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El dilema de la coherencia

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José Carlos León

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Hoy hace ocho días de las elecciones y mañana hará una semana del acuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, de ese abrazo en que al presidente del gobierno se le olvidó de un plumazo todo lo que había dicho apenas unos días antes acerca del insomnio, las cartillas de racionamiento, el populismo y tal y cual. De repente, tras ocho meses de parálisis, unas nuevas elecciones, más de 100 millones gastados en los comicios y un buen puñado de declaraciones fácilmente olvidables por parte de todos regresamos a la casilla de salida, aunque ahora sí se encontraron los argumentos para desbloquear una situación que apenas unos días antes estaba completamente enquistada pese a ser… básicamente igual.

Las reacciones, como era de esperar, han caído en cascada. Mientras los más cafeteros alaban su decisión y el paso al frente para desbloquear la situación con un pacto progresista, los contrarios le tachan de embustero compulsivo y, sobre todo, de incoherente, quizás lo peor de lo que puede ser tachado un político y, en general, cualquier individuo. Decir una cosa y hacer completamente lo contrario cinco minutos después no es lo más adecuado para alguien que quiere ser confiable, pero en casos tan claros como este vemos cómo la coherencia y sus consecuencias generan un dilema de dimensiones colosales.

No seré yo quien defienda a Pedro Sánchez, pero eso aquí no viene a cuento y probablemente mi opinión te importe un pimiento. Lo que quiero plantearte es qué es la coherencia, sus virtudes y también sus riesgos, para poder así generar una visión amplia y lo más crítica posible tomando como punto de partida una situación a la que todos hemos asistido como meros espectadores, pero extrapolándola a cualquier decisión que tú y yo tenemos que tomar en nuestro día a día.

Etimológicamente, coherencia quiere decir “que tiene una relación lógica”, y como norma general asumimos que la persona coherente es aquella que hace lo mismo que dice. Si elevamos ese concepto a mayores niveles de conciencia podríamos incluso añadir que la coherencia requiere que a la palabra y la acción se le sume un pensamiento plenamente alineado, e incluso una forma de sentir y unas emociones que estén casadas con todo lo anterior. Dicho de otra forma, alguien coherente es aquél que piensa, siente, dice y hace lo mismo en todo momento, siendo así fiel a sus valores y respetándose a sí mismo en cada decisión.

De hecho, la coherencia es una de las características básicas de todo líder que se precie, de alguien que quiere ser seguido y tenido en cuenta por otras personas que admiren esa cualidad. Nos gusta ir detrás de individuos coherentes, personalidades sólidas que nos aporten certidumbre y cuyos comportamientos nos generen seguridad, ya que sabremos en todo momento que están alineados con sus palabras y con su forma de pensar. Lo contrario son los veletas, los personajes volubles y desconfiables que hoy dicen una cosa y mañana todo lo opuesto. Así pues, la incoherencia puede ser tanto un pecado del que la ejerce como un defecto del que no la detecta y la sigue sin crítica alguna.

Y dicho todo esto, la coherencia no es ni buena ni mala en sí misma, sino que depende del fin con el que se enarbola. Se podría decir incluso que es necesaria para justificar determinados comportamientos y hacerlos éticos, aunque eso también está en entredicho. Si atendemos a la definición que hemos hecho antes, personajes como Gandhi o la Madre Teresa fueron enormemente coherentes con sus planteamientos y gracias a ellos movilizaron masas humanas y de recursos para conseguir sus fines. Pero igual de coherente era Hitler, que pensaba, hablaba, sentía y actuaba como un cabrón, absolutamente despreciable, pero suficiente para que Alemania le siguiera en masa y arrastrara al mundo hacia la Segunda Guerra Mundial.

Esos ejemplos hablan en cualquier caso del enorme poder de la coherencia, de su capacidad de convicción y de arrastre, de cómo la masa se siente guiada y convencida por un líder sólido y coherente, por alguien honesto que siempre hace lo que dice. ¿Y entonces, por qué una mayoría ha vuelto a votar a Sánchez? Quizás haya que pensar que, como tantas otras virtudes, la coherencia está sobrevalorada y que ya no es un elemento vital para la supervivencia en un mundo cada vez más cambiante. Es decir, la coherencia con unos planteamientos es válida hasta que las nuevas informaciones u opiniones te hagan cambiarla, variando tu discurso, tu comportamiento y hasta tu forma de pensar (tus estrategias, al fin y al cabo) en base a unos objetivos irrenunciables.

Es lo que se ha venido en llamar elogio de la incoherencia. Estamos muy acostumbrados a escuchar a gente dispuesta a “morir con sus ideas”, algo loable, pero con un final poco halagüeño. De coherentes está lleno el cementerio, podríamos decir, de personas que por respeto a sus principios se alejaron irremisiblemente de sus objetivos. Hay quien defiende que la coherencia, entendida como el sostenimiento de las mismas opiniones, es lo contrario a la adaptación, y ya sabemos lo que hace la naturaleza con los que no saben o no quieren adaptarse. La coherencia habrá llevado probablemente al homo sapiens a seguir metido en una cueva, pero el progreso es insolencia, incongruencia con el presente pero congruencia absoluta con el futuro deseado y diseñado.

Aquí entonces el problema sería confundir la incoherencia con el cinismo, que en el diccionario viene definido como “actitud de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación”. Quizás cualquier comportamiento aparentemente incoherente se entienda mejor desde la definición filosófica de cinismo, la corriente creada por Antístenes y que se basaba en el rechazo de los convencionalismos sociales y de la moral comúnmente admitida. Es decir, sólo cuando lo generalmente aceptado te importa un huevo la incoherencia deja de ser un problema para aquel que la ejerce. Quizás aquí es donde se sienta cómodo Pedro Sánchez, quien más allá de preocuparse por la coherencia entre lo que piensa, dice, siente o hace, tiene claro que en todo momento lo único que ha querido ser es presidente a cualquier precio. Sólo queda decir, ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?

Catilina, nacido de noble linaje, fue de gran fuerza no solo de ánimo sino también de cuerpo, pero de carácter malo y depravado. A éste desde su adolescencia le fueron gratas las guerras internas, las matanzas, las rapiñas, la discordia civil y en ello ejercitó su juventud.

Salustio. De coniuratione Catilinae. 5, 1-2.

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