La tribu
“Pertenezco a la tribu más grande del mundo. La más numerosa, la más heterogénea, la de mayor alcance social (…) A diferencia de todas las demás tribus –o religiones o nacionalidades o ideologías o como las quieras llamar- no tenemos enemigos. Todos somos bienvenidos, todos reconocemos alegremente nuestra identidad y nada nos da más placer que hablar sobre lo que nos une (…) Somos los dueños del gran tema de conversación mundial: el fútbol”. Así comienza John Carlin La Tribu, el libro en el que recopila algunos de los artículos publicados durante años en El País. Allí escribía (muy bien) paralelamente a su corresponsalía en The Times, hasta que un día cometió ese delito tan inglés de ser más listo que nadie y decirnos a los paletos españoles lo que teníamos que hacer con Cataluña. Quizás su desmedida y babosa admiración por el falso meacolonia de Guardiola tenga algo que ver con esa manía tan nacionalista de inventarse enemigos en todas partes y creerse intelectualmente superior. Una lástima de mancha en un tipo que más allá de estas movidas nos dejó para siempre El factor humano, el libro en el que se basó Clint Eastwood para rodar Invictus y contar la epopeya de Mandela para unir Suráfrica con el Mundial de rugby de 1995 como excusa.
Puede que te haya pasado en algún viaje, en cualquier rincón del mundo, en un bar de mala muerte o regateando en un puesto perdido en mitad de una carretera. Aunque no conozcas a nadie y no hayas estado allí en tu vida, siempre hay alguien con quien hablar de fútbol. “¿Español? ¿Madrid o Barcelona?”, es una pregunta de lo más habitual hasta en el más recóndito rincón del planeta, suficiente para entablar una conversación y establecer una amistad efímera y fugaz que dependiendo de la respuesta puede salvarte la vida o meterte en un lío. El caso es que Carlin plantea cómo el deporte se ha convertido en uno de los grandes tópicos de la humanidad, esos lugares comunes en los que todos nos sentimos ubicados de una manera u otra. Como la religión o la política, el fútbol vino a consolidarse en el siglo XX como uno de los puntos de unión del ser humano, creando grupos reconocibles de los que sentirse parte: cristianos, musulmanes, budistas, de izquierdas, de derechas, futboleros… Qué más da mientras tengamos algo en común con alguien.
El homo sapiens siempre fue un animal social. Al principio caminaba en manadas, y luego se fue puliendo hasta que a esos grupos fue llamándolos familia, equipo, grupo de trabajo, colectivo, peña, club o como quieras etiquetarlo. El caso es que los seres humanos tenemos, como ya detectó Maslow hace un siglo, una profunda necesidad de conexión, de afiliación, de sentido de pertenencia a un grupo más amplio. Nos encanta (y necesitamos) estar con gente que se parezca a nosotros, hablar de lo mismo, sentirnos parte de algo superior a la mera individualidad, compartir símbolos, colores, banderas, señales e incluso enemigos. Me siento cómodo contigo porque sé que hay algo que nos une y nos diferencia de los demás. El que no está en nuestro grupo es ya, por definición, el otro, el bárbaro o el extranjero. Visto así tiene efectos fantásticos porque fomenta la amistad, las relaciones y los afectos, pero mal entendido también es algo perverso que puede llevar al fanatismo, la xenofobia y la violencia. Es tan fácil pensar que el otro está equivocado o que simplemente es inferior a mí…
El caso es que las personas necesitamos un sentido de pertenencia que nos conecte con aquellos a los que más nos parecemos y nos agrupe en clanes que marquen diferencia (incluso distancia) con los demás. Lo reconozcas o no, por conexión hacemos mil cosas y gastamos más miles de euros. Vivimos donde vivimos, conducimos el coche que conducimos, llevamos a nuestros hijos a determinados colegios o incluso elegimos teléfono por sentirnos parte de un colectivo. ¿Acaso crees que esa manzanita tan mona que hay detrás de tu móvil y que te ha costado mil pavos es una casualidad? ¿De verdad te hacía falta o has querido demostrar algo más? Apple o Android. Cool o del montón. Esa es la cuestión. Grandes grupos, al fin y al cabo.
Este fin de semana, mientras el Córdoba viajaba a Las Palmas para sellar su ridícula temporada, el representante de fútbol sala llenaba Vista Alegre para iniciar el play off de ascenso. Ante un Arcángel cada vez más despoblado en medio de la ruina de un grupo que ha ultrajado unos colores, el aficionado volvía a encontrar un lugar para ondear sus banderas, lucir sus bufandas y cantar un himno que une, que vincula a un colectivo orgulloso de saberse parte de algo más grande y trascendente. Si a eso le ponemos al Betis como rival, al sevillanito prepotente como enemigo recién salido de la feria con su blazer azul y su pañuelo en el bolsillo, ya tenemos el cóctel perfecto. Es el orgullo de compartir símbolos, sentirnos representados y ser elementos de un colectivo en el que nos sentimos fuertes y unidos. Quizás el deporte sea lo de menos, una mera excusa para saber que pertenecemos a una tribu. ¿Cuál es la tuya?
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