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La leyenda del rival: Pichichi

Redacción Cordópolis

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A Rafael Moreno Aranzadi –nacido en Bilbao el 23 de mayo de 1892- le apodaron ‘Pichichi’ por ‘pichón, pichín o pinchinchu’. Es decir, por bajito. Había nacido en una familia de clase alta vizcaína. De hecho, su tío-abuelo fue Miguel de Unamuno. Empezó a jugar en un descampado cercano a donde actualmente se ubica el Museo Guggenheim. Con once ya se empeñaba en jugar con mayores, así que a los 18 años, mientras comenzaba sus estudios en Deusto (es un decir: empezó Derecho y no aprobó ninguna), lo fichó el Athletic.

¿Cómo era Pichichi? Inteligente y con un poderoso disparo. Nunca fue un atleta. De hecho, fue rechazado para el servicio militar en un principio por un problema en el pecho. Un primo suyo jesuita, Alfonso Moreno, lo definió así en su libro ‘Vivir no es fácil’: “tiene un shoot tremendo, por bajo y muy bien dirigido, que no hay goal keeper que pueda pararlo. Pero sobre todo sabe driblar como nadie y es capaz de correr todo el campo, de un goal a otro, con el pelotón pegado a los pies sin que nadie se lo pueda quitar”. También dijo de él el cura que era “travieso, díscolo y enredador”.

Seve Suazo, de su quinta, recordaba así a Pichichi: “un gran jugador con un muy buen dribbling profundo, no hacia los lados, sino hacia el gol”. Y era interior. El hombre que da nombre al trofeo de máximo goleador de la Liga no era delantero centro, sino extremo cuando se jugaba siempre al ataque. Tampoco marcó nunca en Primera, porque no existía ese campeonato.

Era muy apegado a su tierra. Tanto fue así que a pesar de las tentadoras ofertas que le llegaron del ya por entonces totalmente profesionalizado fútbol británico nunca quiso moverse de Bilbao.

Hizo disfrutar al público que se daba cita en Lamiako, Neguri y luego San Mamés, donde anotó el primer tanto de la historia de este mítico recinto (al Racing de Irún, el 21 de agosto del 13, aunque haya quien se lo apunte a Suazo).

Llevaba siempre atado a su cabeza un pañuelo de cuatro nudos que le protegía de las pesadas costuras que unían el cuero del balón. De rojiblanco conquistó cuatro Copas, tres de ellas seguidas y un subcampeonato. Generaba sensaciones encontrabas. Había tardes en las que provocaba que según las crónicas de la época se lanzaran en San Mamés “gabardinas, sombreros , paraguas y cuantos objeto se tenían a mano” en San Mamés y otras en las que le abroncaban por su actitud a veces algo displicente o pasiva.

Porque era una celebridad. La primera estrella futbolística en España. Arteta le pintó en un célebre cuadro llamado “Idilio en los campos de sport”, donde se le ve coqueteando con la que luego fue su mujer, Avelina Rodríguez.

Pichichi jugó con la selección española en cinco ocasiones, marcando un gol a los Paises Bajos y logrando la medalla de plata en Amberes (1920). El primer éxito internacional del fútbol español.

Su mala cabeza –era aficionado a brindar becerros a sus compañeros de equipo y también a un salón de cupletistas llamado Vizcaya- y el hastío le llevaron a abandonar el fútbol a los 29 años para pasarse al arbitraje, debutando en el propio San Mamés… pero tampoco ser trencilla se llenó.

Un año más tarde cayó enfermo y el médico le diagnosticó tifus. Hay quien dice que le mataron los excesos o unas ostras en mal estado. En cualquier caso, falleció en su hogar, pidiéndole a su compañero de equipo Acedo, que cuidara bien de su mujer e hija.

La noticia de su muerte conmocionó no sólo a Vizcaya sino a toda España. Las muestras de dolor se sucedieron y en 1926 el Athletic decidió colocar un busto realizado por Quintín de la Torre en su recuerdo en San Mamés, detrás de lo que se conocía como “portería de ingenieros”. Con el tiempo se trasladó a la ubicación actual, junto al palco de autoridades. Conocido es que tradicionalmente todos los equipos que por vez primera juegan en San Mamés depositan un ramo de flores en su busto en su recuerdo.

Juan Antonio de Zunzunegui en su novela ‘Chiripi’ lo encumbró así: “la venida de este Mesías futbolístico embraveció más a la afición. El centenar de escritores deportivos que garrapatean en los periódicos bilbaínos anunció el nuevo dios en una prosa bíblica”. Y eso que José Olivares Larrondo, Tellagorri, exjugador del Arenas dijo que “el único entrenamiento suyo para un partido era el partido anterior. Ni se entrenó nunca, ni se duchó nunca, ni nada de nada. Se ponía el pantalón corto, la camiseta, las botas y al campo”. Y… “ahí va ese Pichichi”, coreaba San Mamés.

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