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¿Por qué se vacían los pueblos? ¡Es el trabajo, estúpido!

Un jornalero recogiendo aceituna | MADERO CUBERO

Alfonso Alba

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Cada mes de agosto, cuando las páginas de los periódicos nacionales menguan, se crean especiales de verano que se rellenan de reportajes. En casi todos esos suplementos (decididos por señores y señoras de Madrid) hay al menos una página dedicada a la España vacía (o vaciada), que se ha puesto de moda. Casi siempre, el enfoque es condescendiente. Pobrecitos los vecinos de esos pueblos a los que la civilización, el 4G, la alfabetización y la vida en general ha llegado tarde. Normal que en esos pueblos tan bonitos no viva nadie si no hay nada que hacer. Vamos a llevarle teatro (como si fuésemos Lorca con La Barraca pero sin tener en cuenta que de aquello hace más de 80 años) a estos pobres pueblerinos que seguro que no han visto un espectáculo en su vida. Hasta hay quien recorre los pueblos haciéndole fotos a la gente y vendiéndolas en la plaza central. Muy bonito.

El problema de la España vaciada (y muchos pueblos de Córdoba, especialmente los del Norte, van por el mismo camino) no está en el 4G, el acceso a la cultura o las carreteras. Que también. El problema está en algo tan básico como el trabajo. Sin trabajo no hay dinero. Sin dinero, pues no hay vida. Y sin vida no hay pueblo.

Andalucía no se ha vaciado como las dos Castillas, Galicia y Aragón por un motivo muy sencillo: su sector primario, el agrícola, siempre ha necesitado de una ingente mano de obra. Era temporal. Y para compensar, hubo un sistema muy denostado principalmente en las ciudades que se llamó PER o Plan de Empleo Agrario. El PER y estas campañas sirvieron para fijar población y para que muchos pueblos andaluces, especialmente los de la campiña, tuviesen más habitantes que capitales de provincia de cualquiera de las dos Castillas.

Pero no hay nada eterno. La mecanización del campo y un sistema comercial cada vez más perverso están poniendo en riesgo estos cultivos tan sociales, que ya de por sí generan cada vez menos mano de obra. El olivar, por ejemplo, se está transformando. Cuando antes se necesitaba una cuadrilla de diez personas para recoger una hectárea de olivos, con los medios actuales esas diez personas pueden, perfectamente, recolectar 50 hectáreas. Y si hablamos de olivar súperintensivo estamos hablando, en muchos casos, de dos o tres personas a bordo de cosechadoras.

Esta semana, Donald Trump ha confirmado su intención de imponer un arancel del 25% al aceite de oliva. El olivar, sabemos, es el cultivo más social de Córdoba, el que fija población en muchos de sus pueblos. Sin olivar es imposible entender la prosperidad de Lucena (que ya es más industrial que otra cosa), el futuro de Baena, Priego de Córdoba, Nueva Carteya, Montoro, Adamuz o hasta Villanueva de Córdoba. Si por culpa de esos aranceles y unos precios cada vez más bajos se abandonan unas 100.000 hectáreas de olivar porque cultivarlas les cuesta el dinero a los agricultores, esos pueblos no tienen futuro. Ninguno.

Entonces, dará igual que las instituciones públicas aprueben planes contra la despoblación, que los urbanitas lleguen un fin de semana a una casa rural y piensen que qué pena, que pobres vecinos de equis pueblo que se han tenido que ir. La Córdoba rural se seguirá vaciando por algo tan simple de entender como que sus habitantes buscarán un futuro mejor donde consigan, como poco, un puesto de trabajo.

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