque da mala imagen”, comenta. En el caso de la Merced y el Nazareno, donde realiza otras tareas, va con traje porque así lo piden las hermandades. Además, en la hermandad de silencio a la que acompaña, él guarda silencio también porque lo ve una señal de respeto que, critica, el público no siempre entiende.

Si cariño le tiene a los costaleros a los que atiende, más aún a las imágenes a las que acompaña y le da alegría volver cada año. No en balde, él es también cofrade y espera la Semana Santa con ilusión. Tanto que si llueve, casi llora aunque no esté en la nómina de ninguna cofradía como hermano de cuota. “Me emociono nada más que de pensarlo”, dice mientras atiende a EL CIRINEO. Entre los mejores momentos que recuerda están las levantás dedicadas a él por algún capataz, aunque también ha tenido algún desencuentro con personas que “quieren ir muy pegadas al paso y no saben que a mí me dicen que tengo que ir cerca, a un metro y medio o dos metros por atrás y se molestan muchas veces porque voy delante de ellos”.

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