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El último que apague la luz

Alfonso Alba

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El sábado estuve en el cierre definitivo de Fuentes Guerra. Había cerveza (a cincuenta céntimos), tapas, música en directo y mucha mucha gente. Por un momento, me recordó a la Orquesta del Titanic, que tocaba y tocaba mientras el barco se hundía y a su alrededor moría gente. Los tres hermanos Fuentes Guerra (Álvaro, Catina y David) estaban felices mientras despachaban cerveza, libros, discos y todo lo vendible, en liquidación. El local, por primera vez en muchos años, estaba lleno. Por primera y última vez. Compramos, en liquidación, la quinta temporada de The Wire, la que está dedicada a la prensa y que adelanta su doble crisis: la del formato y la de la ética y los principios.

Tremenda metáfora para un día en el que también conocimos que una empresa histórica de Córdoba, Peninsular del Latón, va al concurso de acreedores tras sobrevivir casi un siglo (y padecer la Guerra Civil). Peninsular del Latón llegó a emplear a más de 100 personas, al igual que Fuentes Guerra llegó a vender docenas de discos al día y se convirtió en un auténtico referente para la cultura local.

Un día antes, los multicines El Arcángel echaron la persiana de forma precipitada. No habían podido estrenar Torrente porque los proyectores no estaban adaptados a las copias digitales. Cambiarlos cuesta una pasta y la empresa no dispone del dinero necesario. Por eso, decidió echar la persiana casi por sorpresa y dejar a Córdoba con dos únicas salas multicines (cuando llegó a tener cinco).

Un día antes a este día, el juez de lo Mercantil de Córdoba firmó un auto en el que descartaba que los Laboratorios Pérez Giménez (los del Calmante Vitaminado, que curaron dolores de cabeza a los españoles del franquismo gracias a la fórmula de un farmacéutico de Aguilar de la Frontera) se pudiesen vender y prácticamente abocaba a la desaparición a la empresa, que tras una larga agonía tendrá que ser vendida por lotes. En Pérez Giménez trabajan más de 150 personas, ultra cualificadas, que ahora tendrán que buscarse la vida en un mercado de trabajo muy deteriorado.

Lo dicho: el último que apague la luz (y perdón por el pesimismo).

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