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Me acuerdo de acuerdos

Las manos del primer ministro irlandés, Bertie Ahern (izquierda), y su homólogo británico, Tony Blair (derecha), se estrechan tras firmar el acuerdo del Viernes Santo, en abril de 1998.

Juan José Fernández Palomo

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He amanecido este mañana pensando en el Acuerdo de Viernes Santo que se firmó en Belfast el 10 de abril de 1998 para poner fin al conflicto de Irlanda del Norte. Fue tomado por los gobiernos británico e irlandés y aceptado por la mayoría de los partidos norirlandeses. Los pueblos de Irlanda del Norte y la República de Irlanda lo refrendaron después en las urnas.

No es cosa de extenderse, pero hubo un compromiso de paz entre los partidos políticos de la región, desarme de los grupos paramilitares, se retiraron las tropas británicas y se transformó a la Policía Real del Ulster en una policía civil, se estableció la Comisión de Derechos Humanos de Irlanda del Norte... y hasta se permitió la borricada del atentado de Omagh organizado por las cloacas del Estado como un mal menor necesario en pleno proceso.

Supongo que un acuerdo lleva consigo un imprescindible ingrediente de voluntad entre partes.

Me acuerdo de la madrugada del Sábado Santo de 1977: con nocturnidad y, sin duda, premeditación se legaliza en España el Partido Comunista. Santiago Carrillo -que no sabemos dónde está- y Adolfo Suárez -que está en el cielo- fueron los principales protagonistas de aquel acuerdo que aún hoy parece producir escozor a algunas gentes.

Supongo que un acuerdo lleva consigo otro imprescindible ingrediente de generosidad.

En 1995, aunque firmado diez años antes, entra en vigor el Acuerdo de Schengen, firmado en la ciudad luxemburguesa del mismo nombre, por el cual se permite suprimir los controles en las fronteras interiores entre los Estados firmantes y crear una única frontera exterior donde se efectúan los controles de entrada en el llamado “espacio de Schengen” con arreglo a procedimientos idénticos.

Con la intención de crear una verdadera unión europea, a los firmantes les salió un acuerdo bastante farragoso: que si uno no lo firma, que si otro país lo firma pero no todo, que si alguno que no está integrado en la UE lo firma porque le conviene, o que si algunos quieren firmarlo pero no les dejan “por no garantizar seguridad”. Un follón, vamos.

Por no hablar del lugar en que quedan los ciudadanos de más allá de la “frontera exterior” (así, con ese nombre como de ciencia ficción).

Supongo que en un acuerdo es posible que algunos ganen y otros, muchos, demasiados, pierdan.

No es asunto sencillo eso de alcanzar acuerdos.

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