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Silencio

José María Martín

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Reflexionaba alguien hace unos días sobre la dificultad para mantener cierto nivel en sus opiniones, cuando uno tiende a verterlas en público con una determinada periodicidad. Lo decía alguien que ha sido columnista semanal de un periódico y que decidió dejarlo al descubrir que empezaba a arriesgar mucho, que algún día podría no reconocerse en sus palabras, que llegaría el momento en el que cualquiera podría rebatir sus argumentos sin posibilidad de defensa alguna.

Si uno tiene cierto aprecio por sí mismo, la anterior es una reflexión que debería ser a imitar.

No estaría mal que la viveza de los últimos días festivos, familiares, de ocio desmesurado y celebraciones -con o sin argumento- desembocaran en un necesario periodo de silencio y recogimiento. Pero el silencio no está de moda, si no que se lo digan al obispo que también tiene esa penitencia mensual de hacer público lo que piensa. Cuando uno, como parece su caso y la de otros personajes públicos, juega a la continua búsqueda de titulares asume un riesgo insalvable: pronto puede tocar techo, perder impacto y quedarse sin estrategia. Me explicaré con otro ejemplo: el presidente del Córdoba C. F. S.A.D. se parodió a sí mismo en un video donde cruzaba la línea no escrita de reírse del Rey. Llamó la atención y salió en las televisiones, periódicos y radios de toda España. Luego, volvió a parodiarse y optó por reírse de Artur Más y volvió a salir, aunque el impacto fue algo menor. Si quiere volver a la cota inicial de impacto tendrá que hacer algo más y ya sólo le queda desnudarse o participar en un reallity, y cualquiera de esas opciones será una hipoteca para el futuro. Igualmente, el obispo, para mejorar su impacto tendría que traicionarse, apoyando el aborto o reclamando justicia social para los desfavorecidos, maltratadas o estafados de la crisis. Entonces sí que llamaría la atención.

Volvamos al principio, el silencio. Hacia él nos debería llevar el exceso de mantecados, para leer más, para escuchar, o para ejercitar la pereza que, bien entendida, es una buena inversión para tomar fuerzas y volver al camino por convicción, no por rutina o periodicidades impuestas. El silencio puede ser un buen aliado para aprender a gestionar nuestros propios límites.

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